sábado, 29 de diciembre de 2012

Me dirijo a usted,

Señorita Celeste:

Me dirijo a usted para certificarle que la nota del cuaderno de comunicaciones de mi hijo Ramiro llegó a mis manos. Quiero que sepa, también, que está usted completamente en lo correcto. Ramiro y yo ya tuvimos una larga charla y sé con seguridad que nunca más volverá a tener una actitud similar.
Quizás ya lo sepa usted, pero Ramiro es un chico difícil de contener. Es muy movedizo no sólo en las aulas, sino también en casa y hasta en el consultorio. A la hora de entenderlo, tal vez le convendría saber que Ramiro ya no ve a su mamá hace ya tres años, tiempo que ella dedicó a formar una nueva familia. Esta semana nos enteramos que Ramiro va a tener un nuevo hermanito.
Le explico también que durante estos últimos años nos ha costado mucho mantener la casa, motivo por el cual Ramiro sólo lleva los útiles justos. Es también por eso que no tiene el libro de biología, aunque, le aseguro, todo lo que puede aprender de ahi ya lo sabe. El abuelo de Ramiro, mi papá, es ingeniero químico y según vamos viendo en el chico, va por el mismo camino.
Ser hijo de padre soltero a los otros nenes del aula les parece "raro" según me contó Ramiro. Muchos les preguntan si "uso plumero" o si "voy a trabajar de pollera". La primera es verdad, pero la segunda le aseguro es errónea: en el trabajo no se me permite. Me dijo también que usted intercedió, defendiéndolo y haciéndolo sentir mejor sobre decisiones de las que no tiene la culpa. Eso se lo agradezco de todo corazón.
Me dijo también que siempre "le da cosa" cuando usted lo reprocha, ya que usted "es re buena". Me comentó que en el curso del día se toma tiempo de explicarle varias veces lo que no entiende, que "le cuenta cosas super geniales" o que los incentiva. "Hay que soñar mucho para ser fuerte" me respondió Ramiro cuando lo encontré en su cama, tapado hasta los ojos, a las cuatro y media de la tarde de un martes. Culpa de usted, asumo.
Mi padre fue un educador, un maestro de primaria como usted, y me enseñó que los niños son mucho más perceptivos y que saben y ven todo. Me dió a entender que es a ellos a quienes realmente tenemos que darle explicaciones, y no a jefes o a gerentes de corbata. Por eso, y bajo los ojos atentos de mi hijo, le extiendo una invitación a comer canelones caseros a casa, a usted y a su hija Sofía, el domingo al mediodía. En la última hoja del cuaderno va a encontrar un mapa para que sepa llegar a casa sin problemas. Si puede, por favor, lleve algo para tomar, y un poco de pan para mojar en la salsa.

Sin otro particular, le mandan un beso re grande y que me perdone que no boy a aser mas lio para que qiera comer canelones con nosotros,


Papá Damian y Ramiro el más capo jaja no mentira.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Mañanas de Cobre

      Fuera el sol empezaba a rasgar el horizonte. La habitación entera se tiñó de dorado, y la luz entraba en tímidas cuotas a través de la persiana entreabierta. Junto a la cama un remolino de la ropa de ambos, indistinguible a ojos vista. Ella dormía profundamente, recostada sobre un brazo, respirando hondo pero en silencio. Él llevaba un buen rato con los ojos abiertos, sintiendo el aire templado entrando por la ventana recién abierta. Las noches no amainaban la temperatura calurosa y la humedad le hacían muy difícil dormir. Aún más cuando dormía acompañado, aunque eso le molestaba más bien poco.
      Con sus ojos la observó largamente. Siguió la curva del cuello, los hombros, los brazos suaves aunque no muy delicados. Las líneas de sol que dibujaban perfecta su espalda y su cintura y se perdían en el acolchado viejo. Su pelo normalmente brillaba de un castaño cobrizo y le caia hasta los hombros en una divertida cascada de bucles. Sus ojos, siempre sagaces, lo seguían a todas partes inquisidores. Y esos ojos, también, le decían más de ella que sus propios labios. Pero ahora estaban cerrados, y su pelo ahora estaba en pleno motín. Los adorables resortes ahora eran una melena digna del rey de la savana.
       En un movimiento lento y torme, se recostó sobre la espalda y estiró los puños torcidos, con un gruñido.  "Parece una leona de verdad" pensó Él, que no pudo contener un resoplido de risa. Ella un sólo ojo y lo miró desde abajo, con una sonrisa amplia en los labios.
       -¿Qué mirás, gil? - le dijo, imitando su voz más grave.
       La respuesta no llegó en palabras, pero luego de tomarla del mentón, le dió un largo y sentido beso.
       -¿Quién sos? - respondió finalmente, y ambos se rieron.
      Las últimas semanas habían sido complicadas, pero esas pocas horas que podía compartir con ella, esas poquísimas horas, valían por todo el oro que el sol les echase encima.
       Se puso a su altura, y reposó su cara justo frente a la de ella.
      -No me gusta el nombre Romina- le dijo él, más para informar que para generar ningún debate.
      -Y a mí no me gusta perdonar ese comentario - le dijo, y le dió un golpecito simulando una cachetada.
      Ella siguió durmiendo un tiempo más. Él salió al living, y de alli al balcón.
     
       La mañana ya se comenzaba a inundar de ruidos y el entendió, entre el creciente barullo y el silencio del departamento, que se había hartado de vivir solo.


   

domingo, 30 de septiembre de 2012

Fenómeno - 1er Encuentro

       Sin rodeos: me ausenté. Hace ya meses que no limpio el polvo de por acá. Comencé a escribir unas cuantas veces, pero a la mitad algo me distraía del tirón, y el texto quedaba agónico y vacío. Pero esta noche de domingo les tengo que contar algo.

      ¿Vieron esas cosas que nos pasan, que mientras pasan uno acciona y reacciona sin pensar demasiado y cuando terminan siente que nunca las vivió, o que las vió en una película? fue algo así, pero muy intenso.
     Comenzó la primavera. Ya está repleto de mosquitos, los amigos distraídos aparecen con las narices y los cachetes colorados y las pecas alborotadas. Mi vida cambia solamente en la energía y el buen humor inevitable de los días soleados. Así estaba todo ese día. Venía caminando cerca de la facultad con un gran amigo, de esos que son más que mates y salidas. La charla rotaba en uno de mis interminables monólogos sobre cómo deberían ser la felicidad. Estaba compenetrado, ponía cada una de mis fibras musculares en sonar convincente. Hasta abría los ojos cuando decía algo sorprendente. Y así, en esa charla desiquilibrada, entramos a mi facultad y fuimos al buffet.
      Tiramos nuestras pertenencias sobre la mesa marcando territorio. Mi amigo se sentó a la mesa, tomé su orden y me dirigí a la barra. Entre tanto saludo con conocidos y amistades, una figura (llamada persona) entraba en la habitación de vez en cuando, buscando mesas, midiendo el tiempo que tardarían en llevarse el alfajor y el café en función de los ya esperadores. Ninguna persona bastaba más de un relojeo para distinguirla: la conocía, no la conocía. Pero en eso, aparece este ser.
       Para entender todo el fenómeno, me parece indispensable comenzar desde lo más elemental hasta lo más complejo. Era un humano. Hembra: Mujer. Su contextura física no enmarcaba nada extraño. No tenía ninguna particularidad visual que llamase la atención, y su actitud no se diferenciaba perceptiblemente de ninguna otra mujer del salón. Y aquí comienza lo extraño. Lo enuncio:
      *El papel indicando mi turno para ser atendido se volvió un objeto sin sentido.
      *Aquellas personas que se encontraban entre yo y esta presencia, eran obstáculos. Mi visión los convirtió de seres dotados de pensamiento, a bultos animados que bloqueaban mi vista.
      *Una especie de membrana invisible se formó alrededor de mis pensamientos más ingeniosos. Todo el brotar creativo se vió limitado a una película de colores saturados, en la que la única escena era yo, y el ser, unidos de diferentes maneras. Desde caminando por la facultad, hasta enredados en el piso de mi departamento.
       *Un inmediato olvido de todo aquello que tenía que adquirir para mi amigo.
       *Un inmediato olvido de la existencia de dicho amigo.
       Codeé a un conocido que tenía cerca, y le pregunte por el sujeto hembra.

        Me dijo su nombre, y lo expongo aquí como el primer paso de esta investigación: se llama Romina.

       Seguiré actualizando el blog con posteriores encuentros.

























lunes, 30 de julio de 2012

Lo Más Parecido

   Poblado bigote de cerda gruesa el del viejo. Cuando se reía la mostaza volaba como proyectiles ebrios que caían por todo el mantel. El viejo insistía con que el era el hijo de Solano López. Así eran los comensales de esa primera cena.
   Yo, recostado contra la silla acolchada, los miraba fingiendo normalidad. Era un circo y yo era un escribano amargado entre todos ellos. Yo y Alejandra. Ella pertenecía a la casa desde su nacimiento, pero estaba tan desorientada como yo: veía volar sobrinos, comida, oía el griterío y se resignaba a encogerse y cerrar con fuerza los ojos cuando un vaso reventaba en mil insultos.
   -¡Ah no! ¡Te metiste con la peor!- bromeaba su madre - Es calladita ahora, si... pero ¡sabés qué! desordenale los libros, tocale la compu y sabés el revoleo que arma. Parece que Bin Laden le puso una bomba en el monitor- Si a mí me van a llenar la computadora de accesos directos y barras de búsqueda en el explorador, prefiero antes que le pongan una bomba y me ahorren el sufrimiento. Me limité a asentir y mirarla a ella. Ese odio hermoso que les tenía, que nos hacía tan parecidos. No soportar a nuestros padres con el ombligo sobresaliendo de la camisa desabrochada en una panza como un mundo, los hermanos torbellino molestando con sus atenciones y sus peleitas. Todo eso nos unía; eso, y las peliculas de bajo presupuesto.
   Pasó la tarde en una casa que se estremecía bajo el cacareo de una viejas charlatanas. Risas de pucho y alguna de whisky. Nos subimos al auto para volver unos cuantos kilómetros. Cuando chasquean los cinturones me mira a los ojos a través de sus lentes enormes.

  - Gracias por acompañarme, boludo.

Y eso es lo más parecido al amor que viví.

martes, 17 de julio de 2012

Chancho va

Personajes:

Damian, Guido, Juani, Sixto, Mariel, Paloma, Agustina
Lugar: living de un departamento.

Escena 1

(varios chicos sentados alrededor de una mesa, de manera cómoda, uno cebando mate, otro comiendo de las galletitas varias. Suena alguna radio de fondo pero bajito, o sino la televisión con algun programa berreta. Uno de los chicos, Damián, esta algo inquieto, aburrido)

Damián (jugando con un plastiquito sobre la mesa) - y un truco? Se prenden?

Paloma - yo me prendo, sabés las señas?

