miércoles, 28 de diciembre de 2011

Aquí le escribo.

      
         "Yo vivo en un lugar donde las historias nunca tienen final" decía Ramiro. Un muchacho muy alto y pintón, amigo de años. De vez en cuando tenía destellos de lucidez, pero no se apartaban mucho de dos o tres arrebatos y argumentos gritados con fuerza. Lo que siempre sonaba coherente, lo que siempre decía tranquilo, era esa frase. Yo vivo en un lugar donde las historias nunca tienen final. Nos gustaba oír eso y le sonreíamos.


         Todo parecía ir bien. Tuve suerte con un pequeño negocio de venta de productos para computadora y la plata fluía. Alcanzaba para salir a comer de tanto en tanto con Romina, y para comprarme un libro de vez en cuando, en las ventas de piso fuera de la facultad de humanidades. Ese día volvía con uno de García Márquez. "El Coronel No Tiene Quién Le Escriba", recomendado por Ramiro. Eran ya dos años, o tres, los que pasaban sin verlo. Las distancias me alejaron de la isla y allá lo dejé. El se volvió porque tuvo qué: su familia estaba muy mal en muchos sentidos y estar tan lejos no le servía a nadie. A nadie más que a mí.


         Lo último que supe de él es que estaba de novio con una piba que iba conmigo a la secundaria. Daniela. Que eran felices y ya estaban viviendo juntos en una casillita, lejos del centro y cerca del aeropuerto. El trabajando en una fábrica, y Daniela en un negocio de ropa. Les iba tan bien como a mí. Me tranquilizaba y los calores de la vida nueva en el norte me distrajeron de él.

        Llegué ese 5 de Abril a mi edificio y en la puerta estaba Ramiro, parado, esperando y mirando para arriba, viendo si me asomaba por el balcón. -¡Eu! - Le dije yo, giró y me sonrió. Nos saludamos después de tanto y lo invité a pasar. Le pregunté qué hacía ahí, cuánto llevaba, dónde se estaba quedando, dónde estaba Daniela y cómo estaban sus viejos. Me dijo que toda la información me iba a costar una docena de facturas, que tuvimos que bajar a comprar. -Tremendo libro- señalando el finito que llevaba bajo el brazo.


      -No estoy de vacaciones- me dijo, ansioso - Estoy queriendo levantar un negocio que no quiero hacer sin vos - Me sentí bien. Me contó del emprendimiento ambicioso. Quería abrir un estudio de grabación profesional y, si todo iba bien, formar una disquera independiente. Algo que siempre imaginamos sería genial, pero nunca pasó el escalón de Sueño. - Mi cuñado es sonidista recibido, y Daniela trabaja con una piba casada con el hermano del guitarrista de Incubus - me comentó - Mike Einziger. El loco está re copado con la idea. No habla una bosta de español, pero la mujer no va a tener problemas para traducir ¡Se dio todo para que lo hagamos!¡De una puta vez, boludo!-


      Tuve la sensación más similar a una implosión. No podía creer que un músico de magnitud nos escuchara a nosotros, unos flacos nacidos en una islita abandonada, para formar nuestro sueño. Todo estaba dicho, así que el Si más chiquito que le di, ocupaba mi departamento entero, baño incluido. Pasaron un par de semanas y Ramiro se mudó cerca de casa. Un par de semanas más y comenzamos con todo. Alquilamos el local, lo transformamos en un salón acústico tremendo. Ramiro se paraba adentro y cantaba Painkiller a los gritos. Yo, parado afuera de la sala, lo veia desarmarse colorado sin emitir un ruido. Compramos los equipos y repartimos todos los gastos entre Ramiro, Mike y yo. Si, nos dió un montón de dólares: estaba copado de verdad.


      Yo, con cada tiempo que tenía libre, avanzaba unas dos o tres hojas del libro. Luego, volvía a la labor. Conocimos varias bandas locales que sonaban genial, y se sumaron a la idea. Entraba y salía gente de la sala. Se escuchaba Rock, Metal, Reggaeton, Boleros, todo. Estabamos encantados. Yo ya pensaba en abrir un local de venta de artículos de sonido. Las oportunidades brotaban.


       Quedamos que un 5 de Abril íbamos a juntarnos con Mike y con Ramiro en la sala, por primera vez los tres, para debatir el nombre de la disquera. "Tengo un nombre genial" me decía siempre Ramiro. "A Maiquecito (Mike) le va a encantar, vas a ver". Ese día llegué primero. Acomodé todo, llevé una pastafrola y con Romi prendimos una tele que pudimos comprar hacía algunas semanas. La hora estipulada era a las 6 p.m.


