viernes, 25 de mayo de 2012

Pasamontañas Inc.

Algunas veces vine con historias. Otras con pensamientos, con reflexiones. A veces vengo con crónicas y la vida real se inmiscuye un poco con lo irreal. Unas veces hasta supe darle el nombre de "Personajes" a gente que conocí y que hacen un poco más raro el vivir.
Pero hoy les vengo con otro espíritu. Hoy vengo con esta oferta tremenda, de esas que merecen estar en la tele, o en la revista esa que leen ustedes, las personas.








Esto es inédito, atentos:

¿Acaso se encuentra usted cansado de tener que recurrir a reuniones aburridas de trabajo? ¿La clase de lógica de su universidad le parece inservible para ser licenciado en política? ¿Creé que no es necesario saber las leyes para poder ser periodista? ¿Creé que bautizar a su hijo es sólo para que sus abuelos estén contentos? Si es así, escuche la oferta que tenemos para usted:

Es el flamante servicio de auto-secuestros "Pasamontañas" ¡SI! Oyó usted bien: ¡Auto-secuestro!

Imaginesé teniendo que asistir a uno de esos aburridos eventos familiares, o al cumpleaños de su pequeña hija y sus revoltosos, sin mencionar poco pulcros, amiguitos del jardín de infantes. Cientos de dólares se van por el caño con cada mordisco a un hot-dog, con cada mantel plástico estampado con el  dibujo animado de temporada. Usted no sabe que hacer, ¡pero no desespere!

Contactándose con nuestra empresa con una semana de antelación, podremos solucionar ese engorroso problema que un joven ejecutivo como usted no merece sufrir. Mediante métodos estudiados de las ciudades más grandes y peligrosas del mundo, nuestros "agentes" podrán salvarlo de ese aprieto. De una manera altamente personalizable, ¡podremos simular un secuestro, donde usted será privado de su libertad! ... o al menos eso pensará su suegra antes de la cena de navidad.

Saliendo de su hogar, de camino a un baby shower, mientras compraba una corbata de seda para su reunión, en el camino a la obra donde actúa su hija: de la misma nada, un grupo armado y cubierto con nuestro símbolo emblemático, un Pasamontañas, lo tomarán cautivo en un vehículo adecuadamente camuflado según la situación.

Cada una de las características del secuestro serán exhaustivamente revisadas con el cliente, o "víctima", que podrá decidir el lugar donde se efectuará el secuetro, la cantidad de testigos que le parece conveniente, la cantidad de tiempo que necesita estar cautivo (obviamente, todo con su correspondiente tarifa) y todos los detalles que son relevantes a la hora de ser secuestrado.

¡Ya no tendrá que aferrarse a sus amigos médicos para que le den un certíficado del hospital! ¡Olvídese de humillarse frente a su jefe de piso! ¡Llame a Pasamontañas y comience a ser una víctima de la inseguridad, del sistema y de la malicia del ser humano!

Su familia revalorizará su vida, reencenderá su matrimonio, sus amigos lo respetarán como alguien con experiencias perturbadoras, y las damas se ruborizarán cuando cuente la historia con intensidad. Todo gracias a Pasamontañas.

¡No espere a ser devorado por sus responsabilidades! ¡Participe de nuestro servicio, Pasamontañas, y recupere el brillo y la acción que tenía su vida en su adolescencia!


La tarifa por períodos de cautiverio incluye:

*3 (tres) comidas diarias, correspondientes al desayuno, al almuerzo y a la cena. El opcional "merienda" se cobra aparte dentro de la van.

*Utilerías de recuerdo para probar la veracidad del secuestro: cartas que pudo haber escrito en la cautiverio, la venda con que lo mantuvieron ciego, o incluso un pasamontañas que logró robar a los "delincuentes". (el pasamontañas se paga por separado).

*Todas las llamadas de relevancia a familiares, el arreglo con la policía local, el combustible de la van, el cable satelital de la televisión, materiales de higiene por la estadía y el maquillaje para las fotos de amenaza.

*Servicios del locutor telefónico, servicio de amenazas y redacción de cartas en letras recortadas de revistas. Cualquier otro detalle que considere relevante, será negociado a la hora de organizar el siniestro.

