sábado, 29 de diciembre de 2012

Me dirijo a usted,

Señorita Celeste:

Me dirijo a usted para certificarle que la nota del cuaderno de comunicaciones de mi hijo Ramiro llegó a mis manos. Quiero que sepa, también, que está usted completamente en lo correcto. Ramiro y yo ya tuvimos una larga charla y sé con seguridad que nunca más volverá a tener una actitud similar.
Quizás ya lo sepa usted, pero Ramiro es un chico difícil de contener. Es muy movedizo no sólo en las aulas, sino también en casa y hasta en el consultorio. A la hora de entenderlo, tal vez le convendría saber que Ramiro ya no ve a su mamá hace ya tres años, tiempo que ella dedicó a formar una nueva familia. Esta semana nos enteramos que Ramiro va a tener un nuevo hermanito.
Le explico también que durante estos últimos años nos ha costado mucho mantener la casa, motivo por el cual Ramiro sólo lleva los útiles justos. Es también por eso que no tiene el libro de biología, aunque, le aseguro, todo lo que puede aprender de ahi ya lo sabe. El abuelo de Ramiro, mi papá, es ingeniero químico y según vamos viendo en el chico, va por el mismo camino.
Ser hijo de padre soltero a los otros nenes del aula les parece "raro" según me contó Ramiro. Muchos les preguntan si "uso plumero" o si "voy a trabajar de pollera". La primera es verdad, pero la segunda le aseguro es errónea: en el trabajo no se me permite. Me dijo también que usted intercedió, defendiéndolo y haciéndolo sentir mejor sobre decisiones de las que no tiene la culpa. Eso se lo agradezco de todo corazón.
Me dijo también que siempre "le da cosa" cuando usted lo reprocha, ya que usted "es re buena". Me comentó que en el curso del día se toma tiempo de explicarle varias veces lo que no entiende, que "le cuenta cosas super geniales" o que los incentiva. "Hay que soñar mucho para ser fuerte" me respondió Ramiro cuando lo encontré en su cama, tapado hasta los ojos, a las cuatro y media de la tarde de un martes. Culpa de usted, asumo.
Mi padre fue un educador, un maestro de primaria como usted, y me enseñó que los niños son mucho más perceptivos y que saben y ven todo. Me dió a entender que es a ellos a quienes realmente tenemos que darle explicaciones, y no a jefes o a gerentes de corbata. Por eso, y bajo los ojos atentos de mi hijo, le extiendo una invitación a comer canelones caseros a casa, a usted y a su hija Sofía, el domingo al mediodía. En la última hoja del cuaderno va a encontrar un mapa para que sepa llegar a casa sin problemas. Si puede, por favor, lleve algo para tomar, y un poco de pan para mojar en la salsa.

Sin otro particular, le mandan un beso re grande y que me perdone que no boy a aser mas lio para que qiera comer canelones con nosotros,


Papá Damian y Ramiro el más capo jaja no mentira.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Mañanas de Cobre

      Fuera el sol empezaba a rasgar el horizonte. La habitación entera se tiñó de dorado, y la luz entraba en tímidas cuotas a través de la persiana entreabierta. Junto a la cama un remolino de la ropa de ambos, indistinguible a ojos vista. Ella dormía profundamente, recostada sobre un brazo, respirando hondo pero en silencio. Él llevaba un buen rato con los ojos abiertos, sintiendo el aire templado entrando por la ventana recién abierta. Las noches no amainaban la temperatura calurosa y la humedad le hacían muy difícil dormir. Aún más cuando dormía acompañado, aunque eso le molestaba más bien poco.
      Con sus ojos la observó largamente. Siguió la curva del cuello, los hombros, los brazos suaves aunque no muy delicados. Las líneas de sol que dibujaban perfecta su espalda y su cintura y se perdían en el acolchado viejo. Su pelo normalmente brillaba de un castaño cobrizo y le caia hasta los hombros en una divertida cascada de bucles. Sus ojos, siempre sagaces, lo seguían a todas partes inquisidores. Y esos ojos, también, le decían más de ella que sus propios labios. Pero ahora estaban cerrados, y su pelo ahora estaba en pleno motín. Los adorables resortes ahora eran una melena digna del rey de la savana.
       En un movimiento lento y torme, se recostó sobre la espalda y estiró los puños torcidos, con un gruñido.  "Parece una leona de verdad" pensó Él, que no pudo contener un resoplido de risa. Ella un sólo ojo y lo miró desde abajo, con una sonrisa amplia en los labios.
       -¿Qué mirás, gil? - le dijo, imitando su voz más grave.
       La respuesta no llegó en palabras, pero luego de tomarla del mentón, le dió un largo y sentido beso.
       -¿Quién sos? - respondió finalmente, y ambos se rieron.
      Las últimas semanas habían sido complicadas, pero esas pocas horas que podía compartir con ella, esas poquísimas horas, valían por todo el oro que el sol les echase encima.
       Se puso a su altura, y reposó su cara justo frente a la de ella.
      -No me gusta el nombre Romina- le dijo él, más para informar que para generar ningún debate.
      -Y a mí no me gusta perdonar ese comentario - le dijo, y le dió un golpecito simulando una cachetada.
      Ella siguió durmiendo un tiempo más. Él salió al living, y de alli al balcón.
     
       La mañana ya se comenzaba a inundar de ruidos y el entendió, entre el creciente barullo y el silencio del departamento, que se había hartado de vivir solo.