martes, 10 de enero de 2012

La Pastafrola

Esta es la historia, corta como la ven, de Simón, un muchacho musculoso, altísimo, vestido siempre con la misma remera amarilla patito y una camperota de cuero encima. Siempre miraba con un solo ojo muy abierto, y el otro casi pestañeando, a la vez que sonreía. Eso cuando estaba feliz. Se paseaba siempre en su moto brillante y de metal. Por la noche, sus luces alumbraban la ruta entera y en sus asientos se podían sentar hasta dos osos con las patas estiradas.

Pero lo que más nos importa de Simón es que no creía en la magia. Veía montones de magos, elegantes y de camperas rotas, flacos y rechonchos, en grandes teatros o en la calle y siempre decía lo mismo:

"Ja! Si la magia existiera, sería mucha y peligrosa.
Divertida y contagiosa, sin mucho que esconder.
Sería magia la magia, si de mentira no fuera,
 y yo la pudiera ver"

Los chicos, que para mirarlo a la cara tenían que levantar su cabeza, lo retaban y le explicaban que la magia existía. Que esos hombres de guantes suavecitos, que se paraban derechos como una regla y hablaban fuertes como un titán, podían mostrarla, como un pintor que muestra su cuadro. Pero Simón se reía siempre, y repetía la rima. "Sería magia la magia, si de mentira no fuera, y yo la pudiera ver". Hasta un día de sol.

Paseaba por una plaza Simón, un domingo muy brillante. Tenía los ojos escondidos tras sus lentes negros. Caminaba tranquilo hacia una esquina, cuando el Mago Mereje se le acercó. Tenía una capa roja muy gastada, con agujeros y parches por doquier. Una galera azul medio chata y el pelo bien liso y duro. Sus manos sucias y en el centro de la plaza, abajo del monumento al hombre del caballo, una bola de cristal.

Lo miró a través de los anteojos oscuros y habló:

"Bajo la gran sombra
del caballo con sombrero
una esfera cristalina
transparente y con agujeros

Lo esperá a Don Simón
de gran porte y de destreza
un sinvergüenza muy pintón
Al que su futuro le interesa.

Acerquese y vea
que por mucho no es un cuento
Para que usted me crea
Le adivino en un momento"

Simón se rió muy fuerte, como se ríen los malos de las películas. "Qué me está diciendo. ¿Que puede saber mi futuro?". El Mago Mereje dijo que sí con la cabeza, muy muy serio. "Si, con mi bola de cristal, algo rota y mugrienta, puedo saber que le va a pasar a usted, antes de que le pase" dijo valiente Mereje.

"Bueno, eso lo quiero ver" dijo Simón, burlándose mientras se acercaban a la bola. "A ver, ¡adivine, adivinador!". El mago pronunció las palabras:

"Estrufulus tufus,
 véole meriéndole.
 Muestra la bola,
 carambola con sémola,
 el futuro de Simón,
 sin tractor un bienhechor."

La esfera, que tenía mil raspones, se levantó en el aire. Flotaba. "Es un truco, no me lo creo" dijo Simón. El mago movía las manos como loco, y la bola se acercaba hacia él. Muchos chicos y chicas que estaban en la plaza, hicieron ronda para ver el espectáculo. El Mago Mereje se detuvo repentino con los brazos estirados y las palmas abiertas hacia la esfera. El viento comenzó a soplar más fuerte, y el cielo azul se fue tapando de nubes blancas y grises. Poco a poco, ante los ojos de todos, un hilo blanco y dorado comenzó a salir de dentro de la bola. Era un gran pañuelo que brillaba con luz propia. Simón seguía riendo: "¿Un pañuelo? ¿Nada más?" y los niños boquiabiertos miraban a Mereje tomar el pañuelo.

"Está acá tu futuro. ¡Lo que te va a pasar antes que te pase!" dijo Mereje y comenzó a leer:

"Ni la última ni la primera
de tus cosas yo sabré
Comerás pastafrola
y tomarás tereré.