      Nosotros llegamos a las cuatro y ya a las cinco estábamos listos. En canal Fox pasaban Virgen a los 40, otra vez, así que nos dedicamos a reirnos del griterío que armaba Steve Carrell cuando lo depilaba la china. No aguantaba la ansiedad, volqué dos o tres veces el mate y llené el piso de migas de pastafrola. Me llamó Ramiro para decirme que estaba en camino, que venía lo más rápido que podía. Cinco y media y el celular sonó de nuevo, esta vez el número tenía la característica de California. - Mike tuvo un problema antes de tomar el vuelo. El baterista de la banda, José, tuvo un incendio en su casa y su hija quedó herida. Ambos están bien, pero Mike no quiso irse cuando un amigo de años está en esa situación. La semana entrante estaría viajando para allá- me dijo su mujer, en un castellano raro. Le dije que no había ningún problema, que lo entendía.
      
      Se hicieron las las seis y media. Ramiro no llegaba y no contestaba el celular. a las siete llamé a Daniela. Atendió. Ella lloraba y no podía casi hablar. Corté el teléfono.


      El velatorio fue a cajón cerrado. Fue un impacto muy fuerte y Ramiro no llevaba el cinturón. No recuerdo mucho de eso, solo el verde del cementerio y el negro del gentío. Volvimos al departamento. Las cajas apiladas, los plásticos, el tergopol, todo estaba obstruyendo la vista. Destruido y algo mareado de tanto llorar, me senté a terminar el libro. Un simbolismo imbécil, pero siempre fui de practicarlos. Leí la última página.




"—Contéstame.
         El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez.
         —Qué se puede hacer si no se puede vender nada —repitió la mujer.
         —Entonces ya será veinte de enero —dijo el coronel, perfectamente consciente—. El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde.
         —Si el gallo gana —dijo la mujer—. Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo puede perder.
         —Es un gallo que no puede perder.
         —Pero suponte que pierda.
         —Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel.
         La mujer se desesperó.
         —Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía—. Dime, qué comemos.
         El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder.
         — Mierda.


París, enero de 1957."



sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad.

Es navidad. La navidad es un símbolo, es decimos mientras comemos un lechoncito: "es un símbolo, una excusa para reunirnos". Yo soy el menor y tengo veinte años, por lo que las coartadas de un panzón que no paga impuestos ni aporta a la AFIP no son necesarias.

No lo decimos con un profundo sentimiento de creencia. Es verdad, estamos comiendo bien vestido donde comemos siempre. Es como el cumpleaños de todos, es como un año nuevo menos importante, algo así como un "guarda que vengo" del 2012, en este caso.

Tengo planes. Me conecto un segundo a saludar a todos, porque es una fecha donde todos ablandan y se tratan bien entre sí. O por lo menos se esfuerzan por intentarlo. La Navidad es un momento en que me siento más en comunión con la sociedad. Creo que no hay que pensar en el pasado y revalorar a las personas una vez al año, sino todo el tiempo. Justo hoy, lo hacemos todos a la vez. Es como un fantástico "prende y apaga".

A Fran se le desocupa la casa (es decir, el único que queda ocupándola es él) y hace una invitación universal. Voy a ir, voy a encontrarme con mucha gente que me va a decir lo largo que tengo el pelo, lo flaco que estoy solo por decir algo, aquellos que me preguntan como me va en el año, si cambiarme de carrera me sirvió, como estoy con las chicas, si de verdad estoy de novio, que de donde es, que si estudia lo mismo que yo, que como la conoci. Escuchar sus historias, reirme. Amarlos a todos. Paralelamente, todos van a estar presumiendo lo bien que se sienten de poder descontrolarse por fin en todo el año. Lo divertido que va a ser, anécdotas de borrachos, chistes que ya no me causan gracias, chistes que aún lo hacen, humor negro, preguntas estúpidas, música que no soporto, música que amo, charlas interesantes, recuerdos.

Los que se vayan a bailar a las tres de la madrugada desalojan la casa. Como no me expresé contra todos cuando alardeaban lo drogados o borrachos que querían estar y lo felices que los hace liberarse de cadenas de las cuales tienen llave, me van a invitar. Que dale, que vamos todos juntos, que no nos vamos a ver hasta dentro de mucho tiempo, que me voy a matar de risa, que somos todos amigos, que el boliche se re pone, que me pagan los tragos si voy. Me voy a negar y me van a burlar con amor: "Te hacés el difícil".

