domingo, 15 de abril de 2012

Desde un principio.






Todo comienza cuando se muere.







Él entra tranquilamente a la habitación. Se quita el saco, se desata los cordones duros de sus zapatos y enfila para la cocina. Mira hacia el baño y, cuando lo ve, se muere.

Antes, va por la ruta con el auto, pensando en todo eso. Gira una o dos calles, va siempre dentro de su carril. Lleva las luces altas y no puede frenar sus maquinaciones. Llega a su casa, se baja del coche, se saca los zapatos, mira al baño. Lo ve ahí, y se muere.

Está bueno el café, le dice a la secretaria dientona que se lo sirve. Está trabajando muy tranquilo hoy. Es raro que el cansancio no le rasqueteé las rodillas, ni le empuje los ojos. Las horas pasan volando, se despide de la dientona y del resto. Le gusta esa mujer, pero no puede hacer nada. Eso también piensa cuando va en el auto por la autopista, en su carril correspondiente. Llega a su casa, entra, pasa por el pasillo, mira al baño. Se muere.

Suena Gloria Gaynor. No le agrada en lo más mínimo cómo canta. Pero el locutor, para él, ya es como un amigo. Por eso la tolera y no cambia el dial. Qué suerte que hay música, dice en voz alta para su hermana que está en el asiento del acompañante. Es de día y hace calor. Imaginate este tránsito sin música. Ella no contesta porque no quiere. Hace meses que está mal, que está triste. Él se siente un estúpido, porque no le responde. La deja en su trabajo en la perfumería y se va a trabajar. Toma un café. Se hace ojitos con la secretaria dientona, junta papeles, tira papeles, escribe papeles. Termina, rápido sin saber por qué, y se va a su casa. Hace el mismo camino que a la ida. Llega a su destino, se baja. Entra, se saca los zapatos y el saco. Camina por el pasillo, mira hacia al baño. Lo ve, muy nítido, y se muere.

La tostada tiene un gusto rarísimo, como a metal. Él sabe como es el gusto de metal, porque cuando era chico mordía los clips en la oficina de su papá. Las tostadas le recuerdan a sus padres. Los extraña. Algo le dice que soñó con ellos, porque hoy los tiene muy presentes. Revuelve mucho el café y lo enfría. Ahora es un líquido amargo y nada más. Prende la televisión, y no le presta mucha atención. Chequea los mails y responde algunos. Piensa en la tecnología. Tiene sueño, pero se pone la corbata y se sube al auto para ir a trabajar. Tiene que pasar a buscar a su hermana. Todavía vive en la casa donde vivía su papá después de divorciarse. Hay muchas cosas que lo hacen acordarse de los años que vivieron juntos. Pero no le gusta entrar. Su hermana sale y se sube. Tiene que abrir la puerta varias veces, porque no la cierra con fuerza. Él la mira preocupado. No entiende a la psicóloga. Dice que ella está bien. La lleva al trabajo y allí se baja, cabizbaja. Él la mira pasar por delante del auto hacia la perfumería. Llega tarde al trabajo. Sube el ascensor de las oficinas. Golpea el sello acá y allá. Firma. Pide un café, y la dientona le sonríe. Algo que lo tranquiliza y lo hace sentirse mejor. Piensa qué haría con ella, y el día se pasa volando. Sale del edificio, prende el Corsa y sale hacia la autopista. En la noche, las luces cortan lo oscuro y el camino, por alguna razón, es más corto. Abre la puerta, se desata los cordones y camina hacia la cocina para comer una naranja. Mira hacia el baño. Lo ve entre el inodoro y la bañera. Muere.

