lunes, 7 de noviembre de 2011

No Siempre está en el Norte - Segundos Bocetos

-Si decís “Gracias” significa que no querés más- me dijo. Eso lo aprendió Allá. Tomó muchas costumbres. Se tiñó un poco de ese norte tan lejano, tan pegajoso y lleno de bichos que nos imaginamos. El Norte del que habla el noticiero, donde los famosos caminan por la calle. Donde los grandes escritores están en bares, o te los cruzás en supermercados. Ese lugar tan lejos.

Pero acá está, sentado con nosotros, tomando eso que antes no tomaba. Caliente pero no hervido, muy bien preparado y en una calabaza muy rústica. Natalia está en el living. Ellos viven en un departamento de esos monoblock que entrega el Estado. Son todos iguales y a la vez tan diferentes como las mismas familias que los habitan.

Su pieza tenía las paredes color celeste muy claro, casi blanco. Todas estaban pintadas desprolijamente por decenas de artistas desastrosos pero con coraje: aquellos que nos animamos a pedirle un fibrón y un “¿Puedo escribir acá?”. Un foquito colgando de varios cables envueltos en cinta de aislar.

-Si, pero sin nada muy desubicado, que mi vieja lo leé- Mabel. Una mujer bajita y de mejillas coloradas. Vestía de pantalón de vestir y ropa con tela áspera. Era amorosa como ninguna. Ella no nos juzgaba y sus comentarios siempre nos salvaba en los dilemas. Era de las viejas que cuando estabas por mandar todo al tacho, te decía cosas como “No creas que los tipos que lograron cosas nunca dudaron. Si una cosa no parece ridícula al principio, entonces seguro no vale la pena. Lo dijo Einstein, y todos lo conocemos, ¿no cierto?” Siempre fuimos sus hijos adoptivos.

Natalia puso la cafetera de filtro a trabajar mientras charlábamos.

-Che… ¿y que onda allá? ¿te gustaba? – pregunté a Shul. No sorprendí a nadie pero el silencio se volvía incómodo

-Está bueno. Tenés que aprender a manejarte sólo. Nadie te plancha, nadie te paga las cuentas. Nadie te obliga a estudiar. Es todo un tema. Igual, lo que más me dolió fue no comer más comida de casera. Eso si que hace mal, chabón. Se extraña y se dejan muchas cosas.

Miro a Natalia. El último comentario le relaja las mejillas. Parece sonreír.

-Bueno, gente estándar, ya tengo mi café. Los dejo para que hablen cosas de machitos – nos dice la mujercita, que rondaba los 20, como todos nosotros. –Chau, nos vemos – Decimos nosotros, sin demasiado espamento. Julián en silencio regulaba los tratos. No sabemos cómo lo hacía, pero era efectivo. Lo aceptábamos y todo.

- eh… chau- dice Julián. Le cuesta encontrar su cachete, en una especie de baile raro y rápido, se va ella sin mirarlo.

-Y… ¿Cuándo te diste cuenta que querías volver? – preguntó el Cholo, pasado un rato de charlar boludeces.

- Se complicó todo… Algunos profesores me tenían cruzado, no me querían aprobar. Las responsabilidades se pusieron muy pesadas. No sé, todo muy para atrás. Además, mi vieja no anda muy bien de salud. Un montón de cosas que se juntaron. No quería estar lejos, que se yo.

-Pero cuando viniste en invierno estabas re contento. No querías volverte ni comentaste que te pasaba eso… - fue bajando el volumen, cuando yo le clavé la mirada fijo. “Calláte” le dije sin decir palabra. Entendió.

-No, bueno, qué se yo… todavía no me había pasado algo groso. Algo que me diga “Listo, me vuelvo”. Creo, si, bueno, eso- Tartamudeó. Miente horrible.

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