jueves, 5 de abril de 2012

¿Por qué nos gusta viajar?

Siempre es entretenido elaborar teorías sobre misterios ( o certezas ) que no se quien reconocer. Mas que entretenido, es una parte de la sed de categorizar todo. Las situaciones me ponen a pensar: ¿Por qué nos gusta tanto viajar? Quizás peque de iluso diciendo que a TODOS les gusta, sin embargo, presumiré que quienes me leen, por ese algo profundo que nos une tan invisiblemente, lo aprecian tanto como yo. Viajar nos estimula, nos enriquece, nos llama la atención, nos despierta, nos distrae de los problemas y nos lleva a momentos pasados que no conocemos y que, mucho menos, hemos vivido. Básicamente, viajar nos obliga a apagar la costumbre, a cambiar los anteojos grises con los que vemos nuestro hogar y que son tan inútiles para ver otros lugares. Nos obliga a ver con curiosidad a las personas, a adivinar las 7 diferencias entre un francés y un colombiano, un juego de un rosarino, una porteña de una catalana. Nos obliga a probar nuevas comidas, a concentrarse en los aromas, en oír la música en los caminos o a preguntarse qué diantres te intenta de decir el marroquí que le esta poniendo nutella a tu panqueque gigante, y por que carancho le dicen crepe. Perdonen si pienso demasiado, pero todo eso significa, de una manera un tanto rebuscada, el volver a ser un niño. Es reconcentrarse en la sentidos y agudizarlos, detenerse en cada detalle, y que el tiempo pase lento. Grabar en la memoria, aprender, charlar, reirte, sorprenderse de uno mismo, moverse. Reconocer cuando uno esta en su hogar, o en el de otro. El mero hecho de no saber las reglas, de tener que observar como se maneja otra persona para imitarla, no es alejado a aprender a caminar o a limpiarse después del baño. En la psicología se enuncian varias pautas o estratos de socialización. Es ese momento o grupo con quienes tomamos contacto y formamos nuestra personalidad: la familia primero, la escuela después y el trabajo al ultimo. Considero ya, a esta altura (poca) de la vida, que conocer otras culturas es otra de esas socializaciones. Entender la cultura propia en contraste con las ajenas, comprender los origines o las diferencias reales históricas o simplemente saber que, en otro lugar del mundo, la gente come el arroz con leche caliente como cena, sabes que algunos toman café con ron, o que comen pez espada frito con bananas, o que llevan turbantes y barbas largas. O que hay niños que son hombres cuando deberían ser simplemente niños. Me resulta difícil separar lo que soy, de lo que he viajado. No puedo verme pensando en la pobreza, si no hubiese conocido buenos aires, o la ostentación si no hubiera pisado el palacio de Versalles. Tampoco podría dimensionar la injusticia sino supiera que las murallas de Cartagena están unidas por arena con sangre de buey y de esclavos negros. Tampoco hablaría sobre lo oscuro del desarrollismo, si no supiera los miles que murieron construyendo el canal de Panamá. Tampoco podría conseguir la pasión si no hubiese hablado con un fanático de Rosario central perdiendose su primer partido en 5 años, no podría entender el amor, si no hubiese visto la pareja de bretones que conocí en Mendoza, viviendo y recorriendo la argentina juntos, peleando se como hermanitos y queriendose como viejos inquietos. No hubiera entendido lo que es la riqueza de escribir, si no hubiese vivido tantas cosas dignas de ser escritas. Y no sabría por que escribir si no abrazara la idea de que compartir es el verdadero sentido de mi vida.

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