Sueña con su padre. Él lo mira fijamente a los ojos. Es un niño y está siendo regañado. Debiste cuidar mejor de tu hermana, le gruñe. La imagen cambia, y una especie de espejo lo muestra en su baño. El tiene la corbata mal anudada y no puede hacer nada para arreglarlo. Se frustra, y corre en alguna dirección. Aparece la dientona que sonríe enormemente. El se siente atractivo. Ve un baño y un terror helado le recorre la columna. Se despierta. El café sabe bien, como las galletas rellenas. Revisa su casilla electrónica y responde, piensa en la dientona. Busca noticias en la web y se informa. Hace ya dos años que su padre murió. Recuerda a su padre bailando rock con su madre. También se acuerda de la salsa casera filtrándose por su barba, los domingos al mediodía. Se sube al Corsa que le compró a su madre y va a buscar a su hermana. Algo se ve extraño en la autopista. Llega a la vieja casa de su padre, con el jardín descuidado y la puerta a medio despintar. Su hermana sale a la tercera bocina, y se sube al auto de un portazo. Hoy hace dos años que falleció papá, le dice. Ella no responde. ¿Me vas a acompañar? Ella lo mira, piensa y accede. La deja en la perfumería y la ve caminar extrañada pero enérgica. Ingresa en su edificio. Todos hoy se ven tranquilos. Corta papeles con la guillotina, plastifica unas cédulas. Entra en internet y busca las fotos que almacenó hace unos años. En una, están todos sonrientes. Las muñecas y los brazos de su padre moretoneados por el forcejeo de sus dos hijos y su mujer que lo mira inexpresiva desde el lado opuesto. La dientona lo interrumpe para ofrecerle un café. Él le agradece, pero no quiere. Le ofrece sentarse un momento. Ella se sienta y él le cuenta la historia de la foto . Le dice que ya pasaron dos años desde que no está en este mundo. Ella se emociona, pero no lo dice. Sonríe y le agradece de corazón la historia, pero ahora tiene que volver a trabajar. Quizás puedan seguir la charla después del trabajo. Él le dice que no puede, pero que mañana estará encantado. Termina la jornada. Busca a su hermana en la perfumería. Ella tiene un ramo de jazmines. El auto se impregna de un aroma suave. La autopista oscura por la noche es distinta. Entran al cementerio a pie, buscando la lápida. Ella habla animada, pero en voz baja: como si alguien pudiese molestarse. Dejan los jazmines junto al epitafio, se sientan y charlan sobre sus padres. Están casi media hora hasta que el celador les dice que van a cerrar. Se suben al auto y van a cenar fuera. Él le pregunta qué es lo que le pasa últimamente. Ella le dice que se siente alejada de él. Que extraña a sus padres, que se siente sola. Que todo en la casa donde está le recuerda a su familia. Siente que todos la dejaron atrás. Él la entiende y le pide perdón. Comen tallarines con salsa casera. Se hace de madrugada. Ella está cansada y su hermano le ofrece quedarse en su casa. A ella le encantaría. Estacionan el auto en el garage, se bajan. Él se saca los zapatos y el saco. Ella el abrigo y los tacos. Él se queda inmóvil en la habitación, de cara al baño. Paso a paso, lento y seguro, se acerca y toma el picaporte cuidando de no mirar dentro. Cierra y traba la puerta con la llave que tiene en la mesa de noche.

Hoy ya es demasiado tarde para morirse.

sábado, 7 de abril de 2012

Mongomery

"Un delicado saco de paño de cola de camello que busca fundir la elegancia con el confort. Diseñado en las tiendas mas profesionales del Soho londinense. Estos abrigos que simulan a los mongomery de principios del siglo XX buscan vestir con esbeltez a quien sienta a su gusto el look ingles victoriano, un clásico que ha trascendido las épocas, mantienen los récords en premios europeos de diseño y confección de moda. En esta foto podemos observar a Sir Williams tomar el te en la Royal Tea House, a metros del Buckinham Palace, en su sencillo pero siempre fino saco de paño verde inglés. Paga la cuenta y se prepara para un arduo día de trabajo en la City de Londres, donde lo aguarda un estresante día de labor, en la bolsa de Londres. Pero no son solo los hombres quienes pueden lucir esta prenda lujosa y a la vez accesible: aquí vemos una foto de la princesa Kate atravesando el Ivory Bridge con su mongomery de tela rojo ladrillo, mientras saluda a la cámara con su sensual sonrisa. Son años dorados para esta prenda que oscila entre lo moderno y lo tradicional, ajustado a la cintura con glamour pero sin alcanzar a ser una vestimenta cargada. Un excelente ejemplo de la cuota sabia entre sencillez y estética, entre lo antiguo y lo moderno. Todas cualidades equilibradas que el, o la, londinense actual busca en su quehacer diario y en la vida cotidiana urbana"

'Fabe, ¿Que haces?' 'Estaba leyendo esta revista...' dijo el niño bajando la cabeza.