Creo que en este punto realmente soy difícil. Yo quiero estar despatarrado. Liberar mi mente y sonreír en paz. Entender que la gente que está conmigo está ahi porque valen. Abrazar gente que no espera abrazos. Servirles gaseosa. Cantarles alguna canción con la guitarra, bailar con ellos. Decirles algún cumplido disfrazado, para confundirlos.

Antes que sumirme en un gentío que ostenta su ropa, su forma de bailar descolocados, su conocimiento de la canción de turno, su ingenio para el levante al ras, su desempeño frente a un vaso con líquido colorido, su aversión a lo que yo llamo diversión:

Antes que todo eso, prefiero ser feliz...


Y cantar Oxysakre:



(No apto para gente que se alborota con la palabra "concha" sea cual sea su acepción)



viernes, 16 de diciembre de 2011

El Dany

Quizá es porque estoy lejos. Porque no lo veo hace unas cuantas semanas después de haberlo visto todos los días del año. Como sea, hoy se me ocurrió inaugurar una categoría nueva del blog: Personajes. Todas esas personas sacadas de cuento, esos tipos o tipas raras que aparecen de una forma casual, que se quedan grabadas en la memoria. Me gustaría empezar con quién compartió buena parte del año conmigo.

Dany: "El que vende panes rellenos en la entrada de la facu"

Varios rumbos de la vida me dejaron éste febrero en La Plata, donde ya llevo un año de estudios en la Comunicación Social. Hasta principios de este 2011, las personas que cruzaron más fuerte mi vida siempre fueron amigos de mi edad o jóvenes inspiradores: quizá algún amigo de mis hermanos, alguna figura pública. Lo que sea. Pero todo siempre cambia.

Ya llevaba unas cuantas semanas de ir a la facultad con mi mejor cara de "Hola, soy escritor" y algunos frutos ya empezaban a florecer. En el ingreso nació un grupo de amigos que hasta el día de hoy vienen dándole color a algunos puntos de mi vida: ellos nunca se enteraron.

Juan, quién me introdujo sin mucho esfuerzo al mundo del CopyLeft, de las TED y de Orsai, un día apareció en el bufet hecho por el centro de estudiantes al tuntún. Llevaba con él un pan enorme. De los que hay que agarrar con ambas manos. Se sentó con nosotros y antes que le diga nada, me dice: "el hombre de abajo vende estos panes a ocho pesos, son buenísimos".

No dude demasiado, y bajé las escaleras. En la entrada, un hombre algo rechoncho y particular vendía comida de una canasta enorme. Era Dany, facilmente confundible con un Papa Noel del hippismo militante. Barba corta, el pelo largo y blanco en coleta, una boina igual a la que me regaló mi tío abuelo Alberto, camisa a cuadros pantalón de vestir a tono, y sandalias. Ojos celeste claros, bastante grandes.

Una sonrisa de oreja a oreja. Se hablaba con medio mundo de manera muy cariñosa. Se acordaba todos los nombres.

Así lo conocí. Le compré un pan relleno de cantimpalo y queso, me preguntó mi nombre, me charló unos minutos y me fui. Me encantaría acordarme las primeras palabras que cruzamos, pero nunca hubiera creído que iba a terminar escribiendo sobre ellas. Fue un día normal.

Nunca había entablado una conversación con alguien que te trata con familiaridad siquiera antes de saber tu nombre. Familiaridad legítima, no sonrisas pulgosas. Como la de Dany: se rió de alguno de mis chistes balbuceados al pasar y me dio el pan envuelto en una servilleta, con un particular gesto de él: hace una reverencia, con la cabeza inclinada. Como diciendo "Acá tenés. Disfrutalo tanto como yo disfrute esta charla." Casi hasta parece que dice "Cuida al pan, que necesita afecto". Si, así de expresivo. Eso ocurrió y lo recuerdo patente.

Varias veces volví a comprarle. Pero la importante fue aquella en la que se atrevió un poco más de lo normal.