En caso de fallar el secuestro, Pasamontañas no se hace cargo de las consecuencias de tipo civil o penal, de las inconveniencias laborales o académicas, o de los chancletazos u otro tipo de agresión que pueda derivar de la actividad.

domingo, 20 de mayo de 2012

La Nueva Lectura Online



La realidad sorprende estos años con un fenómeno que, si bien no abarca a todo el planeta, reúne a una gran parte de la población mundial: Internet. Ésta red que interconecta información libre y de maneras gratuitas, sin restricciones para la mayoría de los paises, trajo varias dudas a los paradigmas clásicos y modernos de la literatura y el academicismo. Entre ellos encontramos el de la lectura y la necesidad de rever las características de la misma.
La estructura de los textos, de los contenidos y del fin que se persigue con ellos toma un rumbo inédito. La lectura, desde los tipos móviles de Gutenberg, fue limitada y paga. Era por entonces celosamente guardada y filtrada por las monarquías y las iglesias. Con el pasar de los años las nuevas gacetillas buscaron ampliar la masa de lectores, sin embargo, la información seguía teniendo un tope delimitado y una periodicidad. Cabe mencionar también los altísimos porcentajes de analfabetos de la época. Hasta entonces los formatos eran costosos de reproducir y sufrían cambios para su mejor venta o impresión. Nos es obvio, a su vez, que comenzaban por la tapa y terminaban por la contra tapa. Ni más, ni menos.
Terminando la guerra fría internet sale a la luz, aunque sin trascendencia inmediata. Es visto por profesionales como una serie de datos que viajan de un punto a otro en formas cifradas, en código binario. A medida que los hogares comienzan a manejar las conexiones dial-up, y los padres comienzan a dejar a sus hijos utilizar el internet más allá de los amenazantes virus, esa visión mecánica y utilitarista comienza a perder fuerza. En el 2011 ya podemos afirmar que hay jóvenes adultos que se criaron desde muy pequeños con internet en sus hogares y tienen una cultura adecuada al medio.
            Hoy en día, la Web es utilizada para casi todas las actividades que incluyan la comunicación: el periodismo, el cine, la música y la literatura como algunos ejemplos. Por esta razón la población mundial con acceso a un aparato con conexión se vio obligada a formar parte: incluso el núcleo duro de apáticos a las tecnologías tiene un correo electrónico o recurre a algún buscador online para adquirir información. En éste ensayo se intentará analizar uno de los cambios particulares de este medio, el cual ha traído consigo oportunidades antes imposibles y una nueva cultura: ¿Qué significa leer por internet?
            La tendencia general a la palabra “Lectura” nos lleva a pensar en libros completos, apuntes, o medios gráficos. El espectro de las nuevas lecturas en línea es más amplio y a la vez más reducido. Es más amplio en lo que a cantidad de información y opciones respecta: la cantidad de páginas web es prácticamente imposible de dimensionar y mucho menos lo es el contenido dentro de ellas. Aún así, el acceso es facilitado por una serie de buscadores entre los que resaltan Google, Yahoo!, entre otros. Es más acotado, por otro lado, en cuanto a la atención o la cantidad de información se toma como relevante. El problema principal de los usuarios del actual Internet no es la disponibilidad de información, sino el orden de la misma y la selección de aquello que se busca o requiere. Se tiene mucha información, pero hay que encontrar la que se busca.
            La lectura en línea es permanente y veloz. Puede juzgarse, a su vez, como superficial: es una búsqueda constante y esporádica. Es también objeto de análisis la preferencia de la lectura en papel. En general, las personas de uso seguido de internet no dudarían en elegir la impresión a la hora de leer un libro o estudiar un texto intensivamente. Este ensayo pretende, también, demostrar que es erróneo catalogar la nueva lectura como un efecto negativo o una deformación de la comunicación escrita. Simplemente persigue otros fines, complementarios con la “Lectura” tradicionalmente conceptualizada. El fin de la lectura en línea no es informar, transmitir ideas ni generar sentimientos: el fin es acercarnos a los textos que sí lo hacen y también a los autores y críticos de ellos. Mediante foros temáticos, redes sociales, páginas dedicadas o inclusive video blogs en páginas como YouTube o Vimeo, podemos conectarnos a la información deseada. Inclusive, es posible tomar contacto con escritores, críticos, directores o simples lectores con otras perspectivas: todo mediante Twitter, Tumblr o Facebook en menor medida. Todas medidas que enriquecen la lectura y la comprensión de la información.
            Ésta nueva modalidad también aporta a lo que rodea al texto: se puede conocer a los autores desde distintos puntos de vista, se puede entender un contexto mediante páginas informativas o enciclopédicas, como Wikipedia, concluyendo en una ubicación más integral de lo que se está leyendo. Es fácil entender qué, cómo y por qué la información está donde está y fue escrita como lo fue. Todo gracias a una lectura fugaz en internet. No es raro que el lector descubra temas de interés, que luego podrá estudiar más exhaustivamente y llegar a leer en cualquier plataforma.
