martes, 15 de noviembre de 2011

Primeras Impresiones

         Amo reparar en el comienzo de un texto. Darle un segundo demás a las primeras palabras donde, el autor, seguro se sintió como un guaraní entrando en una capilla. Ese momento donde uno conoce a quién le hablaba por internet hace tanto tiempo. Donde estás obligado a hablar: Si un lector llega a un texto, el autor está empujado a escribir lo que sigue. Es como el nivel del Mario Bros (el viejo) que arranca y avanza constante, impune e indómito.
       Ahí es donde se ve la verdadera personalidad del escritor. No durante el texto, no al final ni después. El comienzo es ese primer impacto, donde se asocia lo que uno cree de un escritor, con la verdadera obra. Es como hablar por telefono muchas veces con una mujer, para luego conocer al cuerpo, a la boca y a los ojos que pronuncian las oídas palabras. Y creo, simplemente, que las primeras impresiones son oro puro. Oro psico-social, digámosle en nuestro snobismo.
        Las primeras impresiones son un empujón muy brusco, donde cada persona, en su necesidad de defensa, no sabe cómo reaccionar. Por lo menos en la mayoría de los casos. Se conocen bien los diálogos ensayados, los qué tal amistosos con sonrisa de boca y no de cejas. Esas pantomimas estándar que solemos aplicar nosotros por igual, seamosnos sinceros.
         Si el árbol no se cae es buena señal y se puede llevar una charla con esa persona acostumbrada a un trato determinado. Por ejemplo, si yo abordo a una mujer y le digo algo como "Sos igual a mi Tía Carlota" estaría soplando, o bien el búnker, o bien la casa de naipes. Siguiendo la situación hipotética, si responde: "¿Ay, quién es tu Tía Carlota?" no será lo mismo que "¿La conozco?" o "Entonces sos un pibe acostumbrado a la belleza". Tres respuestas demuestran tres personalidades (y sólo para empezar). Lo mismo pasa con los autores. Lo único diferente, es que la frase de abordaje es "Hola, estoy leyendo tu libro/entrada/gacetilla/columna/articulo/prospecto/frase de baño. ¿Vale la pena?". Ahi entran estas frases.
        "Había una vez en un tiempo muy lejano", "Los McBelsten no perdían el tiempo en la tecnología", "Si mi vieja hubiera sido promotora en vez de dirigente gremial, hoy estaría pidiendo un iPad", "Comenzó con un triste moco determinista". Todas frases que ya predefinen la obra. Ya te intuyen a meterte en un texto de la extensión necesaria y, si te ves obligado a dejar la lectura, aún vas a saber si te gusta lo que se viene. Yo si leo lo del moco, probablemente esté ansioso por terminarlo. Me gusta acabar rápido con todo lo que tenga que ver con mocos.
       Éste es el espacio que le dedico a esos pocos caracteres de la primera frase. Ese darse coraje para plantarse a un profesor que está a favor de la volatilización del merengue, para entrar en una iglesia siendo el ateo más declarado de todo el santo mundo, Ese momento que diferencia a un cuentacuentos de aquel que balbucea tonterías. Esas tonterías que venden, obviamente.

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