Extiendo yo mis mano derecha para agarrar mi almuerzo y la contempla. Según el ánimo, llevo las uñas largas o cortas en esa mano. Fueron meses donde tuve un episodio beatlemaníaco con la guitarra, por lo que las tenía largas y redondeadas. "¿Tocas la viola?" me preguntó, sonando casual como siempre. "Si, si. El piano también" le dije, para no cerrar la conversación. "¿De verdad? ¡Noooo, loco!... yo toco en una banda muy copada, Panaderos Ensoñados, que hacemos covers de temas de los 60s-70s. Canciones del Flaco, Arcoiris, Aquelarre..." Ya con Spinetta conocía poco, el resto ni las oí nombrar " ¿Vos te coparías en tocar las teclas? hay algunos temas que suenan bárbaros con teclado, y además parecés un buen pibe. ¿Te pinta la idea?"

Nunca había tocado con una banda. De hecho, siempre me consideré un inútil para todo lo que tenga que ver con música para más personas que yo mismo. Pero me interesó. "De una. Estaría re bueno" le dije al voleo. Me comentó un poco más de los integrantes. Cuando me quise dar cuenta ya estaba en su casa, en remodelación, conociendo a Emiliano, el bajista. Charlamos unas horas y me volví para mi casa. La idea me encantó y me agradecí el haber dicho más que un "Si, toco la guitarra" y darle ahí nomás al chimpúm.

Ese es el Dany.

Tiene una novia brasilera que lo agasaja en vacaciones. Se conoce a la mitad de La Plata, porque vendió panes por varias instituciones, desde el Colegio Nacional y la Facultad de Arquitectura hasta Comunicación Social. Toca segunda guitarra y canta. Le gusta el Whisky "Los Criadores". Era compañero de la UES de los desaparecidos en la Noche de los Lápices. Fue a ver a Invisible y Pescado Rabioso en vivo por menos de lo que cuestan sus panes. Ahora vende milanesas de ternera y pollo a 11 pesos: estables más allá de la inflación. Terminó de remodelar su casa gracias a algunos amigos de arquitectura: le quedó hermoso. Nos hizo tocar con Panaderos en 7 lugares en el 2011. Me enseñó algunos códigos y realidades sobre la amistad que nunca había pensado. Ahora usa una boina tipo chata con un pin de "The Beatles". Conoció a mis viejos. Está con la mesa de peronismo de izquierda "La Conti", pero nunca lo dice abiertamente. Escucha todas las ideas políticas y las discute a un nivel que supera la cámara de senadores. Sabe muchísimo de los 70s. Estuvo en el momento en que Perón echo a Montoneros de la plaza, diciéndoles "Imberbes, idiotas útiles": me dijo, por lo bajo, que lloró por eso. Aún creé que yo soy "más del peceto" cuando en el año le compré a diario una milanesa de ternera. Me dice "El teclas" y me presenta como "El tecladista estrella de Panaderos Ensoñados", a veces varias veces al mismo sujeto. Es la única persona de La Plata, que sabe distinguir entre Río Grande y Ushuaia. Me ayudó a limpiar mi casa. Te presenta a todos, siempre. Es el Dany.

Es el "tío Dany" y en la facu nadie deja de saludarlo. Es el personaje que me dio de qué escribir con mis crónicas. Es otra de esas personas que hicieron del 2011 uno de los mejores años de lo que va de mi vida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Nuevas de Orsai

Sorprenden noticias del blog amigo (inspirador también) Orsai, en la que dicen que hay una nueva forma de distribución. Orsai es un proyecto editorial de la gran puta. Es un resumen de toda la ideología que está surgiendo sobre el derecho intelectual. Es una idea codiciosa que no deja de darme vueltas en la cabeza. Es el cambio de la escritura. Es algo genial. Sexy, me sopla mi amigo Renzo.

Esto lo resume bastante bien: Hernán Casciari en la TEDx de Rio de la Plata.




Estoy buscando 10 suscriptores de Orsai en La Plata. El tema es que en la nueva página de Orsai, anunciaron que hay un gran proyecto nuevo. Y para poner en marcha esta idea de volverla algo así como un producto cultural poderoso, son necesarias suscripciones anuales. Yo estoy buscando ser distribuidor, por lo que necesito asegurar la venta de 9 de las revistas que voy a comprar obligadamente. Ahi es donde ustedes pueden sumarse a esta nueva rosca literata. A este nuevo movimiento donde no nos va a arruinar el dinero, donde nosotros somos los protagonistas de aquello que leemos y consumimos para amortiguar un poco eso inevitable, que es el fin.

martes, 6 de diciembre de 2011

La Tarea de Des-Ocuparse




Las cosas no se terminan, hasta que se terminan. Una fila del banco no se acaba hasta que se llega a ventanilla o se deserta. Un plato de ravioles no se finaliza hasta que se dejan los cubiertos o cuando no hay más que senderos de tuco en el plato. Un año no concluye hasta las 00:00 del 1 de Enero del año siguiente.