Damián - la que no me se es la del ancho falso.

Juani -(abre la boca y lo mira. Damián lo mira sipn entender la seña durante un rato. Mariel se ríe.)

Agustina - somos siete, sobra uno!

Damián - tiramos reyes!

Sixto - (deja de mandar un mensaje) pero es una cagada que uno no juegue.

Damián - saben jugar todos?

Paloma - mejor que vos. Sabelo.

Juani - (levanta las manos y pone cara de buuuuaaaaa, perrrrdón miss juegoaltruco)

Guido - (sale de la cocina) que pasó?

Sixto - Damián dice que juguemos al truco

Guido- pero si somos siete...

Damián - (un poco mas impaciente) tiramos reyes!

Agustina - no tengo ganas de jugar

Damián - listo! Somos seis justo!

Agustina lo mira mal.

Mariel (al ver la cara de agustina) - nah, yo tampoco. Siempre nos terminamos peleando.

Sixto - posta. Al final siempre terminan discutiendo el kía (señala a damián) y paloma.

Damián - (de repente sacado) A VER. Si el banco máaaaagicamente empieza a perder billetitos y paloma no deja de comprar todas las propiedades en las que cae... No se, digo, "se pueden poner mas de un hotel por propiedad"?

Juani se rie y los mira entusiasmado

Mariel - que juego violento el monopoly.

Paloma - todavía quedaste caliente? Vos porque caias siempre en cana. Te voy a empezar a decir yuyín, como el de oye arnold.

Damián la mira con odio, pero sigue jugando con el plastico.

Guido - mi hermano se dejó el uno, les gusta?

Damián - (repentino y con fuerza) NO. No quiero jugar al uno.

Agustina - bueno! Tranquilo bobby, shooo shooo (le acaricia el pelo)

Sixto - al chancho!

Se hace un silencio. Todos sonrien, dejan de hacer lo que estaban haciendo. Guido se va a la pieza, buscando las cartas. Pasa un rato.

Damián - no se vale decirle que no a la premda eh!

Agustina - bueno, pero no se zarpen con la prenda. Siempre se mandan una corte "corre de acá hasta Malasia en bolas cantando el himno"

Juani se rie en silencio, y golpea la mesa de tentado que está

Paloma - bueno, pero vos tampoco te pongas en maricón y que "ay no es trampa, ay no se complotaron, ay no que esto ay no lo otro". Te la bancás!

Aparece Guido pensativo.

Guido - me parece que mi bro se llevo las cartas de truco. Vamos. Tener que usar las del uno.

Damián - (nervioso) na, na, asi no. Si vamos a jugar con cualquier tipo de cartas ya es cualquiera.

Todos lo miran medio atónitos

Agustina - posta estás diciendo eso? Es lo mismo, chabón.

Damián balbucea algo de que no quiere pero ya fue. -no juego, mejor.

Paloma - la peor excusa que inventaste del miedo que tenés a perder. Dejenló, si va a andar llorando toda la partida...

Juani - (metiendo leña al fueho) uuuuuuhhhh!

Damián - no es por eso... Es que coso, emm

Mariel - si no quiere jugar dejenló. Tampoco lo vamos a obligar.

Paloma lo mira sobradora, y suspira mientras niega la cabeza, como diciendo "qué tipo cagón" damián la ve y se pone colorado.

Damián - ya fue. Pero si pierde paloma la prenda la decido yo.

Sixto - trato!

Dividen los 4 colores, y 3 cartas especiales: suma 2, suma 4 y cambia color. Damián no se da ni cuenta. Se reparten las cartas y empiezan a jugar

martes, 3 de julio de 2012

Miércoles 17

     Buscar al Papi se hacía imposible. Entró en casa más rápido que un bombero, con la ropa de trabajo, agarró el pistolón del abuelo Marcos, nos dió un beso a la Mami, a la Silvia y a mí y nos dijo
    -Me voy a la plaza, ustedes quedensé acá tranquilas - mientras salía disparando por la puerta, y se metía al río de personas.
      La Mami se acordó del remedio para la presión del viejo y se preocupó: no hacía más de una semana que el Papi cayó internado por un bombazo y que se salvó raspando. En el laburo no le quisieron dar descanso para recuperarse, así que tuvo que volver a la línea.
     Pero ese miércoles a la tarde, apenas salió de laburar, ni siquiera se quedó a tomar la media tarde y ya salió caminando para la Plaza de Mayo. Está lejísimos de casa, y si iba a caminar todo eso, tenía que tomar el remedio de la presión. Además, no estaba solo: había miles de hombres mugrientos como él yendo para Capital. Lo último que vi antes de agarrar las pastillitas fue a papá meterse en un grupo de personas donde reconocí al Machuca teniendo una bandera.
    Agarré el paquete con las pastillas, me las puse en el bolsillo del delantal y salí rajando. Me metí entre toda esa gente que le cantaba "al General", buscando la melena negra y la espalda redondeada del Papi. Por cada lugar distinto donde pasaba, el olor cambiaba: aserrín, aceite de motor, carne cruda, diesel. Por todos lados se unían los olores y ninguno me recordaba a mi papá.
    El retumbe de los bombos era repetitivo y muy fuerte. A los gritos iba y los grandulones del aserrín me miraban sin saber bien qué hacer. Era yo una piba vestida de maestra en medio de un torbellino de obreros marchando. Pregunté a un hombre bajito de tirantes y a un señor gordo como un tonel, pero ninguno lo reconocía. Las banderas se tapaban unas a otras y las horas se me escaparon entre los brazos.
      La noche anterior había habido una garúa finita, y el sol que salió humedeció el ambiente. El calor y la multitud mareaban la marcha larga de columnas de personas que se iban sumando, cada uno con sus banderas hechas así nomás: se suponía que la marcha iba a ser el 18, pero la gente quiso salir antes.
     Ya llegando a Capital yo estaba exhausta. Había caminado más de diez kilómetros, intentando de llegar al principio de la marcha, para ver si encontraba a mi viejo y poder salvarle la salud para que vuelva esa noche a casa y pueda seguir viviendo tranquilo. A esa altura de la tarde, algo así como las siete de la tarde, el sol comenzó a ponerse y la cantidad de gente que había ocupaba la mayoría de las calles principales. Nosotros ibamos por la 9 de Julio. Las piernas me ardían y los pies andaban solos.
     En un momento, en un fuentón, lo vi al Machuca tirandosé agua en la cara y mojandosé la ceja gruesa que le recorría la cara entera. Corrí hacia él y cuando me vió se quedó duro. No se esperaba encontrar a ahijada en tremendo tumulto.
     -¡¿Pochi, qué hacés acá!?- me pegó un grito. Cuando dijo mi nombre, un señor grandote sentado al borde del fuentón me miró. Era el Papi y estaba descalzo respirando un poco dificultoso. Ni le respondí al Machuca y corrí hacia mi papá que estaba brillante de sudor. Lo abracé y le conté que lo anduve buscando toda la tarde para darle los remedios. Metió los pies comprimidos en el agua para refrescarse y se rió. Tomó la pastilla sola, se guardó el paquete en el bolsillo delantero del mameluco, y me dijo que ahora tenía que acompañarlo.
     Mientras caminábamos me explicó dónde estabamos yendo. Me explico por qué "el General" estaba preso y por qué no tenía que estarlo. Me hizo llevar una bandera del gremio y me enseño una parte de la marcha para cuando "nos lo devuelvan".

      Después me vengo a enterar de la importancia de la marcha por los noticiosos. Que "fue un caos", que asaltaron y saquearon negocios, que Perón habló (yo lo vi pero no llegué a escuchar casi nada) y que dijo que era una nueva época, la de los trabajadores.

      Yo no sé, yo estoy tranquila. El Papi está durmiendo limpito y sereno en su cama mientras la Mami escucha la radio, y la Silvia come manzana rayada y me mira escribir todo esto para el folletín del barrio.

       El resto ya lo sabremos con el tiempo.

martes, 19 de junio de 2012

♪ No te cambio por na da ♪


Nunca entendí bien cuál es la importancia de un recuerdo. Hablo, puntualmente, de lo importante que es un recuerdo para la gente que convive con uno. Por un lado, puede ser la mejor comprensión de la persona en base a sus recuerdos. Por otro, los recuerdos de la juventud en un lugar determinado, unen a varias personas por elementos comunes. Por lo tanto, mientras más cantidad de personas hayan compartido esa experiencia, hayan vivido en el mismo pueblo/ciudad, más importante será el recuerdo para la sociedad.

Mi caso particular, y el de mis hermanos en los recuerdos, es que somos muy pocos. No porque sean pocos aquellos que vivieron en mi ciudad. Sino porque somos pocos los que hemos nacido allí, criados allí, y aún menos somos los que fuimos enseñados que esa tierra no es un lugar temporal. Esa situación tan particular, tan alejada, no une por algo que no se ve. Basta sentarse a la mesa, y empezar a recordar de detalles, hablar de personajes o de murales o monumentos distintivos, para morirse de risa, para encontrarse. Aquí, en ciudades ajenas, encontrarse como huérfanos prósperos de la misma madre.


Lo colores que me trajo vivir lejos de mi casa, la nueva vida de la universidad, el movimiento y lo cosmopolita, reemplazó la forma que tenía de vivir y de compartir en sociedad. Los detalles son escurridizos y parece ser tan sencillo como "Me fui de un lugar feo, a un lugar lindo" o, a los que tenemos buenos recuerdos "Me fui de un lugar con pocas posibilidades, a la cuna de ellas".

Me acuerdo tener siete años, y salir al descampado de Total Gas, en la punta de la ciudad frente al barrio industrial. En la tierra seca buscar por todos lados los tapones de las garrafas de GNC. Ver estructuras de caños ocres muy finos, y doblados muy extraños. Me acuerdo los barriles azules para juntar el agua de lluvia. El patio de la casa de mi amigo Waldo, en el inhóspito barrio industrial, con una franja de pasto al costado, irregular, donde jugábamos al futbol entre nosotros y su perro Arnold. El patio de atrás, una suerte de entrada de fábrica, gigante y lleno de tarimas de madera. Un chasis de auto tirado a su suerte, medio vacío, donde nos metíamos y nos colgábamos. la laguna que se formaba en invierno donde podíamos patinar con las zapatillas. Caidas en el agua helada, resbalones. El viento aullante que nos hace gritar. Entrar a la casa con el pelo y las ideas revueltas. Respirar agitados por el cambio de clima a ese calor nefasto de gas que tanto hemos aspirado. La madre de turno llamándonos para tomar la leche. Las narices coloradas y los lentes que se empañan del vapor de la leche.