            Otra contribución de la lectura y escritura on-line es la falta de modificaciones ajenas en el material. Son conocidas la tergiversación de información y las erróneas interpretaciones de los textos en sus distintas ediciones o traducciones. También las correcciones que puede sufrir el escrito a la hora de ser editado para la impresión alteran el contenido, esencial en algunos casos. (Para ejemplos, tipear “Error en la traducción” en el recuadro de búsqueda de www.Google.com). El texto que se presenta en línea está directamente relacionado con el interés de quién allí lo expone y, en los casos de ser publicados por su autor, no busca otro objeto sino el que le asignase a la hora de escribirlo. Éste fenómeno es más visible en los blogs personales o las redes sociales.
            Como toda herramienta de conocimiento, los usuarios deben tener una actitud razonable frente a la información. Reconociendo la infinidad de autores es casi inevitable instar a la mirada crítica de todo aquello que se presenta en la computadora. Si bien en los primeros años de formación académica, como la primaria o la secundaria, las personas no diferencian y discriminan la información, la adquisición del hábito se consigue fácilmente con la experiencia. Una idea saludable para la modernización de las instituciones puede ser enseñar métodos de búsqueda y reconocimiento crítico en internet.
            Como reacción a las nuevas formas de lectura y escritura, surgen una serie de mitos y supersticiones sobre el fenómeno, en manos de aquellos que las desconocen. La degradación del lenguaje y la adquisición de información errónea son los ejemplos más mencionados por docentes reacios a las nuevas tecnologías. No es falso el hecho de el uso del idioma abreviado o diferente con el fin de agilizar la escritura, sin embargo, hablar de una deformación del lenguaje o de el establecimiento de una forma de escritura errada en todos los ámbitos es, sin duda, una idea exagerada. Como los registros formales e informales, y las variaciones de los mismos, el registro virtual se adecúa a las necesidades del medio y siempre se es consciente de su uso. Con normalidad, cualquier usuario que escriba puede variar entre esos registros y dejar de lado las abreviaciones y las expresiones virtuales para retomar el idioma tal y como se le fue enseñado. La utilización de información errónea o de fuentes desconfiables tampoco es un dato falso, pero también es exagerado y omitiría el verdadero motivo por el que sucede. Como se ha mencionado anteriormente, la multiplicidad y facilidad con la cual es posible publicar información puede traer consigo la existencia de datos escritos con poco fundamento histórico o real. Es aquí donde ingresa el deber del usuario: seleccionar la información y reconocer aquella que está incompleta o no responde a lo que busca. Es posible, además, que la información muchas veces no sea errónea, sino que su subjetividad no responda a la del lector. En ese caso, la información sería deshecha siendo quizá tan o más real que la que se intenta explicar. Aunque no se pueda comprobar que la información siempre sea real, afirmar que sólo por ser extraída de internet es falsa, errónea o incompleta es falso. Es posible que sea un estereotipo heredado desde la idea de que quién tiene la cultura y la educación, además de los medios económicos, para constituir un libro o enciclopedia es más confiable que alguien que la construye bajo sus propios méritos y estudios de accesos baratos o gratuitos: subestimación que amerita un ensayo aparte.
            Concluyendo, la lectura online es una técnica actual que se diferencia ampliamente de la “lectura” en el concepto tradicional de libro o prensa. Éste método es una búsqueda y selección permanente de información que tiende a extender el área de lectura de los usuarios, a la vez que les facilita la tarea de encontrar aquello que precisan. Si bien los textos impresos ocupan hoy la preferencia en lo que se refiere a libros o apuntes catedráticos, el medio en línea de rastreo y expansión del conocimiento no tanto específico, sino integral, es una herramienta más que enriquecedora. Adquiridas las competencias para un uso crítico y superados los prejuicios de su carácter no convencional, Internet es uno de los hitos que definirá, en un futuro cercano, la cultura y la educación mundial. Queda en las instituciones de turno el deber de reconocer el medio como uno de los más enriquecedores, y, en pos de ello, generar políticas y programas educativos que admiren el uso de Internet como se reconoce a los libros o a cualquier otro tipo de comunicación. Una correcta conceptualización de la problemática virtual y sus soluciones, puede brindar oportunidades casi ilimitadas en lo social y cultural. Hoy saber leer no es simplemente reconocer los símbolos, sino entender aquello que rodea al significado. La lectura online es, para éste ensayo, el hecho más grande de expresión y acceso a distintos niveles de información, y, junto a su aporte de acercamiento lector-escritor, representan la reestructuración de la lengua escrita.