Se me ha enseñado a no utilizar argumentos que refuten mis propias teorías: No se me ocurrió mejor idea que usarlos siempre. No entiendo por qué escondería aquello que acerca al lector (a quién escribe también) a una realidad más palpable. A entender y tomar el punto de vista, con errores incluidos. Entendiendo que lo que digo es sensible a un flaqueo por algún lado, no hay mejor solución que blanquearlo. Acá la aclaración de hoy:

Partiendo de la base de que el tiempo es un invento de simple orden y que su estructura no es más que una creación artificial de la mano de nuestros ancestros de calzas y pelucas raras, vamos a hablar de "un año" como la construcción sobre sí. Cabe aclarar que el autor de este texto perteneció toda su vida a una especie de clase media (las clases son un invento, como el tiempo o las zapatillas con abrojo), por lo tanto, el ambiente que recorre la entrada responderá seguramente a quienes lo acompañan en suerte. No hablamos de un año como orden, sino como símbolo. Por lo tanto, todas las afirmaciones que haga en esta entrada de blog, están atadas a esa variable: todos pueden entender los símbolos como quieran, o como lo han hecho siempre.

El desafío es verlo diferente.

El día de hoy, ya en unas 4:48 am desveladas, es 7 de Diciembre. No sé si es la redondez de la "D", o si son los mil negocios con presiones navideñas, pero todo el mundo da por concluido el año 2011. Falta casi un doceavo de año para que finalice. Es como sentirse en Marzo el 3 de Febrero.

Todo habla de un momento que todavía no existe.

Siempre omitiendo las cuestiones en que la navidad y el año nuevo están forrados con nieve, aunque en Capital Federal marquen 27º celcius; que usamos suéteres con renos y que si no tenemos chimenea vamos a ser personas tristes, voy a ahondar un poco en esta temática:

Pre-ocuparse es insalubre.

Si, con guión. Es para que se entienda mejor el cómo se toma la palabra. Etimológicamente (es decir, dividiendo la palabra en partes) Pre Ocuparse significa ocuparse de algo antes de ese algo.

Es como, por ejemplo, usar corrector en la hoja antes de equivocarse. Es utilizar fuerza psicológica, y hasta física, en un evento que no ocurrió aún. Un evento que no más del %50 de las veces sucede. El otro %50 es de los que normalmente sonreímos y agradecemos que no pasó. Obviamente, con horas de ocupación previa.

Es darle importancia a un hecho siquiera antes que se pueda hacer algo. Si se pudiera modificar la situación, si uno tiene cosas que hacer para esperar esa situación, entonces no sería "Pre". Sería "ocuparse" de eso. Así nomás te digo.

Pasa justo en esta época del año: los balances, los recuerdos, las cursilerías. El número #2011 como un casillero más donde guardar una parte de tu vida, para encontrarlo mejor cuando alguien desconocido te saluda en la calle y te pregunta si te acordás de él, o ella. Es el momento para volver al hogar, si se está lejos. O de revalorarlo, si se está cerca. Es el momento donde las cuestiones como innovar, crecer, contagiar ideas, u otras, se paralizan.

Las fiestas son el momento del desenchufe mundial.

Que no se me entienda mal: me agradan las fiestas y sus pormenores. Volver al hogar, reencontrarse con familiares perdidos en algún lado. Comer como primates y atinarle a convenciones sociales. Admito que, éstas últimas, menos sinceras de lo que son mis letras acá.
Sin embargo, el ambiente se tensa cuando entro en él: No tengo árbol de Navidad, no miro los especiales navideños de ningún canal de dibujos animados, no tengo que resguardar ninguna coartada para niños, no tengo que escribir una carta. Sinceramente, ni siquiera me merezco un regalo, ya que las cosas que he pedido están hoy sobre mi mesa.

No necesito la Navidad como me la enseñaron, como la ví en Cartoon Network. ¿Está mal?