¿Cómo explico lo que se siente desabrigarse luego de llegar a la madrugada del dos de abril a la casa? Sentir el calor y el aire quieto y sentirse desorientado. Tantas ideas que le quedan dando vueltas en la cabeza. La verdadera vigilia para los chicos, que tiene un vínculo oculto con la historia y es más bien un momento para encontrarse con todos. Ir en barra y buscar a tus amigos y cruzarte a la chica que te gusta o a tu compañero de primaria que no viste más, todos envueltos en camperas gruesas, con gorros de lana y bufandas. Algunos con mocos y las mejillas a medio enrojecer. Cómo les explicamos lo que es ver con real cariño a los ex combatientes, o a los soldados que reparten chocolatada, y no verlos como a los milicos. No tener ese odio histórico, sino más bien un trato de hermano mayor hermano menor, donde la historia lo único que hizo fue tenderlos víctimas. Juntarse en barra e ir a buscar chocolatada con vergüenza, porque se está repitiendo. El amigo desubicado que pregunta donde están repartiendo, que no se los ve, cuando hace años que la chocolatada se dá junto al cañón. Un cañón verde que todos vemos con excitación, como si en algún momento hubiera habido alguien que lo disparaba al mar. Porque en lo que sabemos de la guerra cuando somos niños, no hay enemigos personas. Son simplemente un objeto necesario para que haya armas, el resto es opcional.

¿A quién le sirve, por ejemplo, que le explique nuestra adolescencia? Saber que todos jugaron videojuegos por mucho tiempo, o que saben mucho de dibujos animados y que no lo dicen por aparentar. Saber que todos los chicos que tuvieron un acceso a internet dial up, jugaron al pokemon y bajaron emuladores de consolas, que eran carísimas y escasas. Haberlos cruzado en el Yes, un local donde pagabas por tiempo y jugabas con consolas metidas en cajas de carton como si fueran fichines. La época tan abandonada de los cibers, donde (algunos abiertamente y otros en silencio) se reunían los chicos de siempre y se perdían frente a los monitores, con auriculares si había suerte, y comenzaban a jugar entre sí. Lejos de poder hacer actividades al aire libre, y aún mucho más lejos de pertenecer a esos grandes clubes que tienen piletas y actividades de todo tipo, los chicos nos agrupábamos en distintos locales llevados adelante por muchachos o muchachas jóvenes, una suerte de hermanos mayores, que hasta algunos casos jugaban con nosotros. Me costaría describir lo que era salir del colegio, pasado el mediodía, e ir a Hackers, el ciber que ibamos nosotros, y entrar a jugar al counter con muchachos que no veíamos en otro lado más que allí. Los pesados que no están jugando pero van a ver como juegan otros, que te hablan, te dan consejos, te piden jugar una. Los que saben siempre como crearse las cuentas en los juegos o las reglas de los juegos más complejos. Los que putean con fuerza innecesaria, escandalizando la situación. Los burlones y los preguntones. Todos nos encontrábamos en horarios dispersos para jugar juegos dispersos. Y no hablo de situaciones aisladas: hablo de horas de ser más de 6 o 7 chicos jugando por dos pesos la hora, llenándonos de orgullo por nuestras habilidades o reirnos de las anomalías de juegos que se suponen son repetitivos.

Algo me da miedo al contar eso. Para el lugar donde vivo ahora, esto no es común. Quizás el sol, las plazas arboladas, lo fácil que es andar en bicicleta, o el acceso a lugares recreativos como clubes o escuelas con actividades y viajes, hayan forjado para ellos una infancia muy distinta. Donde yo nací, lo que yo les cuento es lo que hacíamos entonces, y eramos muchos y por doquier.

La televisión y la computadora fueron grandes primeros pasos de nuestras actividades. Quién tenía un padre lo suficientemente permisivo para regalarle una consola a sus hijos (hecho que mi padre hizo y se arrepintió reiteradas veces) convertía a la casa de un punto clave. La casa que tenía una consola (esto aún sucede) o una computadora fuerte, era un punto de reunión, si las autoridades hogareñas eran benevolentes a la actividad. Nos hemos juntado muchas veces a jugar al Pokemon. Guardo muchísimos recuerdos de estar en la casa de mi amigo Germán, al fondo de un pasillo, en la habitación más fría y menos confortable, donde estaba su computadora. La bautizamos Pascalina, porque era viejísima, de las que tenían Windows 98'. Él siempre tuvo notas muy respetables, por lo que tenía pleno control sobre Pascalina. En ella estaba la vanguardia de los juegos. Él siempre estaba probando juegos nuevos, encontrando joyas de años pasados, y emocionandonos a todos para que lo juguemos. Allí encontramos el Goal, un juego japonés de fútbol de los primeros años, que tenía la característica de poder jugarse de hasta cuatro en el mismo teclado. Nos recuerdo muy bien a los cuatro ensimismados, con los dedos adoloridos y enredados, jugando partidos y matándonos de risa de las caras de los japoneses y de las jugadas osadas. Del arquero llevándose por delante a los defensores y anotando gol. De los errores como lo fácil que era el gol de mitad de cancha. Mucho tiempo y muchas anécdotas quedaron ahí. Nosotros hoy lo tenemos como un buen recuerdo, pero nunca lo evaluamos como uno de esos hechos culturales. Hoy comento esto en sobremesas y recibo miradas de lo más extrañas. La gente, a veces, quiere creer que simplemente fuimos raros. Es muy difícil entender el mundo aquí, si el mundo allá es tan diferente.

Los recuerdos unos años más adelante ya son mucho más complejos. La incursión de muchos en la música o en el dibujo, los intereses ya más distinguidos, estudiar inglés en los institutos (este hecho es de una extrema relevancia para la socialización de Rio Grande: si no lo conocés de la escuela, lo conocés de inglés. Sino de alguna otra actividad que hagas), los deportes, las competencias interdisciplinarias con viajes nacionales. Los murales, los eventos de arte como Maraño, conocer a las personas que adornan las paredes cenicientas. Lo ridículo e inconexo de los monumentos. Los auténticamente bizarro de los símbolos que recorren la ciudad: El monumento a los pastores de ovejas a menos de un kilómetro de un monumento a Cabezas. Las estatuas perdidas de Shelk'nams como heladeras, la plaza de los animales tan enigmática: una cuadra de baldío parejo, con dos diagonales que la cruzan, una glorieta en el centro, y animales aleatorios dispersos. Ni siquiera animales autóctonos o de una misma zona: podías ver una jirafa junto a un león, al lado de un perro al lado de un rinoceronte. Todos ellos de dimensiones muy similares y con sus respectivas caras de nada, viendo como la juventud se agolpa en el primer espacio que parece destinado para ellos.

 Y esta serie de memorias que nos son útiles a pocos puede seguir. Puedo hablar ya más de la cultura, puedo referirme al grupo numeroso de los metaleros, que es el que tuvo más contacto conmigo. Puedo hablar de los artistas, o simplemente de "los viciosos", o quienes preferíamos meter una tarde en la PC antes que salir a patear las calles de la city. Pero es un tema en extremo largo. Quizás algún día, cuando una juntada de pizza me reviva nuevamente lo que tengo oculto sobre la ciudad que me vió nacer, continúe rescatandola.

Porque alguien que se va a otro sitio realmente se olvida de Rio Grande. Deja de pensar en él, y deja sus reglas suspendidas hasta alguna vacación que lo lleve otra vez. Pero si hay algo que reconozco es que ese recuerdo no solo está latente, sino que es altamente explosivo:

Basta decir "La Nueva Piamontesa", "Don Pepe", "Las Vegas", "Lusso" o cualquier otro nombre de viejos negocios, para que una catarata de recuerdos nos hagan desconcertarnos como si justo ayer nos hayamos bajado del automóvil atestado de valijas.


lunes, 18 de junio de 2012

Un Corto


Se me viene a la cabeza un corto. Sin logo, sin título: arranca.

   Una nena de entre 5 y 6 años en piyama manejando una pava de agua como puede. Vapor en una casa con la luz tenue. Llena una taza de te en una bandeja con dos tostadas untadas con manteca y dulce de durazno.

Corte

   Una señora muy vieja, vestida de negro, con aros de perla, el pelo blanquecino fino y una cartera negra. Está, vista desde abajo, intentando de bajar las escaleras. Paso a paso, agarrándose de donde puede. Y a mitad del descenso, mira lo que ha bajado y sonríe.

Corte

  Una mujer jóven, despeinada y con cara de rasgos puneños, con la cara enfocada, una montaña ocre coloreando su cielo, y ella pintando con pincel. Un cuadro de un hombre de mediana edad, de los mismos rasgos, con una guitarra y una sonrisa plena que la mira con intriga y algarabía.

Corte

   Un muchacho asiático comprando en un supermercado. La cajera ni siquiera lo mira. El embolsa. Pasa unos fideos, una caja de leche, una bandeja de pollo. Cuando pasa el chocolate, el muchacho deja de embolsar, y lo abre. Muerde un trozo y cierra los ojos, lo disfruta. La cajera sigue pasando sin darse cuenta. El chico le toca el hombre, y le extiende un pedazo abundante. Ella se queda quieta un par de segundos, se ríe y lo recibe.

Corte

Un hombre a medio despintarse de payaso, en la puerta de una escuela, de cuclillas atándole los cordones a un niño de mirada sagaz, con una mochila pintada con acrílicos.

Corte

Un hombre inmenso, que apenas cabe en una silla, con la mirada fruncida en un muñeco pequeño. El plástico está añejo, la tela que servía de tela se ve desteñida en algunas partes. La mirada del muñeco está perdida mientras el hombre le pone sus zapatos relucientes. Se levanta y camina por un pasillo hacia la cocina de su casa con las manos gigantescas cubriendo por completo el juguete. Una chica cocina a las apuradas. El le dice algo, y ella se queda quieta. El la hace sentarse y cuando lo hacen, descubre al hombrecito de plástico. Ella lo toma, lo mira, y sonríe a la vez que comienza a llorar.

Corte

Un chico espera perturbado en la sala de una clínica. Un enfermero lo hace pasar, y se encuentra con un hombre mayor, muy débil y delgado, con pelo escaso y con las mejillas pintadas como rambo. Una sonrisa amplia y tranquilizadora. El se acerca, y el le dice: y será la única voz del corto.

"No hace falta nada, para ser alguien".

Final.

viernes, 8 de junio de 2012

A las Raíces.

     Al final recordé que lo que yo hago es escribir. Pasaron vientos y mareas de papel, llantos entre pinceles y malos tragos rodeado de carpetas. Al final, insisto, lo que yo tengo que hacer es escribir.
Es la eterna búsqueda del tema, del enfoque, de la mirada, de la aprobación. Es el ojo plural que se posa en las palabras desnudas que escupimos y les da el valor que les corresponde.

     Se puede pensar que se es bueno para otras cosas: para la matemática, para el márketing, para la oratoria y la enseñanza o para todo. Pero se entiende, si se es escritor con las mismas venas, que en todo momento, una pequeña parte de nuestra voluntad, muy chiquitita, va armando la historia y va pensando figuras literarias para que el texto quede prolijo.