Ponencia en un congreso del CILE en la Facultad de Comunicación Social de la UNLP, 2011

Bruno Martínez

jueves, 17 de mayo de 2012

Martillazos



Algunos de ustedes me van a sacar de una patada cuando les cuente esto. No me van a creer, van a hacer el famoso chasquido de lengua y un "ándaaa" y yo no voy a hacer mucho por demostrarles que es cierto. Porque esta es una historia para explicar que suceden cosas raras ahí fuera, no para tener que andar dando explicaciones a los escépticos de siempre.

Vivo en un sexto piso, en un edificio en el centro de una ciudad bastante importante. Por motivos, mucho tiempo de mi vida sucede dentro de este departamento. A diferencia de la gente de corbata o de tacos, o de los barbudos de morral y alpargatas, yo existo mucho dentro de estas paredes. Justo ahora estoy entre ellas.

Conozco, por lo menos, 200 voces de telemárketers, y 500 de ciudadanos que llaman a mi hogar preguntandome si aquí está la clínica del Doctor Bruno. Yo soy Bruno, pero no soy Doctor. "No, mire, el consultorio cambió de número, ahora es un particular. No no, no sé el número nuevo. Creo que sigue estando sobre esa calle. Listo, no hay problema". Todos ellos están en algún lugar, en algún momento, cruzandose con mi vida de cueva iluminada. En mi departamento entra el sol al amanecer y al atardecer con igual intensidad.

Desde acá arriba se pueden observar muchas cosas con claridad. La calle que recorre el borde de un parque, un gran colegio secundario y mucha gente distraída, sin parar un segundo a mirar al cielo. Son hormiguitas que se mueven con swing, con estilo. Entre todas estas cosas, hay una obra en construcción a no más de dos cuadras de acá.

Lejos de escuchar los piropos elegantes, o la radio pasando música de aquellas épocas, lo que se oye a la distancia es el constante golpeteo de un martillo. Eterno. Todos los días, a partir de las 9:32 a.m., un repiqueteo pausado pero rítmico acompaña a mis numerosos despertadores. A veces un serrucho afinado en La que parece estar intentando dividir al medio una puerta de bóveda de un banco. Algún grito de instrucción, y eso. Eso todo el día. Hasta muy entrada la tarde, rozando las siete de la tarde, cuando se detiene repentino. Es entonces que desaparece hasta la mañana siguiente, como el gallo que cacarea.

De vez en cuando los observo trabajando colgados de algún andén, hablando o callados, concentrados en el revoque, en la moladora o comiendo un sanguche seguramente de bondiola. Los miro por la ventana donde entra el sol de la tarde, y ellos están allí dispuestos: tranquilos pero sonoros. Y así pasaron los meses desde que vivo acá y ellos construyen vaya uno a saber qué. Hasta un día muy particular.

