Entre cuento e informativo, les dejo un texto para resumir
los primeros dos días a bordo del crucero en el que estoy ahora mismo. Grand
Celebration es el nombre, y lo que menos he escuchado es inglés.
Cómo es el barco es una buena manera de arrancar. La última
remodelación que transitó el barco fue en el año 1982. Por deducciones lógicas,
asumí que la remodelación estaría pisando estándares estéticos de aquellas
épocas. Para los paisanos: lo arreglaron pensando en lo que era lindo en los
80. Flúo. Hay luces que se mueven en algunos cielorrasos de los 10 pisos o
“cubiertas”. Alfombras coloridas y con formas geométricas, ventanas redondas
con marcos de acero inoxidable, sillones redondos giratorios y mesas de vidrio
“modernas” al estilo Tom y Jerry en ese lapso extraño donde se oía jazz de
fondo, y los dibujos eran bastante más tétricos de lo normal. Creo que somos
pocos los que notamos esa diferencia. Es como algo que se quedó en tiempos que
recuerdo vagamente, pero me resultan muy familiares. Prosigo.
Quiénes están dentro del crucero es un dato bastante
observable. Básicamente son viejos atendidos por jóvenes. Los habemos
excepciones: chicos que acompañan (o son arrastrados) a sus padres, parejas
jóvenes que no sabían muy bien a dónde se metían y grupos de amigos que
simplemente querían viajar por altamar sin demasiados ajetreos y lo más
económico posible. Sin embargo, los viejos son hinchada dominante. Hay viejas
altas y de pelo corto, casi gargantuescas. También hay abuelitas chiquititas y
encorvadas, con aretes de perla blanco que le cuelgan de las orejas manchadas
con la edad, de sonrisas picaronas y de ojos agrandados por los lentes-lupa.
También hay viejos. Regla general: viejo = vieja. Vieja puede ser por sí sola,
pero viejo es sólo sí vieja. Vieja puede ser mas vieja. Viejo puede ser mas
viejo, pero ambos viejos serán sólo si vieja. Los viejos también varían. Desde
pelados con pantalones hasta el pecho, camisa a cuadros abotonada hasta arriba,
con esos apoyadores que parecen carritos, hasta viejos enérgicos que en el
gimnasio me ven con 4 de peso en la bicicleta y me dicen “Mirá, yo estoy en 10
y estoy menos destruido que vos”. Viejo enérgico 80% de no ayudar a la
autoestima y/o promover las buenas iniciativas para la salud. Los viejos siempre
van detrás de una vieja, casi por defecto. Ellas son las que te preguntan si
terminaste de comer para ocupar tu lugar, ellas son las que se quejan, son las
que aplauden al cantante pseudo Luis Miguel que canta latinos (y tango por las
noches). También son ellas las compinches que miran a otras viejas. Se ríen o
halagan de los vestidos, carcajean de las otras viejas en malla. También son
las viejas que caen con platos repletos de postre y son ellas las que hablan de
viajes. Son como un elenco de abuelas: de todos los tipos, surtidos y en
abundancia.
Hay viejas, y se me perdone quién aprecie a alguna, mal
llevadas. Esas que te miran mal, de reojo, que maltratan a los mozos, que
hablan de lugares mejores. Las hay que cuentan que un viejo las quiso cortejar.
Las hay como Mirta, pinturrajeadas y con la nariz apuntando al sol del
mediodía, hablando de dinero y de vacaciones por Cancún. Hay algunas que miran
todo como despistadas, que se ríen, que siempre tienen un comentario gracioso
para hacer. Hay viejas extremadamente ocurrentes. Hay viejas que se las quiere
en un minuto, hay viejas que se las odia a simple vista. Pero eso sólo hay
seguro: muchas viejas.
Por otro lado está el gentío del servicio. Hay colombianos,
españoles, argentinos, brasileros y podemos jurar que hay un filipino… o chino,
o japonés, o coreano. Esto ya es menos
variado, ya que son escogidos por su capacidad con el trato de otras personas y
no por la cantidad de plata del pasaje. En general son muchachas de pelo
recogido con una simpatía o extremadamente natural o entrenadísimamente
forzosa. Los muchachos están los callados que se ríen de algo y acatan, o están
los charlatanes que se ganan a las viejas gritonas en una o dos repasadas de
gaseosa o jugo de ananá. Los más desagradables, hasta ahora y para sorpresa de
todos, son los animadores. Yo los recuerdo en mis viajes de chico como súper
alegres, correteando como nenes chiquitos, viendo el entorno como un jardín de
infantes y trabando buenas migas con todo aquel que les cruzase la vista. La única
vez que vi a alguien de animación en este barco, fue junto a la pileta. Varios
de ellos parados rodeando una mesa alta, fumando y hablando algo que seguro no
ganará un Nobel. La escena me abrió la puerta de “¿Cómo debería ser un
animador?” y me quedé con la versión imaginada de una vieja con riñonera,
bailando un tema de Marc Anthony y animando a otras viejas. Eso sería una
animación decente.
Hasta el momento en cual escribo, no construí siquiera un
“nos conocemos” con nadie en este barco. Sí con quienes cenaremos de acá hasta Barcelona,
una pareja porteña clase media con su hija de 15 años que quiere (según su
padre) estudiar diseño de indumentaria. Aún no tuve tiempo de hablarle y
verificar dicha información. Más allá de ellos tres, el resto de la sociedad
abordo me parece ajena.
Sigo siendo un extraño a las costumbres del cachengue y
bolicheras, a los espectáculos de aquagym o al spa. Los mozos con los que
hablamos durante la comida me preguntan si voy a ir a la discoteca. Yo digo que
no y no me explayo. Serían largas e intensas horas de explicar los tormentos
coloridos e infantiles que me subyacen. Creo que una vez dije que sí: Que “qué
te parece”. Sarcasmo defensivo y útil.
Hay un piano precioso de cola en la cubierta 9, y Rafaela,
una moza dulcísima pero silenciosa, dijo que había visto tocar a algún pasajero
y que creé que no habría ningún problema si pregunto a la gente encargada. Ése
es mi meta para estos días, además de
terminar (sólo 10 hojas más) “Operación Masacre” y no abandonar la bicicleta
que hoy casi me cuesta la compostura.
“Es una cuestión de sacrificio: tenés que salir de acá
empapado”: Viejo energético 90% de posibilidades de lograr que te arrepientas.
Escrito el Lunes 12 de Marzo del 2012. Bruno Martínez
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