     Uno va escribiendo bocetos en la cabeza en pleno acto. Porque lo que yo hago es vivir, y vivo para escribir esa vida. Miren si será estúpido el escritor vocacional, que hará cosas que nunca haría simplemente para poder narrarlas después, o simplemente estar en calidad de decir "si quiero lo escribo". Es capaz, este escritor sanguíneo, de vivir de verdad como nadie más se atrevería, por el estúpido y milagroso hecho del estar habilitado (por su propia moral) de poder contarlo.

      Ya el instinto escéptico ( el mismo que tanto nos dificulta reconocer los buenos trabajos de gente a la que uno considera un "par), nos indica que aquí hay algo mal. Que no se vive bien si se hace porque queremos contarlo. Que tendría que ser por la propia intención de lograrlo. Pero el escritor lo que hace es escribir sobre aquello que vivió, muchas veces sólo para escribir sobre ello. Démosle el crédito que se merece, porque la vida merece ser vivida, pero vivirla por el mero hecho de vivirla es algo por demás complicado. De ahí el famoso dilema existencial del sentido de la vida. No va al caso, retomemos.

     A veces sucede a la inversa. Quizás, el deseo de escribir surja como la curiosidad de haber escrito algo impulsado por otra experiencia. Por ejemplo: puede ser que por haber comido una manzana, reconozca la templanza y textura de la sólida y a la vez frágil roca de algún paraje desolado. Quizás lo dulce me retraiga a grandes kilómetros de tulipanes irregulares, alfombra del cielo de toalla lejano. Es entonces cuando me pregunto: ¿Se parecerá realmente la manzana a una roca de un paraje desolado? ¿Existirán concentraciones de tulipanes mayores que los ramillos oportunos de una compacta señora hincha de Argentino Jrs.? ¿Se puede secar uno en el cielo? Es ahí donde nos movemos. Donde se mueven los escritores de fuego.

     También pasa que nos alejamos del texto. Que no escribimos y nos olvidamos que ése es nuestro GNC de vida. Caro al principio y siempre ocupando un lugar que debería saciarse de otra manera, pero a lo largo de los años nos ahorra muchas desgracias y engrandece otros momentos. Pasados los años, sin darnos cuenta, nos desgasta más que el resto y nos empuja a rellenar nuestras horas de ocio con el diesel barato de la senilidad.

   Nos vuelve una especie de cínicos inconscientes. Amamos y hablamos para escribir. Odiamos para redactar. Decimos que no hacemos las cosas para escribirlas, para engrandecer ese futuro pasaje de nuestro escrito. Creemos en otras personas por el simple hecho de necesitar un narrador inmerso. Nos volvemos una segunda persona, apenas si alejada, que va registrando todo en un bloc de notas rasposo. No somos pesimistas, somos Croniscistas.

   Algunas gentes los mirarán con desdén. Los que no son vulnerables a estos ahora cuatro (seis en el caso de miopía) ojos, nos mirarán con preocupación y en el mejor de los casos con pena. Existen casos de fascinación, pero suelen ser por que los otros también son Croniscistas que pueden, o no, haber admitido su pequeño escribano interno. Pero más allá de cómo miren a ese ser demasiado curioso para ser un niño y demasiado distraido para ser un senador, siempre tendrán el temor de la palabra.

   Porque la palabra es una bandera atroz, tramposa y ridícula que es tan necesaria como obtusa. Y con ella, los Croniscistas medimos nuestra vida.

    Nadie puede seguir su vida como si nada si un Croniscista lo mira directo a los ojos. Ni siquiera Diego Torres.









viernes, 25 de mayo de 2012

Pasamontañas Inc.

Algunas veces vine con historias. Otras con pensamientos, con reflexiones. A veces vengo con crónicas y la vida real se inmiscuye un poco con lo irreal. Unas veces hasta supe darle el nombre de "Personajes" a gente que conocí y que hacen un poco más raro el vivir.
Pero hoy les vengo con otro espíritu. Hoy vengo con esta oferta tremenda, de esas que merecen estar en la tele, o en la revista esa que leen ustedes, las personas.








Esto es inédito, atentos:

¿Acaso se encuentra usted cansado de tener que recurrir a reuniones aburridas de trabajo? ¿La clase de lógica de su universidad le parece inservible para ser licenciado en política? ¿Creé que no es necesario saber las leyes para poder ser periodista? ¿Creé que bautizar a su hijo es sólo para que sus abuelos estén contentos? Si es así, escuche la oferta que tenemos para usted:

Es el flamante servicio de auto-secuestros "Pasamontañas" ¡SI! Oyó usted bien: ¡Auto-secuestro!

Imaginesé teniendo que asistir a uno de esos aburridos eventos familiares, o al cumpleaños de su pequeña hija y sus revoltosos, sin mencionar poco pulcros, amiguitos del jardín de infantes. Cientos de dólares se van por el caño con cada mordisco a un hot-dog, con cada mantel plástico estampado con el  dibujo animado de temporada. Usted no sabe que hacer, ¡pero no desespere!

Contactándose con nuestra empresa con una semana de antelación, podremos solucionar ese engorroso problema que un joven ejecutivo como usted no merece sufrir. Mediante métodos estudiados de las ciudades más grandes y peligrosas del mundo, nuestros "agentes" podrán salvarlo de ese aprieto. De una manera altamente personalizable, ¡podremos simular un secuestro, donde usted será privado de su libertad! ... o al menos eso pensará su suegra antes de la cena de navidad.

Saliendo de su hogar, de camino a un baby shower, mientras compraba una corbata de seda para su reunión, en el camino a la obra donde actúa su hija: de la misma nada, un grupo armado y cubierto con nuestro símbolo emblemático, un Pasamontañas, lo tomarán cautivo en un vehículo adecuadamente camuflado según la situación.

Cada una de las características del secuestro serán exhaustivamente revisadas con el cliente, o "víctima", que podrá decidir el lugar donde se efectuará el secuetro, la cantidad de testigos que le parece conveniente, la cantidad de tiempo que necesita estar cautivo (obviamente, todo con su correspondiente tarifa) y todos los detalles que son relevantes a la hora de ser secuestrado.

¡Ya no tendrá que aferrarse a sus amigos médicos para que le den un certíficado del hospital! ¡Olvídese de humillarse frente a su jefe de piso! ¡Llame a Pasamontañas y comience a ser una víctima de la inseguridad, del sistema y de la malicia del ser humano!

Su familia revalorizará su vida, reencenderá su matrimonio, sus amigos lo respetarán como alguien con experiencias perturbadoras, y las damas se ruborizarán cuando cuente la historia con intensidad. Todo gracias a Pasamontañas.

¡No espere a ser devorado por sus responsabilidades! ¡Participe de nuestro servicio, Pasamontañas, y recupere el brillo y la acción que tenía su vida en su adolescencia!


La tarifa por períodos de cautiverio incluye:

*3 (tres) comidas diarias, correspondientes al desayuno, al almuerzo y a la cena. El opcional "merienda" se cobra aparte dentro de la van.

*Utilerías de recuerdo para probar la veracidad del secuestro: cartas que pudo haber escrito en la cautiverio, la venda con que lo mantuvieron ciego, o incluso un pasamontañas que logró robar a los "delincuentes". (el pasamontañas se paga por separado).

*Todas las llamadas de relevancia a familiares, el arreglo con la policía local, el combustible de la van, el cable satelital de la televisión, materiales de higiene por la estadía y el maquillaje para las fotos de amenaza.

*Servicios del locutor telefónico, servicio de amenazas y redacción de cartas en letras recortadas de revistas. Cualquier otro detalle que considere relevante, será negociado a la hora de organizar el siniestro.

En caso de fallar el secuestro, Pasamontañas no se hace cargo de las consecuencias de tipo civil o penal, de las inconveniencias laborales o académicas, o de los chancletazos u otro tipo de agresión que pueda derivar de la actividad.