Rondaban las quince horas. El sol no terminaba de entrar por ninguna de las dos ventanas. El retumbe del martilleo sonaba a la orden del día y los ruidos de tubos metálicos chocando ya no me llamaban la más mínima atención. Ya eran parte de mí, de la música que sonaba en mi computadora, de mis conversaciones por teléfono. Es por eso que cuando se detuvo repentino, a esa hora tan plena, sentí algo raro. Era como entrar en tu hogar de la infancia cuando no hay muebles. Era encontrarte con tus compañeros de la secundaria muchos años después. Todo se veía distinto, no sabía donde estaba ni que hacía ahí.

Era imposible que hayan terminado, ya que la semana pasada no iban ni por la estructura metálica del coloso de concreto. me acerqué a la ventana del sol de la tarde. Y observé la obra.

Un obrero con su casco y su mameluco polvoriento, estaba parado en una plataforma sostenida por una grúa. El miraba hacia el exacto lugar donde yo me encontraba. Estaba suspendido entre mi departamento y la obra y al verme hizo una gran reverencia. Giró sobre sí mismo y levantó ambas manos. En una tenía un destornillador y lo blandía en la punta de sus dedos. Cuando observé al edificio, un grupo numeroso de hombres estaban dispuestos en semicírculo a la grúa, en el último piso construido. Cada uno con una herramienta diferente, sentados algunos con martillos y sierras, y parados otros con taladros neumáticos y mezcladoras de cemento, miraban fijamente al obrero del destornillador.

Contó el hombre hasta tres, y comenzó a mover sus brazos con ritmo. Las moladoras comenzaron a cortar y paraban, y cortaban y paraban. La mezcladora de cemento giraba, y el hombre que la controlaba la golpeaba con un martillo envuelto en una musculosa, haciéndola sonar como un gong. Todas las herramientas comenzaron a sumarse y poco a poco, las melodías comenzaron a tomar coherencia. Ante mí tocaba una gran orquesta hosca. Sonidos metálicos, raspones y crujir de madera, todo se oía como una gran sinfonía que entraba en mi casa con total claridad a casi doscientos metros.

No voy a decir que "no podía creerlo", porque hasta el día de hoy calculo haber estado soñando. Los taladros y un hombre con una bolsa de clavos haciendo maracas. Todos sincronizados tocando una pieza para nada improvisada, con instrumentos inéditos. Entrenados y dirigidos por un destornillador, brindaron una pieza que duró tres minutos. A mi desconcierto le parecieron menos de un segundo. Atónito como estaba, no tomé la cámara para grabarlos. Ni siquiera tomé una foto para probar que realmente existían. Simplemente me dediqué a escuchar esa obra que se ejecutaba para mí.

Al terminar, todos los obreros que estaban sentados se pusieron de pié. El grupo entero, inclusive el director, miraron hacia mí y recibieron mi solitario (aunque eufórico) aplauso desde el sexto, mientras hacían una larga reverencia. Apenas pasaron unos segundos, y todos estaban de vuelta en su labor, con los martilleos cotidianos y el serruchar chillón.

Me tomó varios minutos entender lo que había sucedido y muchas semanas convencerme que había sido real. Nunca me animé a acercarme a la obra. Durante los próximos días del concierto, me acerqué a mirar por la ventana de la tarde. Todos se comportaban como si nada hubiese ocurrido. El tiempo pasó y el hecho sólo se tornó una historia que cuento a mis amigos y familiares. Ellos me dicen que es un delirio, que es imposible, que no puede ser que me hayan dedicado una pieza musical un grupo de obreros, que es imposible que me hayan visto desde tan lejos. Que un obrero nunca se arriesgaría a estar suspendido en el aire con una grúa.


Pero lo que nunca pudieron negar es que no soy la misma persona desde entonces. Ni que siempre, pero siempre, hay alguien dispuesto a darle música a nuestra vida. Sea con una guitarra o con un destornillador.