La preocupación, aún así, son sólo algunas preguntas: ¿Pasamos la mayor cantidad de tiempo ocupandonos de cosas que todavía no existen? Los hechos empiezan y terminan a veces muy rápido: nosotros los tenemos en la cabeza durante semanas... ¿Será que también nos podemos postocupar de algo?. Si bien es insalubre, ¿Estará mal ocuparse de algo antes que no exista? ¿Se disfruta de la vida al máximo cuando se está sufriendo por un futuro? ¿Tiene realmente el ser humano la necesidad de depositar sus dudas existenciales en cuestiones impalpables e inexistentes como el futuro, o el cerro Uritorco? En caso que la tenga ¿Existen formas de canalizarlo para ser útiles a un fin más solidario?.


Una paloma me acaba de asustar, 05:26 a.m., parada en el tendedero de mi balcón. La ventana estaba abierta. El reflejo fue correr a cerrarla.


viernes, 2 de diciembre de 2011

Una Paloma

Me sorprende fuera un nuevo día. En la algarabía de una serie de Cuevana, la ventana vuelve a las lámparas una redundancia. La luz se filtra por las cortinas, y las cinco de la madrugada ya son mañana.

El día de ayer, o el de hoy si es el dormir el parámetro del nuevo día, resultó un día reflexivo. Puedo comenzar contando las bromas y los delirios de mi invitado de nuestro sur. Puedo tantear el desorden y la búsqueda de objetos perdidos. Sin embargo, el día comenzó con una paloma.

Comimos en un Burguer King. Ya era tarde, algo así como las tres. A la hora de pedir nuestro poco nutritivo alimento, conversábamos sobre una muchacha y la seducción. Si bien no son temas comunes para charlar con cualquiera, con Fran y mis amigos de mis lares resulta sencillo. Nos formamos de manera similar: hablar de mujeres no es un tabú, ni un sentimentalismo. Esta chica era muy bonita.

Pedimos y esperamos. Nuestra comida se sirve rápido y en poco tiempo estamos subiendo las escaleras. La muchacha estaba ahí, a mis espaldas. Mi compañero estaba mirándome de frente, por lo que la chica se ubicaba directamente frente a él. Yo simplemente veía la zona de juegos y parte del piso de abajo. La planta superior era bastante más reducida que el local entero, por lo que por un gran espacio se podía asomar al piso inferior, como un balcón.

Nos reímos de lo inmordible de la hamburguesa y se me dice que la chica está sola, comiendo una hamburguesa bastante grande. "En un momento de coraje, hay que sentarse y hablar. Ella seguro está ansiosa por algo así, tan de película" dije. Yo dando consejos sin poder ejecutarlos. Fran movió sus hombros, y siguió el festín. Algo me llamó la atención desde abajo.

Entre movimientos y aleteos, una mancha negra que asciende se aclara. Una paloma entró volando al local de puertas enormes y está buscando salir, desesperada. Algo se habrá visto en mis ojos, que mi co-devorador silenció y quedó tieso mirándome.

Fugaz, ve un panel blanco de luz en el techo, y se estampa contra él. No cede, así que da una vuelta para encontrar otra salida. Junto a unos muchachos sentados a un par de metros de donde estábamos nosotros, se extendía un ventanal del tamaño de la pared entera. El ave lo cree idóneo, y se lanza casi en picada.

"Uh" dije fuerte al primer impacto, sorprendido por el espectáculo. Fran entendió que mi atención estaba tras de sí, y giró para ver el descenso a toda velocidad. Me sorprendió la seguridad del bicho, lo insospechado de la inocente malicia de un vidrio irrompible.

El golpe fue seco, aunque tronó con fuerza. Cayó sobre la mesa de los muchachos y luego siguió camino hasta el piso. Nosotros, a un metro esta vez, no pudimos soportarlo. Nos han criado con películas violentas como Mi Pobre Angelito, o con dibujos como Tom y Jerry: esa es la única explicación que realmente me tranquiliza. Nos tentamos de risa. La estupidez, la fuerza, la cinemática trayectoria de un pájaro que ahora está en el piso. Yace casi inmóvil, boca arriba. Nos reímos muchísimo, les puedo jurar que no podía parar.

"Compungido" es la palabra que usó mi amigo para describir a esas pocas personas que rodearon al pobre bicho. Eran un par de nenes chiquitos, y otras personas más grandes que lo vieron entrar. Fue todo muy veloz. Yo veo una y otra vez el ave distraído, tonto, golpearse contra la lámpara y estamparse contra el vidrio. Era imposible cortar esas imágenes.