domingo, 20 de mayo de 2012

La Nueva Lectura Online



La realidad sorprende estos años con un fenómeno que, si bien no abarca a todo el planeta, reúne a una gran parte de la población mundial: Internet. Ésta red que interconecta información libre y de maneras gratuitas, sin restricciones para la mayoría de los paises, trajo varias dudas a los paradigmas clásicos y modernos de la literatura y el academicismo. Entre ellos encontramos el de la lectura y la necesidad de rever las características de la misma.
La estructura de los textos, de los contenidos y del fin que se persigue con ellos toma un rumbo inédito. La lectura, desde los tipos móviles de Gutenberg, fue limitada y paga. Era por entonces celosamente guardada y filtrada por las monarquías y las iglesias. Con el pasar de los años las nuevas gacetillas buscaron ampliar la masa de lectores, sin embargo, la información seguía teniendo un tope delimitado y una periodicidad. Cabe mencionar también los altísimos porcentajes de analfabetos de la época. Hasta entonces los formatos eran costosos de reproducir y sufrían cambios para su mejor venta o impresión. Nos es obvio, a su vez, que comenzaban por la tapa y terminaban por la contra tapa. Ni más, ni menos.
Terminando la guerra fría internet sale a la luz, aunque sin trascendencia inmediata. Es visto por profesionales como una serie de datos que viajan de un punto a otro en formas cifradas, en código binario. A medida que los hogares comienzan a manejar las conexiones dial-up, y los padres comienzan a dejar a sus hijos utilizar el internet más allá de los amenazantes virus, esa visión mecánica y utilitarista comienza a perder fuerza. En el 2011 ya podemos afirmar que hay jóvenes adultos que se criaron desde muy pequeños con internet en sus hogares y tienen una cultura adecuada al medio.
            Hoy en día, la Web es utilizada para casi todas las actividades que incluyan la comunicación: el periodismo, el cine, la música y la literatura como algunos ejemplos. Por esta razón la población mundial con acceso a un aparato con conexión se vio obligada a formar parte: incluso el núcleo duro de apáticos a las tecnologías tiene un correo electrónico o recurre a algún buscador online para adquirir información. En éste ensayo se intentará analizar uno de los cambios particulares de este medio, el cual ha traído consigo oportunidades antes imposibles y una nueva cultura: ¿Qué significa leer por internet?
            La tendencia general a la palabra “Lectura” nos lleva a pensar en libros completos, apuntes, o medios gráficos. El espectro de las nuevas lecturas en línea es más amplio y a la vez más reducido. Es más amplio en lo que a cantidad de información y opciones respecta: la cantidad de páginas web es prácticamente imposible de dimensionar y mucho menos lo es el contenido dentro de ellas. Aún así, el acceso es facilitado por una serie de buscadores entre los que resaltan Google, Yahoo!, entre otros. Es más acotado, por otro lado, en cuanto a la atención o la cantidad de información se toma como relevante. El problema principal de los usuarios del actual Internet no es la disponibilidad de información, sino el orden de la misma y la selección de aquello que se busca o requiere. Se tiene mucha información, pero hay que encontrar la que se busca.
            La lectura en línea es permanente y veloz. Puede juzgarse, a su vez, como superficial: es una búsqueda constante y esporádica. Es también objeto de análisis la preferencia de la lectura en papel. En general, las personas de uso seguido de internet no dudarían en elegir la impresión a la hora de leer un libro o estudiar un texto intensivamente. Este ensayo pretende, también, demostrar que es erróneo catalogar la nueva lectura como un efecto negativo o una deformación de la comunicación escrita. Simplemente persigue otros fines, complementarios con la “Lectura” tradicionalmente conceptualizada. El fin de la lectura en línea no es informar, transmitir ideas ni generar sentimientos: el fin es acercarnos a los textos que sí lo hacen y también a los autores y críticos de ellos. Mediante foros temáticos, redes sociales, páginas dedicadas o inclusive video blogs en páginas como YouTube o Vimeo, podemos conectarnos a la información deseada. Inclusive, es posible tomar contacto con escritores, críticos, directores o simples lectores con otras perspectivas: todo mediante Twitter, Tumblr o Facebook en menor medida. Todas medidas que enriquecen la lectura y la comprensión de la información.
            Ésta nueva modalidad también aporta a lo que rodea al texto: se puede conocer a los autores desde distintos puntos de vista, se puede entender un contexto mediante páginas informativas o enciclopédicas, como Wikipedia, concluyendo en una ubicación más integral de lo que se está leyendo. Es fácil entender qué, cómo y por qué la información está donde está y fue escrita como lo fue. Todo gracias a una lectura fugaz en internet. No es raro que el lector descubra temas de interés, que luego podrá estudiar más exhaustivamente y llegar a leer en cualquier plataforma.
            Otra contribución de la lectura y escritura on-line es la falta de modificaciones ajenas en el material. Son conocidas la tergiversación de información y las erróneas interpretaciones de los textos en sus distintas ediciones o traducciones. También las correcciones que puede sufrir el escrito a la hora de ser editado para la impresión alteran el contenido, esencial en algunos casos. (Para ejemplos, tipear “Error en la traducción” en el recuadro de búsqueda de www.Google.com). El texto que se presenta en línea está directamente relacionado con el interés de quién allí lo expone y, en los casos de ser publicados por su autor, no busca otro objeto sino el que le asignase a la hora de escribirlo. Éste fenómeno es más visible en los blogs personales o las redes sociales.
            Como toda herramienta de conocimiento, los usuarios deben tener una actitud razonable frente a la información. Reconociendo la infinidad de autores es casi inevitable instar a la mirada crítica de todo aquello que se presenta en la computadora. Si bien en los primeros años de formación académica, como la primaria o la secundaria, las personas no diferencian y discriminan la información, la adquisición del hábito se consigue fácilmente con la experiencia. Una idea saludable para la modernización de las instituciones puede ser enseñar métodos de búsqueda y reconocimiento crítico en internet.
            Como reacción a las nuevas formas de lectura y escritura, surgen una serie de mitos y supersticiones sobre el fenómeno, en manos de aquellos que las desconocen. La degradación del lenguaje y la adquisición de información errónea son los ejemplos más mencionados por docentes reacios a las nuevas tecnologías. No es falso el hecho de el uso del idioma abreviado o diferente con el fin de agilizar la escritura, sin embargo, hablar de una deformación del lenguaje o de el establecimiento de una forma de escritura errada en todos los ámbitos es, sin duda, una idea exagerada. Como los registros formales e informales, y las variaciones de los mismos, el registro virtual se adecúa a las necesidades del medio y siempre se es consciente de su uso. Con normalidad, cualquier usuario que escriba puede variar entre esos registros y dejar de lado las abreviaciones y las expresiones virtuales para retomar el idioma tal y como se le fue enseñado. La utilización de información errónea o de fuentes desconfiables tampoco es un dato falso, pero también es exagerado y omitiría el verdadero motivo por el que sucede. Como se ha mencionado anteriormente, la multiplicidad y facilidad con la cual es posible publicar información puede traer consigo la existencia de datos escritos con poco fundamento histórico o real. Es aquí donde ingresa el deber del usuario: seleccionar la información y reconocer aquella que está incompleta o no responde a lo que busca. Es posible, además, que la información muchas veces no sea errónea, sino que su subjetividad no responda a la del lector. En ese caso, la información sería deshecha siendo quizá tan o más real que la que se intenta explicar. Aunque no se pueda comprobar que la información siempre sea real, afirmar que sólo por ser extraída de internet es falsa, errónea o incompleta es falso. Es posible que sea un estereotipo heredado desde la idea de que quién tiene la cultura y la educación, además de los medios económicos, para constituir un libro o enciclopedia es más confiable que alguien que la construye bajo sus propios méritos y estudios de accesos baratos o gratuitos: subestimación que amerita un ensayo aparte.
            Concluyendo, la lectura online es una técnica actual que se diferencia ampliamente de la “lectura” en el concepto tradicional de libro o prensa. Éste método es una búsqueda y selección permanente de información que tiende a extender el área de lectura de los usuarios, a la vez que les facilita la tarea de encontrar aquello que precisan. Si bien los textos impresos ocupan hoy la preferencia en lo que se refiere a libros o apuntes catedráticos, el medio en línea de rastreo y expansión del conocimiento no tanto específico, sino integral, es una herramienta más que enriquecedora. Adquiridas las competencias para un uso crítico y superados los prejuicios de su carácter no convencional, Internet es uno de los hitos que definirá, en un futuro cercano, la cultura y la educación mundial. Queda en las instituciones de turno el deber de reconocer el medio como uno de los más enriquecedores, y, en pos de ello, generar políticas y programas educativos que admiren el uso de Internet como se reconoce a los libros o a cualquier otro tipo de comunicación. Una correcta conceptualización de la problemática virtual y sus soluciones, puede brindar oportunidades casi ilimitadas en lo social y cultural. Hoy saber leer no es simplemente reconocer los símbolos, sino entender aquello que rodea al significado. La lectura online es, para éste ensayo, el hecho más grande de expresión y acceso a distintos niveles de información, y, junto a su aporte de acercamiento lector-escritor, representan la reestructuración de la lengua escrita.

Ponencia en un congreso del CILE en la Facultad de Comunicación Social de la UNLP, 2011

Bruno Martínez

jueves, 17 de mayo de 2012

Martillazos



Algunos de ustedes me van a sacar de una patada cuando les cuente esto. No me van a creer, van a hacer el famoso chasquido de lengua y un "ándaaa" y yo no voy a hacer mucho por demostrarles que es cierto. Porque esta es una historia para explicar que suceden cosas raras ahí fuera, no para tener que andar dando explicaciones a los escépticos de siempre.

Vivo en un sexto piso, en un edificio en el centro de una ciudad bastante importante. Por motivos, mucho tiempo de mi vida sucede dentro de este departamento. A diferencia de la gente de corbata o de tacos, o de los barbudos de morral y alpargatas, yo existo mucho dentro de estas paredes. Justo ahora estoy entre ellas.

Conozco, por lo menos, 200 voces de telemárketers, y 500 de ciudadanos que llaman a mi hogar preguntandome si aquí está la clínica del Doctor Bruno. Yo soy Bruno, pero no soy Doctor. "No, mire, el consultorio cambió de número, ahora es un particular. No no, no sé el número nuevo. Creo que sigue estando sobre esa calle. Listo, no hay problema". Todos ellos están en algún lugar, en algún momento, cruzandose con mi vida de cueva iluminada. En mi departamento entra el sol al amanecer y al atardecer con igual intensidad.

Desde acá arriba se pueden observar muchas cosas con claridad. La calle que recorre el borde de un parque, un gran colegio secundario y mucha gente distraída, sin parar un segundo a mirar al cielo. Son hormiguitas que se mueven con swing, con estilo. Entre todas estas cosas, hay una obra en construcción a no más de dos cuadras de acá.

Lejos de escuchar los piropos elegantes, o la radio pasando música de aquellas épocas, lo que se oye a la distancia es el constante golpeteo de un martillo. Eterno. Todos los días, a partir de las 9:32 a.m., un repiqueteo pausado pero rítmico acompaña a mis numerosos despertadores. A veces un serrucho afinado en La que parece estar intentando dividir al medio una puerta de bóveda de un banco. Algún grito de instrucción, y eso. Eso todo el día. Hasta muy entrada la tarde, rozando las siete de la tarde, cuando se detiene repentino. Es entonces que desaparece hasta la mañana siguiente, como el gallo que cacarea.

De vez en cuando los observo trabajando colgados de algún andén, hablando o callados, concentrados en el revoque, en la moladora o comiendo un sanguche seguramente de bondiola. Los miro por la ventana donde entra el sol de la tarde, y ellos están allí dispuestos: tranquilos pero sonoros. Y así pasaron los meses desde que vivo acá y ellos construyen vaya uno a saber qué. Hasta un día muy particular.

Rondaban las quince horas. El sol no terminaba de entrar por ninguna de las dos ventanas. El retumbe del martilleo sonaba a la orden del día y los ruidos de tubos metálicos chocando ya no me llamaban la más mínima atención. Ya eran parte de mí, de la música que sonaba en mi computadora, de mis conversaciones por teléfono. Es por eso que cuando se detuvo repentino, a esa hora tan plena, sentí algo raro. Era como entrar en tu hogar de la infancia cuando no hay muebles. Era encontrarte con tus compañeros de la secundaria muchos años después. Todo se veía distinto, no sabía donde estaba ni que hacía ahí.

Era imposible que hayan terminado, ya que la semana pasada no iban ni por la estructura metálica del coloso de concreto. me acerqué a la ventana del sol de la tarde. Y observé la obra.

Un obrero con su casco y su mameluco polvoriento, estaba parado en una plataforma sostenida por una grúa. El miraba hacia el exacto lugar donde yo me encontraba. Estaba suspendido entre mi departamento y la obra y al verme hizo una gran reverencia. Giró sobre sí mismo y levantó ambas manos. En una tenía un destornillador y lo blandía en la punta de sus dedos. Cuando observé al edificio, un grupo numeroso de hombres estaban dispuestos en semicírculo a la grúa, en el último piso construido. Cada uno con una herramienta diferente, sentados algunos con martillos y sierras, y parados otros con taladros neumáticos y mezcladoras de cemento, miraban fijamente al obrero del destornillador.

Contó el hombre hasta tres, y comenzó a mover sus brazos con ritmo. Las moladoras comenzaron a cortar y paraban, y cortaban y paraban. La mezcladora de cemento giraba, y el hombre que la controlaba la golpeaba con un martillo envuelto en una musculosa, haciéndola sonar como un gong. Todas las herramientas comenzaron a sumarse y poco a poco, las melodías comenzaron a tomar coherencia. Ante mí tocaba una gran orquesta hosca. Sonidos metálicos, raspones y crujir de madera, todo se oía como una gran sinfonía que entraba en mi casa con total claridad a casi doscientos metros.