'Bueno ¿y a que esperas? Hay mucho trabajo y tenemos que estar en casa para recibir a tu padre. Sabes como se pone cuando no estamos para recibirlo. ¿Como se pone?'

'Muy triste' responde Fabé de memoria, a la vez que tira la revista al montón. Las gaviotas, por el estruendo, se alejan volando.

Los cacareos y graznidos continúan en el basurero. Mucha moda se recicla ese día, en algún paraje desolado de la savanna nigeriana.

jueves, 5 de abril de 2012

¿Por qué nos gusta viajar?

Siempre es entretenido elaborar teorías sobre misterios ( o certezas ) que no se quien reconocer. Mas que entretenido, es una parte de la sed de categorizar todo. Las situaciones me ponen a pensar: ¿Por qué nos gusta tanto viajar? Quizás peque de iluso diciendo que a TODOS les gusta, sin embargo, presumiré que quienes me leen, por ese algo profundo que nos une tan invisiblemente, lo aprecian tanto como yo. Viajar nos estimula, nos enriquece, nos llama la atención, nos despierta, nos distrae de los problemas y nos lleva a momentos pasados que no conocemos y que, mucho menos, hemos vivido. Básicamente, viajar nos obliga a apagar la costumbre, a cambiar los anteojos grises con los que vemos nuestro hogar y que son tan inútiles para ver otros lugares. Nos obliga a ver con curiosidad a las personas, a adivinar las 7 diferencias entre un francés y un colombiano, un juego de un rosarino, una porteña de una catalana. Nos obliga a probar nuevas comidas, a concentrarse en los aromas, en oír la música en los caminos o a preguntarse qué diantres te intenta de decir el marroquí que le esta poniendo nutella a tu panqueque gigante, y por que carancho le dicen crepe. Perdonen si pienso demasiado, pero todo eso significa, de una manera un tanto rebuscada, el volver a ser un niño. Es reconcentrarse en la sentidos y agudizarlos, detenerse en cada detalle, y que el tiempo pase lento. Grabar en la memoria, aprender, charlar, reirte, sorprenderse de uno mismo, moverse. Reconocer cuando uno esta en su hogar, o en el de otro. El mero hecho de no saber las reglas, de tener que observar como se maneja otra persona para imitarla, no es alejado a aprender a caminar o a limpiarse después del baño. En la psicología se enuncian varias pautas o estratos de socialización. Es ese momento o grupo con quienes tomamos contacto y formamos nuestra personalidad: la familia primero, la escuela después y el trabajo al ultimo. Considero ya, a esta altura (poca) de la vida, que conocer otras culturas es otra de esas socializaciones. Entender la cultura propia en contraste con las ajenas, comprender los origines o las diferencias reales históricas o simplemente saber que, en otro lugar del mundo, la gente come el arroz con leche caliente como cena, sabes que algunos toman café con ron, o que comen pez espada frito con bananas, o que llevan turbantes y barbas largas. O que hay niños que son hombres cuando deberían ser simplemente niños. Me resulta difícil separar lo que soy, de lo que he viajado. No puedo verme pensando en la pobreza, si no hubiese conocido buenos aires, o la ostentación si no hubiera pisado el palacio de Versalles. Tampoco podría dimensionar la injusticia sino supiera que las murallas de Cartagena están unidas por arena con sangre de buey y de esclavos negros. Tampoco hablaría sobre lo oscuro del desarrollismo, si no supiera los miles que murieron construyendo el canal de Panamá. Tampoco podría conseguir la pasión si no hubiese hablado con un fanático de Rosario central perdiendose su primer partido en 5 años, no podría entender el amor, si no hubiese visto la pareja de bretones que conocí en Mendoza, viviendo y recorriendo la argentina juntos, peleando se como hermanitos y queriendose como viejos inquietos. No hubiera entendido lo que es la riqueza de escribir, si no hubiese vivido tantas cosas dignas de ser escritas. Y no sabría por que escribir si no abrazara la idea de que compartir es el verdadero sentido de mi vida.

domingo, 1 de abril de 2012

Todo esto hice.