domingo, 6 de mayo de 2012

Tríada Malhechora

Son dos voces las que oigo.
Una es la dulce, la que me dice que es preciso detenerse y razonar. Que la vida vale más que mil palabras y que la última de todas nunca va a ser mejor que la primera. Que me relaje, que observe soñoliento la vida pasar, y que ni siquiera en las últimas pestañas del sol encuentre un apuro. Pero la otra es más fuerte, pero más suave.
La otra me dice que mis ojos están cerrados. Se pregunta sin creerlo por qué aún no soy un ave. Por qué, se preguntará la voz fuerte, por qué el mundo sigue tranquilo sin mi voluntad volcada del vaso. Me increpa. Me dice que la otra voz es falible, que la otra voz no entiende de razones y que nunca ha logrado nada. Ninguna de las dos lo ha hecho: la única que logra cosas es mi voluntad.
Ah! cómo se pelean por mi voluntad las voces. Cómo me quieren convencer a mí, intermediario entre las tres, para poner a trabajar a mi voluntad. Ella, motor tranquilo y expectante de mí. Y yo, tan indeciso, no escuchando a nadie y tapando mis oídos con música y voces de otras personas. Oscureciendo mi vista con voluntades ajenas brillantes, hasta relampagueantes.
Y yo a quién le voy a explicar lo de mis voces. Si la locura hoy no se entiende, y la coherencia se esquiva, quién va a entender que no soy yo ni ello, sino una linea recta entre dos objetos que se odian, y otro que no entiende su papel en todo eso? A quién le cuento que necesito saber cómo saber, y que no puedo actuar si no sé para donde actuar? Intento, pero nunca funciona. La gente le tiene miedo a lo desconocido. La gente grande, porque los niños a lo único que temen es a los miedos que les inyectan. Los niños son curiosos porque son recipientes puros de bravura vulnerable. Se enfrentarían al mismo dios si no les dijeran que no pueden contra él. Y cuánto podrían, si los imbéciles de los adultos nos calláramos!. Cuánto podría un niño si un adulto no tuviera que meterse en su camino, con sus mil frustraciones y peleas, para arruinarlo. Y así fabricamos más destruyedioses.
Pero así es la vida. Así, escrita. Donde no hay más que hablar de lo que ya se ha hablado, y las voces que siguen peleandosé por mi voluntad, mermada esta última por la necesidad de escribir.

Y las letras escritas como mi mensaje indirecto a las voces para decirles que se callen porque, con tanto ruido, no se puede ser niño.

martes, 1 de mayo de 2012

Trombón



“Es un mono rascándose el culo”. El primate, indefectiblemente, se rascaba el culo. “Si, es un orangután. Es de la familia de los primates” insistió la guía. Llevar a mi primo al zoológico siempre fue un espectáculo. El chiquito no tiene noción del mundo que lo rodea. La etiqueta, para él, no es un código de conducta: es una cosa que le molesta en el cuello y que debe ser arrancada.

         Terminó el recorrido turístico. El chiquilín me tomó de la mano mientras caminábamos. “¿Por qué no me ponen a mí en una jaula? Así vienen los monos y se rién de cómo yo me rasco el culo, o me como los mocos” Decía el atolondrado. Le ofrecí un helado y aceptó. Nos sentamos en una mesa plástica renga. El pibe me miraba con el ceño fruncido cuando el soporte bailoteaba sobre un centímetro de pata que no existía. “Se va a caer todo a la caca” me decía. Por qué no escribo todo esto, pensé y lo guardé junto a mis otras ideas criogenizadas.

         Seguimos camino y el retoño se aproximó a la jaula de los elefantes. Los nenes tiraban maní desde lejos, alguno con mucho coraje, le daba una manzana en la trompa. Así estaba ese Dumbo horrible y rasposo. Manteníamos distancia, pero a tazmania le picaba todo. Era une elefante verdadero. Gigante, gris, amansado por años de barrotes. Y él tan cerca. “Le quiero dar una manzana”. Yo siempre fui muy inocente, por eso le creí. Le compramos la fruta a un viejo arrugado y con pocos dientes, que trataba a los niños como sus nietos favoritos. “Tomá, dásela a Trombón (así se llamaba el elefante). Le acercás la mano y el la agarra solito” le dijo. El chiquito asintió con la cabeza con fuerza, pero pensante. Tramante, diría más bien. Así es la cara que se dibujó en él, tan con el pelito raya al costado, tan adorado por su tía. Tan maquiavélico.