Verás tu moto averiada
pero no importará
una verde mirada
loco te volverá

Entenderás de la magia
muy importante lección:
es divertida y contagia
alegría con amor"

El Mago tomó la bola, y se guardó el pañuelo en uno de sus bolsillos escondidos. "¡Son tonteras!" dijo Simón. "Las mismas tonteras de siempre". El Mago mostró sus blancos dientes y se despidió con una reverencia. Simón siguió caminando y refunfuñando. "¡Ja! ¿Comer pastafrola? Que cosa más zonza". Antes de llegar a la esquina, escuchó sirenas y gritos. 

Cuando se acercó, vio a su moto tirada contra el cordón. "¡No!" dijo y corrió hacia ella, que ya no brillaba tanto. Un viejito levantaba a una persona que estaba cerca, tirada panza abajo. "Venía en bicicleta y se distrajo mirando al cielo. ¿Qué raro el clima hoy, no?" dijo el abuelo a Simón. La chica lo miró.

Ella tenía los ojos como dos bolas de cristal, brillando. "Disculpame" le dijo a Simón. Cuando caminó hacia él, Simón no lo podía creer: cada parte de su cuerpo, desde sus meñiques del pie hasta la curva de la oreja, temblaban de los nervios. "Soy Marina. Perdoname lo de la moto. Venía andando tranquila, y de repente me agarró un escalofrío. Un chucho impresionante. Cuando me quise acordar, estaba volando por el aire, viendo como tu moto se desparramaba" Simón no sabía que decir. La moto parecía haberse roto, pero seguro se podía arreglar. Seguro podía ir a su casa caminando. No importaba mucho. 


Cuando iba a responder, la vió directo a los ojos. Marina los tenía verde pasto. Pero del pasto cuando la luz amarilla de la tarde lo recubre. "Ap-Yo mej-, pero y- me gust-- y v- porque la mot-" Las palabras, una por una, se pusieron de acuerdo para no salir. Salían de a gotitas y Simón, que siempre parecía un galán, ahora parecía un pato cuaqueando. "Vamos a tomar un helado" dijo con mucho esfuerzo. Así comenzó todo.

Marina y Simón se enamoraron esa misma tarde. Ella, muy amante del membrillo, lo invitó a comer pastafrola casera. Él, siempre queriendo quedar bien, aceptó con gusto. Comieron y rieron como locos. Hablaron de cuando eran chicos y de cómo les gustaba tirarse en el pasto a ver la luna. Eran el uno para el otro.

Luego de una hora, y cuando ya el sol dejaba de iluminar el horizonte, Simón recordó algo. "Marina... ¿te gusta el tereré?" la chica se quedó pensativa un rato. "No, la verdad que prefiero el jugo de manzana".

Simón, durante muchos años, volvió a buscar a Mereje a la plaza. "Se fue, un gran circo pasó por la ciudad, y el se fue con ellos" le dijo un chico que lo conocía de tanto ir a la plaza.

Nunca supo Simón si la magia existía o no, si lo que había pasado ese domingo había sido un truco o había sido realidad.

Lo que sí aprendió es que la pastafrola hecha con amor es más gustosa, y se pega menos en los dientes.









4 comentarios:

  1. "Estrufulus tufus,
    véole meriéndole.
    Muestra la bola,
    carambola con sémola,
    el futuro de Simón,
    sin tractor un bienhechor."

    Me alegró la mañana.

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  2. Linda historia, me encanto!! Muy simpática la forma en que la narras :)

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  3. Ananá: A Simón también le alegró la mañana :B

    Sabrina: Gracias muchas, simpatía es lo que buscaba y me alegra haberla encontrado. Más me alegra que me lo digan :)

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  4. Muy linda la historia, yo soy como Marina: La pastrafrola, con jugo de manzana, con tereré jamás!

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