No voy a decir que "no podía creerlo", porque hasta el día de hoy calculo haber estado soñando. Los taladros y un hombre con una bolsa de clavos haciendo maracas. Todos sincronizados tocando una pieza para nada improvisada, con instrumentos inéditos. Entrenados y dirigidos por un destornillador, brindaron una pieza que duró tres minutos. A mi desconcierto le parecieron menos de un segundo. Atónito como estaba, no tomé la cámara para grabarlos. Ni siquiera tomé una foto para probar que realmente existían. Simplemente me dediqué a escuchar esa obra que se ejecutaba para mí.

Al terminar, todos los obreros que estaban sentados se pusieron de pié. El grupo entero, inclusive el director, miraron hacia mí y recibieron mi solitario (aunque eufórico) aplauso desde el sexto, mientras hacían una larga reverencia. Apenas pasaron unos segundos, y todos estaban de vuelta en su labor, con los martilleos cotidianos y el serruchar chillón.

Me tomó varios minutos entender lo que había sucedido y muchas semanas convencerme que había sido real. Nunca me animé a acercarme a la obra. Durante los próximos días del concierto, me acerqué a mirar por la ventana de la tarde. Todos se comportaban como si nada hubiese ocurrido. El tiempo pasó y el hecho sólo se tornó una historia que cuento a mis amigos y familiares. Ellos me dicen que es un delirio, que es imposible, que no puede ser que me hayan dedicado una pieza musical un grupo de obreros, que es imposible que me hayan visto desde tan lejos. Que un obrero nunca se arriesgaría a estar suspendido en el aire con una grúa.


Pero lo que nunca pudieron negar es que no soy la misma persona desde entonces. Ni que siempre, pero siempre, hay alguien dispuesto a darle música a nuestra vida. Sea con una guitarra o con un destornillador.

domingo, 6 de mayo de 2012

Tríada Malhechora

Son dos voces las que oigo.
Una es la dulce, la que me dice que es preciso detenerse y razonar. Que la vida vale más que mil palabras y que la última de todas nunca va a ser mejor que la primera. Que me relaje, que observe soñoliento la vida pasar, y que ni siquiera en las últimas pestañas del sol encuentre un apuro. Pero la otra es más fuerte, pero más suave.
La otra me dice que mis ojos están cerrados. Se pregunta sin creerlo por qué aún no soy un ave. Por qué, se preguntará la voz fuerte, por qué el mundo sigue tranquilo sin mi voluntad volcada del vaso. Me increpa. Me dice que la otra voz es falible, que la otra voz no entiende de razones y que nunca ha logrado nada. Ninguna de las dos lo ha hecho: la única que logra cosas es mi voluntad.
Ah! cómo se pelean por mi voluntad las voces. Cómo me quieren convencer a mí, intermediario entre las tres, para poner a trabajar a mi voluntad. Ella, motor tranquilo y expectante de mí. Y yo, tan indeciso, no escuchando a nadie y tapando mis oídos con música y voces de otras personas. Oscureciendo mi vista con voluntades ajenas brillantes, hasta relampagueantes.
Y yo a quién le voy a explicar lo de mis voces. Si la locura hoy no se entiende, y la coherencia se esquiva, quién va a entender que no soy yo ni ello, sino una linea recta entre dos objetos que se odian, y otro que no entiende su papel en todo eso? A quién le cuento que necesito saber cómo saber, y que no puedo actuar si no sé para donde actuar? Intento, pero nunca funciona. La gente le tiene miedo a lo desconocido. La gente grande, porque los niños a lo único que temen es a los miedos que les inyectan. Los niños son curiosos porque son recipientes puros de bravura vulnerable. Se enfrentarían al mismo dios si no les dijeran que no pueden contra él. Y cuánto podrían, si los imbéciles de los adultos nos calláramos!. Cuánto podría un niño si un adulto no tuviera que meterse en su camino, con sus mil frustraciones y peleas, para arruinarlo. Y así fabricamos más destruyedioses.
Pero así es la vida. Así, escrita. Donde no hay más que hablar de lo que ya se ha hablado, y las voces que siguen peleandosé por mi voluntad, mermada esta última por la necesidad de escribir.

Y las letras escritas como mi mensaje indirecto a las voces para decirles que se callen porque, con tanto ruido, no se puede ser niño.

martes, 1 de mayo de 2012

Trombón



“Es un mono rascándose el culo”. El primate, indefectiblemente, se rascaba el culo. “Si, es un orangután. Es de la familia de los primates” insistió la guía. Llevar a mi primo al zoológico siempre fue un espectáculo. El chiquito no tiene noción del mundo que lo rodea. La etiqueta, para él, no es un código de conducta: es una cosa que le molesta en el cuello y que debe ser arrancada.

         Terminó el recorrido turístico. El chiquilín me tomó de la mano mientras caminábamos. “¿Por qué no me ponen a mí en una jaula? Así vienen los monos y se rién de cómo yo me rasco el culo, o me como los mocos” Decía el atolondrado. Le ofrecí un helado y aceptó. Nos sentamos en una mesa plástica renga. El pibe me miraba con el ceño fruncido cuando el soporte bailoteaba sobre un centímetro de pata que no existía. “Se va a caer todo a la caca” me decía. Por qué no escribo todo esto, pensé y lo guardé junto a mis otras ideas criogenizadas.

         Seguimos camino y el retoño se aproximó a la jaula de los elefantes. Los nenes tiraban maní desde lejos, alguno con mucho coraje, le daba una manzana en la trompa. Así estaba ese Dumbo horrible y rasposo. Manteníamos distancia, pero a tazmania le picaba todo. Era une elefante verdadero. Gigante, gris, amansado por años de barrotes. Y él tan cerca. “Le quiero dar una manzana”. Yo siempre fui muy inocente, por eso le creí. Le compramos la fruta a un viejo arrugado y con pocos dientes, que trataba a los niños como sus nietos favoritos. “Tomá, dásela a Trombón (así se llamaba el elefante). Le acercás la mano y el la agarra solito” le dijo. El chiquito asintió con la cabeza con fuerza, pero pensante. Tramante, diría más bien. Así es la cara que se dibujó en él, tan con el pelito raya al costado, tan adorado por su tía. Tan maquiavélico.

         “Trooombooo oooon” canturreaba. El elefante movía las orejas y la cola era poco más que un péndulo enchastrado de excremento. Las moscas la acompañaban, pero no se sentían para nada en peligro. “Trooooombiiiii”: ya había entrado en confianza. El elefante comenzó a desplazarse colosal por la arena sacada de algún borde de río. Hasta el día de hoy me pregunto si reconoció el llamado de alguno de los guardaparques, o si su madre elefanta lo llamaba de esa manera cuando la comida estaba servida. Sea como sea, el elefante se concentró pleno en el niñato que, con el barandal en la cadera, se estiraba lo más posible para facilitar la manzana. Cuando su trompa estaba a centímetros de la fruta, y mientras yo miraba la escena como si fuese la película de Bill Murray y la elefanta, mi sobrinito, cual tití, tomó la trompa con el brazo libre y de un tirón se subió a ella.

          Yo, entre sorprendido, cinéfilo y asustado, me quedé atónito mientras mi responsabilidad ascendía a un elefante extraño. No sabía si el elefante tenía licencia de llevar niños, o sí mi mocoso tenía la de montar elefantes. El viejo Abuelo de Todos se empezó a reir, como diciendo “Oh, Tromboncillo, eres un picarón” mientras el nene subía sin emitir un ruido: era como si estar sobre Trombón fuese un destino escrito para él.

         Cuando entendí lo que estaba sucediendo, el elefante se llevó al nene a su cabeza. Éste se sentó encima, con las patas arqueadas, y con la cara radiante. Yo corriendo y gritándole a todos los que reconocía como parte del zoológico: al guardaparques, al viejo, a los otros nenes, al payaso vendiendo globos metalizados con dibujos de Ben10, al policía mandando mensajes de texto. A todos. El elefante decidió que sería lindo dar una vuelta, así que le dio la espalda a todos lo nenes que le tiraban maníes y que le decían a las mamás que miren el nene que montaba a Trombón, que por qué ellos no podían, que no se valía y que te calmes y no me hagas hacerte pasar vergüenza en frente de todos los nenes.

         Una chica, la supuesta experta en elefantes, se acercó a las corridas. Tenía uno de esos identificadores que tiene la gente importante en los eventos ¡y cómo bailaba en la carrera!. Cuando llegó, comenzó a gritarle al elefante palabras clave en un idioma extraño, que después me vengo a enterar, era castellano, sólo que ella era de La Rioja. El elefante la miraba dándole la espalda, como diciendo “¿No ves que lo estoy paseando?” y el otro, arriba, como un zhar orgullosísimo de sí mismo.

         Después de media hora de hablarle a Trombón, de sobornarlo con toda clase de manjares paquidérmicos, el coloso bajó al mocoso al piso. Me fue entregado en mano y así nomás me lo llevé para la casa. Al principio comencé a regañarlo, que me había preocupado, que es una cosa muy fea asustar a la gente que te está cuidando. Pero era tanta, pero TANTA la satisfacción, la paz, que tenía dibujada en la sonrisa, que entendí que eso había sido una mejor experiencia para él, que una mala pasada para mí.

         Ahí entendí que el muchachito había montado un elefante, y que a mí me hubiera encantado hacerlo a su edad. Y que los sermones están vencidos ante tal historia. Así que, el resto del camino, estuvimos hablando de cómo se veía todo desde Trombón, de su olor, y de que, tal vez, lo que él quisiera hacer el resto de su vida era cuidar y jugar con elefantes. “No me gusta que estén encerrados. Yo quiero que estén como en el campo, para que puedan andar, y comer pastito donde quieran. Así los cuidaría yo, cuando lo necesiten nomás. ¡Después que anden panchos por donde más quieran!” y movía las manitos. “Mirá que si después los querés montar, tenés que sacar una licencia” le dije yo. “¿¡De verdad!?”. Así le conté de cómo se entrenan las personas para montar elefantes. Al llegar a su casa, pasando las vías del tren, entendí que quizás sí, que quizá la gente se entrenaba para montar elefantes y también era probable que tuvieran que tener alguna especie de licencia.

Lo dejé en su casa y la historia no se la contamos a su madre, no todavía. Pero a él le encantaron los elefantes. Este año entró a la facultad de ciencias naturales, y me dijo que no, que no existen las licencias para montar elefantes, pero que si quería, si tenía ganas y tiempo, que podía montar uno de los que cuida, que no le iba a contar a nadie, y que, como siempre, quedaría entre nosotros, la Riojana y el Abuelo de Todos.

domingo, 15 de abril de 2012

Desde un principio.






Todo comienza cuando se muere.







Él entra tranquilamente a la habitación. Se quita el saco, se desata los cordones duros de sus zapatos y enfila para la cocina. Mira hacia el baño y, cuando lo ve, se muere.