         “Trooombooo oooon” canturreaba. El elefante movía las orejas y la cola era poco más que un péndulo enchastrado de excremento. Las moscas la acompañaban, pero no se sentían para nada en peligro. “Trooooombiiiii”: ya había entrado en confianza. El elefante comenzó a desplazarse colosal por la arena sacada de algún borde de río. Hasta el día de hoy me pregunto si reconoció el llamado de alguno de los guardaparques, o si su madre elefanta lo llamaba de esa manera cuando la comida estaba servida. Sea como sea, el elefante se concentró pleno en el niñato que, con el barandal en la cadera, se estiraba lo más posible para facilitar la manzana. Cuando su trompa estaba a centímetros de la fruta, y mientras yo miraba la escena como si fuese la película de Bill Murray y la elefanta, mi sobrinito, cual tití, tomó la trompa con el brazo libre y de un tirón se subió a ella.

          Yo, entre sorprendido, cinéfilo y asustado, me quedé atónito mientras mi responsabilidad ascendía a un elefante extraño. No sabía si el elefante tenía licencia de llevar niños, o sí mi mocoso tenía la de montar elefantes. El viejo Abuelo de Todos se empezó a reir, como diciendo “Oh, Tromboncillo, eres un picarón” mientras el nene subía sin emitir un ruido: era como si estar sobre Trombón fuese un destino escrito para él.

         Cuando entendí lo que estaba sucediendo, el elefante se llevó al nene a su cabeza. Éste se sentó encima, con las patas arqueadas, y con la cara radiante. Yo corriendo y gritándole a todos los que reconocía como parte del zoológico: al guardaparques, al viejo, a los otros nenes, al payaso vendiendo globos metalizados con dibujos de Ben10, al policía mandando mensajes de texto. A todos. El elefante decidió que sería lindo dar una vuelta, así que le dio la espalda a todos lo nenes que le tiraban maníes y que le decían a las mamás que miren el nene que montaba a Trombón, que por qué ellos no podían, que no se valía y que te calmes y no me hagas hacerte pasar vergüenza en frente de todos los nenes.

         Una chica, la supuesta experta en elefantes, se acercó a las corridas. Tenía uno de esos identificadores que tiene la gente importante en los eventos ¡y cómo bailaba en la carrera!. Cuando llegó, comenzó a gritarle al elefante palabras clave en un idioma extraño, que después me vengo a enterar, era castellano, sólo que ella era de La Rioja. El elefante la miraba dándole la espalda, como diciendo “¿No ves que lo estoy paseando?” y el otro, arriba, como un zhar orgullosísimo de sí mismo.

         Después de media hora de hablarle a Trombón, de sobornarlo con toda clase de manjares paquidérmicos, el coloso bajó al mocoso al piso. Me fue entregado en mano y así nomás me lo llevé para la casa. Al principio comencé a regañarlo, que me había preocupado, que es una cosa muy fea asustar a la gente que te está cuidando. Pero era tanta, pero TANTA la satisfacción, la paz, que tenía dibujada en la sonrisa, que entendí que eso había sido una mejor experiencia para él, que una mala pasada para mí.

         Ahí entendí que el muchachito había montado un elefante, y que a mí me hubiera encantado hacerlo a su edad. Y que los sermones están vencidos ante tal historia. Así que, el resto del camino, estuvimos hablando de cómo se veía todo desde Trombón, de su olor, y de que, tal vez, lo que él quisiera hacer el resto de su vida era cuidar y jugar con elefantes. “No me gusta que estén encerrados. Yo quiero que estén como en el campo, para que puedan andar, y comer pastito donde quieran. Así los cuidaría yo, cuando lo necesiten nomás. ¡Después que anden panchos por donde más quieran!” y movía las manitos. “Mirá que si después los querés montar, tenés que sacar una licencia” le dije yo. “¿¡De verdad!?”. Así le conté de cómo se entrenan las personas para montar elefantes. Al llegar a su casa, pasando las vías del tren, entendí que quizás sí, que quizá la gente se entrenaba para montar elefantes y también era probable que tuvieran que tener alguna especie de licencia.

Lo dejé en su casa y la historia no se la contamos a su madre, no todavía. Pero a él le encantaron los elefantes. Este año entró a la facultad de ciencias naturales, y me dijo que no, que no existen las licencias para montar elefantes, pero que si quería, si tenía ganas y tiempo, que podía montar uno de los que cuida, que no le iba a contar a nadie, y que, como siempre, quedaría entre nosotros, la Riojana y el Abuelo de Todos.