Lector, he pecado. Llevo mas de 20 días de viaje, y los hechos superaron mi escribir. He estado en altamar, agarrando cada baranda de escalera a punto vomito, he tocado un piano de media cola frente a una pianista virtuosisima, he besado un pulpo y a una corvina, he bailado canciones de los sesenta vestido de blanco, he hablado con un payaso que me declaro haber comenzado su profesión vendiendo cuestiones ilícitas, he visto un muchacho de 17 años alardeando un libro con una tapa nazi bordeado de dorado y alabando las acciones fascistas, me amiste con quien supongo uno de los futuros cineastas de Rosario (aun con 19 años), he charlado de dios, del amor y de la felicidad con muchachos de 15 años, y he sentido algo que no sentía hace tanto: la juventud hoy es inimaginablemente consciente del tiempo y de la verdadera agonía. He recuperado la esperanza, he forjado amistades, he visto gente con verdadera felicidad en su futuro. He pisado Portugal, Brasil y España. He visto Marruecos y Cabo Verde a la lejanía. Dije ya que bese a un pulpo? Recordé viejos amores, entendi los nuevos e imite el acento chileno a pedido. Redescubri viejos miedos en otras personas, y rescate viejas seguridades de otras. Pensé otra vez en mi futuro, me replantee mi profesión, encontré motivos para viajar, genere un ojo extrañamente comercial e innovador, entendí lo que es querer mejorar y revalorar la tierra propia. Me comí muchas palabras y entendí que algunas eran mas ciertas de lo que creía. Oí mucha música que decía repudiar y ahora entiendo su real sentido. Vi a los ojos a personas que quieren cambiar al mundo, y también a quienes realmente ignoran a sus pares. Pasee por Funchal, en bosques olorosos y revitalizantes, hable con filipinos y brasileros. Escuche a un mozo decirme que los explotaban, vi a mis amigos llevar comida buena a las mujeres que limpian las habitaciones. He charlado con un colombiano que me revelo la palabra parcero. Conocí a un arquitecto consumado totalmente a su profesión, y a una muchacha que lleva la misma profesión en sus venas, visible a sus pocos 16 años. Charle de fantasmas por un lado, de ciencia por otro, vi al sol y lo confundí con la luna. Me sentí en el medio de la misma nada, me imagine como naufrago. Sentí la desesperación de los cuatro horizontes azules. Me amiste con gente hermosa e infantil. Explote la imaginación como tanto deseaba hacer desde años pasados. Reconsidere los conceptos que tan firme sostuve y abrace personas que no conocía para que no lloren mas, porque la vida era peor de lo que pensaban. Me recomendaron cien películas mas de las ya recomendadas. Lleve muchísimas lecturas para no leer mas de una. Me compre una tablet y corrí buscando señal de internet. Me sentí otro idiota burgués, me sentí un consciente anarquista, me sentí un camisetero, me sentí un niño, me sentí un filosofo. Viví en una realidad alterna y al otro día vi una manifestación en Valencia, entrevistando a un hombre disfrazado de pancarta. Vi magos y cantantes. Llore con la narración de un pasajero, que hablaba sobre la vejez, el amor y la felicidad. Este es el ultimo párrafo de "cuando seamos viejos": "Cuando seamos viejos Yo te prometo, compañera mia Serán nuestros años plenos de dulzura Serán nuestras horas llenas de poesía Andaremos juntos, viejitos inquietos Las cuatro estaciones de un mundo de nietos Y veras, vida mía, que miente el espejo Pues aun seremos novios Cuando seamos viejos" Ayude a una niña a quitarle la patita a su bicicleta, y me agradeció en portugués. Y le sonreí a un pakistaní en castellano.