Antes, va por la ruta con el auto, pensando en todo eso. Gira una o dos calles, va siempre dentro de su carril. Lleva las luces altas y no puede frenar sus maquinaciones. Llega a su casa, se baja del coche, se saca los zapatos, mira al baño. Lo ve ahí, y se muere.

Está bueno el café, le dice a la secretaria dientona que se lo sirve. Está trabajando muy tranquilo hoy. Es raro que el cansancio no le rasqueteé las rodillas, ni le empuje los ojos. Las horas pasan volando, se despide de la dientona y del resto. Le gusta esa mujer, pero no puede hacer nada. Eso también piensa cuando va en el auto por la autopista, en su carril correspondiente. Llega a su casa, entra, pasa por el pasillo, mira al baño. Se muere.

Suena Gloria Gaynor. No le agrada en lo más mínimo cómo canta. Pero el locutor, para él, ya es como un amigo. Por eso la tolera y no cambia el dial. Qué suerte que hay música, dice en voz alta para su hermana que está en el asiento del acompañante. Es de día y hace calor. Imaginate este tránsito sin música. Ella no contesta porque no quiere. Hace meses que está mal, que está triste. Él se siente un estúpido, porque no le responde. La deja en su trabajo en la perfumería y se va a trabajar. Toma un café. Se hace ojitos con la secretaria dientona, junta papeles, tira papeles, escribe papeles. Termina, rápido sin saber por qué, y se va a su casa. Hace el mismo camino que a la ida. Llega a su destino, se baja. Entra, se saca los zapatos y el saco. Camina por el pasillo, mira hacia al baño. Lo ve, muy nítido, y se muere.

La tostada tiene un gusto rarísimo, como a metal. Él sabe como es el gusto de metal, porque cuando era chico mordía los clips en la oficina de su papá. Las tostadas le recuerdan a sus padres. Los extraña. Algo le dice que soñó con ellos, porque hoy los tiene muy presentes. Revuelve mucho el café y lo enfría. Ahora es un líquido amargo y nada más. Prende la televisión, y no le presta mucha atención. Chequea los mails y responde algunos. Piensa en la tecnología. Tiene sueño, pero se pone la corbata y se sube al auto para ir a trabajar. Tiene que pasar a buscar a su hermana. Todavía vive en la casa donde vivía su papá después de divorciarse. Hay muchas cosas que lo hacen acordarse de los años que vivieron juntos. Pero no le gusta entrar. Su hermana sale y se sube. Tiene que abrir la puerta varias veces, porque no la cierra con fuerza. Él la mira preocupado. No entiende a la psicóloga. Dice que ella está bien. La lleva al trabajo y allí se baja, cabizbaja. Él la mira pasar por delante del auto hacia la perfumería. Llega tarde al trabajo. Sube el ascensor de las oficinas. Golpea el sello acá y allá. Firma. Pide un café, y la dientona le sonríe. Algo que lo tranquiliza y lo hace sentirse mejor. Piensa qué haría con ella, y el día se pasa volando. Sale del edificio, prende el Corsa y sale hacia la autopista. En la noche, las luces cortan lo oscuro y el camino, por alguna razón, es más corto. Abre la puerta, se desata los cordones y camina hacia la cocina para comer una naranja. Mira hacia el baño. Lo ve entre el inodoro y la bañera. Muere.

Sueña con su padre. Él lo mira fijamente a los ojos. Es un niño y está siendo regañado. Debiste cuidar mejor de tu hermana, le gruñe. La imagen cambia, y una especie de espejo lo muestra en su baño. El tiene la corbata mal anudada y no puede hacer nada para arreglarlo. Se frustra, y corre en alguna dirección. Aparece la dientona que sonríe enormemente. El se siente atractivo. Ve un baño y un terror helado le recorre la columna. Se despierta. El café sabe bien, como las galletas rellenas. Revisa su casilla electrónica y responde, piensa en la dientona. Busca noticias en la web y se informa. Hace ya dos años que su padre murió. Recuerda a su padre bailando rock con su madre. También se acuerda de la salsa casera filtrándose por su barba, los domingos al mediodía. Se sube al Corsa que le compró a su madre y va a buscar a su hermana. Algo se ve extraño en la autopista. Llega a la vieja casa de su padre, con el jardín descuidado y la puerta a medio despintar. Su hermana sale a la tercera bocina, y se sube al auto de un portazo. Hoy hace dos años que falleció papá, le dice. Ella no responde. ¿Me vas a acompañar? Ella lo mira, piensa y accede. La deja en la perfumería y la ve caminar extrañada pero enérgica. Ingresa en su edificio. Todos hoy se ven tranquilos. Corta papeles con la guillotina, plastifica unas cédulas. Entra en internet y busca las fotos que almacenó hace unos años. En una, están todos sonrientes. Las muñecas y los brazos de su padre moretoneados por el forcejeo de sus dos hijos y su mujer que lo mira inexpresiva desde el lado opuesto. La dientona lo interrumpe para ofrecerle un café. Él le agradece, pero no quiere. Le ofrece sentarse un momento. Ella se sienta y él le cuenta la historia de la foto . Le dice que ya pasaron dos años desde que no está en este mundo. Ella se emociona, pero no lo dice. Sonríe y le agradece de corazón la historia, pero ahora tiene que volver a trabajar. Quizás puedan seguir la charla después del trabajo. Él le dice que no puede, pero que mañana estará encantado. Termina la jornada. Busca a su hermana en la perfumería. Ella tiene un ramo de jazmines. El auto se impregna de un aroma suave. La autopista oscura por la noche es distinta. Entran al cementerio a pie, buscando la lápida. Ella habla animada, pero en voz baja: como si alguien pudiese molestarse. Dejan los jazmines junto al epitafio, se sientan y charlan sobre sus padres. Están casi media hora hasta que el celador les dice que van a cerrar. Se suben al auto y van a cenar fuera. Él le pregunta qué es lo que le pasa últimamente. Ella le dice que se siente alejada de él. Que extraña a sus padres, que se siente sola. Que todo en la casa donde está le recuerda a su familia. Siente que todos la dejaron atrás. Él la entiende y le pide perdón. Comen tallarines con salsa casera. Se hace de madrugada. Ella está cansada y su hermano le ofrece quedarse en su casa. A ella le encantaría. Estacionan el auto en el garage, se bajan. Él se saca los zapatos y el saco. Ella el abrigo y los tacos. Él se queda inmóvil en la habitación, de cara al baño. Paso a paso, lento y seguro, se acerca y toma el picaporte cuidando de no mirar dentro. Cierra y traba la puerta con la llave que tiene en la mesa de noche.

Hoy ya es demasiado tarde para morirse.

sábado, 7 de abril de 2012

Mongomery

"Un delicado saco de paño de cola de camello que busca fundir la elegancia con el confort. Diseñado en las tiendas mas profesionales del Soho londinense. Estos abrigos que simulan a los mongomery de principios del siglo XX buscan vestir con esbeltez a quien sienta a su gusto el look ingles victoriano, un clásico que ha trascendido las épocas, mantienen los récords en premios europeos de diseño y confección de moda. En esta foto podemos observar a Sir Williams tomar el te en la Royal Tea House, a metros del Buckinham Palace, en su sencillo pero siempre fino saco de paño verde inglés. Paga la cuenta y se prepara para un arduo día de trabajo en la City de Londres, donde lo aguarda un estresante día de labor, en la bolsa de Londres. Pero no son solo los hombres quienes pueden lucir esta prenda lujosa y a la vez accesible: aquí vemos una foto de la princesa Kate atravesando el Ivory Bridge con su mongomery de tela rojo ladrillo, mientras saluda a la cámara con su sensual sonrisa. Son años dorados para esta prenda que oscila entre lo moderno y lo tradicional, ajustado a la cintura con glamour pero sin alcanzar a ser una vestimenta cargada. Un excelente ejemplo de la cuota sabia entre sencillez y estética, entre lo antiguo y lo moderno. Todas cualidades equilibradas que el, o la, londinense actual busca en su quehacer diario y en la vida cotidiana urbana"

'Fabe, ¿Que haces?' 'Estaba leyendo esta revista...' dijo el niño bajando la cabeza.

'Bueno ¿y a que esperas? Hay mucho trabajo y tenemos que estar en casa para recibir a tu padre. Sabes como se pone cuando no estamos para recibirlo. ¿Como se pone?'

'Muy triste' responde Fabé de memoria, a la vez que tira la revista al montón. Las gaviotas, por el estruendo, se alejan volando.

Los cacareos y graznidos continúan en el basurero. Mucha moda se recicla ese día, en algún paraje desolado de la savanna nigeriana.

jueves, 5 de abril de 2012

¿Por qué nos gusta viajar?

Siempre es entretenido elaborar teorías sobre misterios ( o certezas ) que no se quien reconocer. Mas que entretenido, es una parte de la sed de categorizar todo. Las situaciones me ponen a pensar: ¿Por qué nos gusta tanto viajar? Quizás peque de iluso diciendo que a TODOS les gusta, sin embargo, presumiré que quienes me leen, por ese algo profundo que nos une tan invisiblemente, lo aprecian tanto como yo. Viajar nos estimula, nos enriquece, nos llama la atención, nos despierta, nos distrae de los problemas y nos lleva a momentos pasados que no conocemos y que, mucho menos, hemos vivido. Básicamente, viajar nos obliga a apagar la costumbre, a cambiar los anteojos grises con los que vemos nuestro hogar y que son tan inútiles para ver otros lugares. Nos obliga a ver con curiosidad a las personas, a adivinar las 7 diferencias entre un francés y un colombiano, un juego de un rosarino, una porteña de una catalana. Nos obliga a probar nuevas comidas, a concentrarse en los aromas, en oír la música en los caminos o a preguntarse qué diantres te intenta de decir el marroquí que le esta poniendo nutella a tu panqueque gigante, y por que carancho le dicen crepe. Perdonen si pienso demasiado, pero todo eso significa, de una manera un tanto rebuscada, el volver a ser un niño. Es reconcentrarse en la sentidos y agudizarlos, detenerse en cada detalle, y que el tiempo pase lento. Grabar en la memoria, aprender, charlar, reirte, sorprenderse de uno mismo, moverse. Reconocer cuando uno esta en su hogar, o en el de otro. El mero hecho de no saber las reglas, de tener que observar como se maneja otra persona para imitarla, no es alejado a aprender a caminar o a limpiarse después del baño. En la psicología se enuncian varias pautas o estratos de socialización. Es ese momento o grupo con quienes tomamos contacto y formamos nuestra personalidad: la familia primero, la escuela después y el trabajo al ultimo. Considero ya, a esta altura (poca) de la vida, que conocer otras culturas es otra de esas socializaciones. Entender la cultura propia en contraste con las ajenas, comprender los origines o las diferencias reales históricas o simplemente saber que, en otro lugar del mundo, la gente come el arroz con leche caliente como cena, sabes que algunos toman café con ron, o que comen pez espada frito con bananas, o que llevan turbantes y barbas largas. O que hay niños que son hombres cuando deberían ser simplemente niños. Me resulta difícil separar lo que soy, de lo que he viajado. No puedo verme pensando en la pobreza, si no hubiese conocido buenos aires, o la ostentación si no hubiera pisado el palacio de Versalles. Tampoco podría dimensionar la injusticia sino supiera que las murallas de Cartagena están unidas por arena con sangre de buey y de esclavos negros. Tampoco hablaría sobre lo oscuro del desarrollismo, si no supiera los miles que murieron construyendo el canal de Panamá. Tampoco podría conseguir la pasión si no hubiese hablado con un fanático de Rosario central perdiendose su primer partido en 5 años, no podría entender el amor, si no hubiese visto la pareja de bretones que conocí en Mendoza, viviendo y recorriendo la argentina juntos, peleando se como hermanitos y queriendose como viejos inquietos. No hubiera entendido lo que es la riqueza de escribir, si no hubiese vivido tantas cosas dignas de ser escritas. Y no sabría por que escribir si no abrazara la idea de que compartir es el verdadero sentido de mi vida.

domingo, 1 de abril de 2012

Todo esto hice.