Pasa uno o dos minutos eternos. A duras cuestas ensombrezco la mirada, y me acerco al animal, que aún abría y cerraba el pico. No iba a sobrevivir. Definitivamente, despertó un dilema muy fuerte dentro de mi cerebro, ya a esta altura, autónomo: reírme por lo cómico de la situación o entristecerme por el destino. Me acerco un poco más. Todos mantienen una distancia aunque el "pobrecita" se repite en varias voces.

No sé muy bien que surgió. Dudo seriamente que haya sido una cuestión de aparentar. Me recliné y tomé a la paloma entre mis palmas (hasta entonces nunca había tocado un animal que no sea doméstico) y la alzé en su agonía. Tenía la mirada triste.

Un muchacho me ofreció que la deje irse por la ventana. El animal estaba estupefacto, a punto de morir. Volar no sonaba como algo posible: tirarlo por la ventana sería solo un tercer impacto. Aún viendo a la paloma accidentarse una y otra vez en mi cabeza, decido (en voz alta) llevarla fuera, dejarla en algún espacio verde. La tomo firmemente, y bajo las escaleras. No giré la cabeza para ver a nadie. Ni a Fran ni a la gente, ni a la chica. No vacilé tampoco, solo bajé.

Paso entre muchas personas que ni siquiera saben lo que sucedió arriba. No ven el ave, ni me ven a mí. Seguramente fue por mi avance para nada sospechoso. Camino hacia afuera y me dirijo hacia una plazoleta que está cruzando la calle 7, frente a la facultad de humanidades, de la UNLP. El semáforo está en rojo. Yo, un muchacho de pantalón corto y chomba roja, miro el semáforo con serenidad. Tengo en mis manos las últimas luces de una vida insignificante como puede ser la de una paloma más. Yo tengo la sensación de que ninguna paloma murió antes que ésta y que ninguna paloma moriría como la que cargaba en mis manos.

Cruzo la calle, y debajo de un árbol enano, me extiendo y dejo el cuerpo. Ella ya no se mueve ni parece respirar. Vuelvo al negocio, y subo las escaleras. "¿Vamos?" finjo indiferencia. Agarramos las gaseosas y encaramos la retirada. La chica le dice algo a Fran, y cuando miro, me dice que me acerque. "¿Qué pasó con la paloma?" me pregunta "la dejé cruzando 7. Cuando la bajé movía el pico, pero no creo que le quede mucho más de vida" mentí en tono afligido. "Pobre..." concluye. "Bueno, chica, nos vamos. Hasta luego" confío. En tono de funeral, me sonríe y me dice que hasta luego. Bajamos con Fran.

"Qué gracioso. Tanto pésame por una paloma, cuando está devorándose prácticamente una vaca entre panes" reflexioné en voz alta.

Las carcajadas nos acompañaron hasta la puerta. Más allá de la cruel verdad que nos daba tanta gracia, entendimos que ella estaba deseosa de hablar. Ella había sentido algo, y nosotros estábamos ahí para recibirlo y compartirlo. Habíamos presenciado ese acto tan extraordinario juntos, y le hubiera gustado, seguramente, que la acompañemos en él. Hubiera preferido su combo con dos extraños que se apiadan de una paloma luego de reirse de ella.

Sin embargo, la protegimos. Ella no supo la verdad del animal. Ella no se enteró que había muerto.

Yo, en cambio, lo sabía muy bien. Es la primera vez en mi vida que veo a un ser vivo morir. Es, también, la primera vez que uno pierde la vida en mis manos. La diferencia en sus ojos entre su agonía y su tranquilidad. Su cabeza débil, su cuerpo pesado.

La chica seguramente se fue a su casa y su vida siguió sin más. Quizás contó la historia, y habló de los chicos que se pusieron de acuerdo para sacar a la paloma. Sin embargo, ella no habló de muerte, ni de los ojos de la paloma. Ella no habló del cuello blando, de las alas relajadas, ni del poco pasto que la abrigaría bajo el árbol petiso. Ella quizá pensó algo sobre los chicos que no se sentaron con ella, de lo imposible que fue compartir la emoción. De que nos reímos cuando pasó. Cuando la dejamos, quizá entendió nuestro apuro.


Sin embargo, no entendió el bien que le hicimos al alejarla de aquello de lo que todos los seres humanos luchan por olvidar:

La muerte en la insignificancia.