martes, 3 de julio de 2012

Miércoles 17

     Buscar al Papi se hacía imposible. Entró en casa más rápido que un bombero, con la ropa de trabajo, agarró el pistolón del abuelo Marcos, nos dió un beso a la Mami, a la Silvia y a mí y nos dijo
    -Me voy a la plaza, ustedes quedensé acá tranquilas - mientras salía disparando por la puerta, y se metía al río de personas.
      La Mami se acordó del remedio para la presión del viejo y se preocupó: no hacía más de una semana que el Papi cayó internado por un bombazo y que se salvó raspando. En el laburo no le quisieron dar descanso para recuperarse, así que tuvo que volver a la línea.
     Pero ese miércoles a la tarde, apenas salió de laburar, ni siquiera se quedó a tomar la media tarde y ya salió caminando para la Plaza de Mayo. Está lejísimos de casa, y si iba a caminar todo eso, tenía que tomar el remedio de la presión. Además, no estaba solo: había miles de hombres mugrientos como él yendo para Capital. Lo último que vi antes de agarrar las pastillitas fue a papá meterse en un grupo de personas donde reconocí al Machuca teniendo una bandera.
    Agarré el paquete con las pastillas, me las puse en el bolsillo del delantal y salí rajando. Me metí entre toda esa gente que le cantaba "al General", buscando la melena negra y la espalda redondeada del Papi. Por cada lugar distinto donde pasaba, el olor cambiaba: aserrín, aceite de motor, carne cruda, diesel. Por todos lados se unían los olores y ninguno me recordaba a mi papá.
    El retumbe de los bombos era repetitivo y muy fuerte. A los gritos iba y los grandulones del aserrín me miraban sin saber bien qué hacer. Era yo una piba vestida de maestra en medio de un torbellino de obreros marchando. Pregunté a un hombre bajito de tirantes y a un señor gordo como un tonel, pero ninguno lo reconocía. Las banderas se tapaban unas a otras y las horas se me escaparon entre los brazos.
      La noche anterior había habido una garúa finita, y el sol que salió humedeció el ambiente. El calor y la multitud mareaban la marcha larga de columnas de personas que se iban sumando, cada uno con sus banderas hechas así nomás: se suponía que la marcha iba a ser el 18, pero la gente quiso salir antes.
     Ya llegando a Capital yo estaba exhausta. Había caminado más de diez kilómetros, intentando de llegar al principio de la marcha, para ver si encontraba a mi viejo y poder salvarle la salud para que vuelva esa noche a casa y pueda seguir viviendo tranquilo. A esa altura de la tarde, algo así como las siete de la tarde, el sol comenzó a ponerse y la cantidad de gente que había ocupaba la mayoría de las calles principales. Nosotros ibamos por la 9 de Julio. Las piernas me ardían y los pies andaban solos.
     En un momento, en un fuentón, lo vi al Machuca tirandosé agua en la cara y mojandosé la ceja gruesa que le recorría la cara entera. Corrí hacia él y cuando me vió se quedó duro. No se esperaba encontrar a ahijada en tremendo tumulto.
     -¡¿Pochi, qué hacés acá!?- me pegó un grito. Cuando dijo mi nombre, un señor grandote sentado al borde del fuentón me miró. Era el Papi y estaba descalzo respirando un poco dificultoso. Ni le respondí al Machuca y corrí hacia mi papá que estaba brillante de sudor. Lo abracé y le conté que lo anduve buscando toda la tarde para darle los remedios. Metió los pies comprimidos en el agua para refrescarse y se rió. Tomó la pastilla sola, se guardó el paquete en el bolsillo delantero del mameluco, y me dijo que ahora tenía que acompañarlo.
     Mientras caminábamos me explicó dónde estabamos yendo. Me explico por qué "el General" estaba preso y por qué no tenía que estarlo. Me hizo llevar una bandera del gremio y me enseño una parte de la marcha para cuando "nos lo devuelvan".

      Después me vengo a enterar de la importancia de la marcha por los noticiosos. Que "fue un caos", que asaltaron y saquearon negocios, que Perón habló (yo lo vi pero no llegué a escuchar casi nada) y que dijo que era una nueva época, la de los trabajadores.

      Yo no sé, yo estoy tranquila. El Papi está durmiendo limpito y sereno en su cama mientras la Mami escucha la radio, y la Silvia come manzana rayada y me mira escribir todo esto para el folletín del barrio.

       El resto ya lo sabremos con el tiempo.

1 comentario:

  1. El abuelo de mi mamá asistió al glorioso día. Desde Castelar se fue, con un cuchillo en la mano, algo confuso probablemente, con ese miedo que se te cae de los bolsillos, pero hasta el culo de convicciónes de ser este el tipo que si miraba a los trabajadores en serio.

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