Lector, he pecado. Llevo mas de 20 días de viaje, y los hechos superaron mi escribir. He estado en altamar, agarrando cada baranda de escalera a punto vomito, he tocado un piano de media cola frente a una pianista virtuosisima, he besado un pulpo y a una corvina, he bailado canciones de los sesenta vestido de blanco, he hablado con un payaso que me declaro haber comenzado su profesión vendiendo cuestiones ilícitas, he visto un muchacho de 17 años alardeando un libro con una tapa nazi bordeado de dorado y alabando las acciones fascistas, me amiste con quien supongo uno de los futuros cineastas de Rosario (aun con 19 años), he charlado de dios, del amor y de la felicidad con muchachos de 15 años, y he sentido algo que no sentía hace tanto: la juventud hoy es inimaginablemente consciente del tiempo y de la verdadera agonía. He recuperado la esperanza, he forjado amistades, he visto gente con verdadera felicidad en su futuro. He pisado Portugal, Brasil y España. He visto Marruecos y Cabo Verde a la lejanía. Dije ya que bese a un pulpo? Recordé viejos amores, entendi los nuevos e imite el acento chileno a pedido. Redescubri viejos miedos en otras personas, y rescate viejas seguridades de otras. Pensé otra vez en mi futuro, me replantee mi profesión, encontré motivos para viajar, genere un ojo extrañamente comercial e innovador, entendí lo que es querer mejorar y revalorar la tierra propia. Me comí muchas palabras y entendí que algunas eran mas ciertas de lo que creía. Oí mucha música que decía repudiar y ahora entiendo su real sentido. Vi a los ojos a personas que quieren cambiar al mundo, y también a quienes realmente ignoran a sus pares. Pasee por Funchal, en bosques olorosos y revitalizantes, hable con filipinos y brasileros. Escuche a un mozo decirme que los explotaban, vi a mis amigos llevar comida buena a las mujeres que limpian las habitaciones. He charlado con un colombiano que me revelo la palabra parcero. Conocí a un arquitecto consumado totalmente a su profesión, y a una muchacha que lleva la misma profesión en sus venas, visible a sus pocos 16 años. Charle de fantasmas por un lado, de ciencia por otro, vi al sol y lo confundí con la luna. Me sentí en el medio de la misma nada, me imagine como naufrago. Sentí la desesperación de los cuatro horizontes azules. Me amiste con gente hermosa e infantil. Explote la imaginación como tanto deseaba hacer desde años pasados. Reconsidere los conceptos que tan firme sostuve y abrace personas que no conocía para que no lloren mas, porque la vida era peor de lo que pensaban. Me recomendaron cien películas mas de las ya recomendadas. Lleve muchísimas lecturas para no leer mas de una. Me compre una tablet y corrí buscando señal de internet. Me sentí otro idiota burgués, me sentí un consciente anarquista, me sentí un camisetero, me sentí un niño, me sentí un filosofo. Viví en una realidad alterna y al otro día vi una manifestación en Valencia, entrevistando a un hombre disfrazado de pancarta. Vi magos y cantantes. Llore con la narración de un pasajero, que hablaba sobre la vejez, el amor y la felicidad. Este es el ultimo párrafo de "cuando seamos viejos": "Cuando seamos viejos Yo te prometo, compañera mia Serán nuestros años plenos de dulzura Serán nuestras horas llenas de poesía Andaremos juntos, viejitos inquietos Las cuatro estaciones de un mundo de nietos Y veras, vida mía, que miente el espejo Pues aun seremos novios Cuando seamos viejos" Ayude a una niña a quitarle la patita a su bicicleta, y me agradeció en portugués. Y le sonreí a un pakistaní en castellano.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Llamador de Ángeles

       Llamador de ángeles les dicen. Esas campanitas en forma de tubo tan dulces que suenan cuando salgo de la florería. El tintineo me acompaña con el correr de las cuadras y le dan algo de curioso y nuevo a las huellas invisibles que voy dejando en el cemento seco. Brillan las ventanas con el sol en derrape de las seis de la tarde.
      Los bulevares de la ciudad siempre son el camino más largo, pero no pierdo la oportunidad de tomarlos. Por ellos llego más rápido. Acomodo las orquídeas y el papel que las envuelve cruje. Estoy de buen humor. La penumbra de todos los días se hace a un lado para despejar tu miércoles. Cruzo la calle por el medio y comienzo a pisar el césped.
       Era quizás ayer cuando veía tu pelo alborotador no quedarse detrás de tu oreja. Y vos impaciente chistabas, igual a tu madre. Buscabas un aro que se te había caído en una siesta accidental y yo junto a vos revisando bajo todo sofá y mesa que existiera en nuestra casa. Siempre fuiste tan despistada. Me limpiaste el pantalón de polvo y te convenciste de que no importaba, que aparecería algún día. No lo vimos más y su hermano huérfano tuvo que quedar rezagado al fondo de la cómoda. No lloraste porque siempre te jactaste de darle valor a lo importante. Pero sufriste mucho.
       Debería ser otoño, pero es verano. Mi caminar a ritmo de vals recorre tranquilo y sonriente el camino entre vos y yo.
      Te recuerdo de color café y blanco. Quizás porque así me despertabas antes del trabajo, ya vestida y apurada, peleándote con el mechón insurrecto y provocador. Usando invisibles para el pelo por montón, mirándome reír de tu jaleo y enojándote más. Ser hombre es más fácil, te gustaba decir.
      Todavía te oigo criticar el noticiero. Quejarte del transporte público, de las refriegas eleccionarias, de la inutilidad del periodismo. Todo hasta que me veías ladear la cabeza y reírme. Qué poco en serio que te tomé todo este tiempo. También oigo la puerta y el estruendo de ella al cerrarse.
      Me hirió mucho verte tan destrozada. Los gritos siempre fueron mi debilidad y los usaste en mi contra. Lo que yo supe todo el tiempo en silencio, es que también eran tu flaqueza. Zamarreaste los cajones con brusquedad y metiste de a puñados tus blusas y tus bufandas en la valija abierta sobre la cama. Mirabas con los ojos desencajados y yo no entendía qué hacer. Pero vos estabas decidida. Entre las telas cayó la caja incompleta de los aros y la pateaste con fuerza. La cajita se perdió debajo del armario y seguiste guardando.
       Te molestaban los anteojos. Cuando tomabas un libro fruncías el ceño y comprobabas constantemente si realmente los necesitabas, si el doctor no era un incompetente más. Tenías miedo a tener marcas en la sien como las mías, a perderlos o a sentarte sobre ellos. Pero te veías como una niña haciéndole caras al libro que, pobre, no entendería todo el ajetreo.
       Estoy llegando tarde. Pero no puedo caminar más rápido. Sé que vas a estar ahí, esperándome. Siempre estuviste. Nunca fue difícil sacarte una sonrisa ¿por qué hoy sería diferente? Cruzo el portón.
      Salí de la casa detrás de vos, a paso agigantado, buscando detenerte. Pero no, seguiste hasta la esquina lagrimeando del enojo, con tu bolso a cuestas raspando el asfalto. Me quedé inmóvil y te vi oscurecerte. Saliste tarde de casa y el repique de tus zapatos se escuchó hasta que tu figura café parecía otra de las luces de la madrugada.
       Estas orquídeas necesitan agua. Siempre te apuraste a poner las flores a beber, porque el aroma te suma años, te recuerdo decir. Los árboles dejan sombras caprichosas que se mecen en mi camino y abandono el sendero. Me interno en los jardines coloridos hasta donde estás. Me acomodo la corbata, me palpo el bolsillo y aún están ahí.
        Me tomé un café cuando te fuiste, hablé con unos amigos para diluir la tristeza y el enojo. No podía ser que hayas perdido un aro dentro de la casa y no lo hayamos encontrado. Giré los colchones, estiré mantas, vacié los armarios ya esqueléticos sin tu ropa, me arrastré por la cocina hasta que bajo la cortina lo vi asomarse reluciente. Los aros de plata que te regalaron para tu cumpleaños cuando fuiste a mi casa ya estaban en su cajita y yo sentía que había reparado todo el daño y que no tenías motivo para seguir enojada con mis debilidades.
        Te di tiempo. Mi madre llamó al otro mediodía. Estaba alejada, sombría. Cómo me hizo llorar, cuántas cosas oí decirle en voz baja. Cómo grité cuando supe. Mi propia madre, siempre tan tranquila, no podía darme más razones para ser feliz, para seguir sonriendo. Te imagino en ese momento, aún corriendo borrosa por las calles apagadas, buscando tranquilizarte. Me recuerdo de cuclillas bajo el sofá que te sostuvo sólo horas antes. Ahora todo se ve color café. Te oigo en cada rincón. Te imagino iluminada y distraída, espantada. Veo aún, tortuosa mi imaginación, tu ropa girando al viento y el crujir metálico del vehículo.
       Pero ahora todo es distinto. Voy a tu encuentro con una sorpresa para vos y para todos. Ellos esperaban: una muchedumbre apretada, a pesar de los amplios espacios del aire libre. Me acerqué y te vi apacible, recostada. Estabas seria, pero no habías cambiado mucho. Recogí ese mechón despreciable y lo puse detrás de tu oreja. Te saqué esos aros tan poco de tu estilo y te puse los de plata. Mi hermano me abraza con los ojos brillantes. Qué buena elección, que te encantan, siempre se lo decías y él siempre orgulloso.
       El resto fue tranquilo. Descendiste bajo la voz de un hombre que sólo tu madre oía. Nosotros te veíamos a vos. Yo veía descender allí todo lo que me enseñó que es posible ser feliz, en un mundo que no está acostumbrado a sonreír.