domingo, 29 de enero de 2012

Doña

Unas chirolas. Tres o cuatro monedas herrumbrosas que saludan desde el alfeizar y la ventana que brilla blanca. Espacioso todo y hogareño. La porcelana de angelitos y algunos frasquitos misteriosos refulgen ante el ventanal del frente. Intento pensar tonterías pero no puedo. La mujer insiste en quedarse entre el futuro y el pasado.

Me siento sobre un cojín de cuero que se desinfla y suspira. Veo los cortes del sillón viejo. Recuerdo los pasados tapizados. Me río de rimar y me acuerdo de sus refranes. Su mirada poco profunda. Como explicarla es imposible, pues era una mirada emocionante, pero no normal. No eran ojos enormes de colores exóticos. Era una mirada intensa pero sigilosa. Hasta fugaz.

Uno o dos momentos son buenos para honrarla con memoria. Porque la memoria dignifica: es la única y mejor manera de vivir luego de muerto.

Uno o dos momentos traigo a la vida a quién, con azar, me ubicó en el mundo. Vive más con cada letra la mujer que me abriga cuando me siento lejos. Vive más ella cuando el olvido no la atrapa. Corre veloz y salta la tristeza.



Porque la memoria no siempre se convierte en nostalgia.

A veces se convierte en borbotones de vida plena y fulgurante.

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