lunes, 8 de julio de 2013

Vamos

Che, y si nos vamos a flotar por ahí? Pensalo bien. Es meterse otra vez en las fotos y ponernos esa ropa tan vieja que era nueva, y que no sabés dónde habrá quedado. Me acuerdo del pulover verde que usaba todo el día y dónde habrá quedado. Tu pelo larguísimo y el mío también. Y en una foto nos miramos. Y si flotamos y nos miramos? Porque flotábamos cada vez que nos veíamos. Era una cosa de tener que aguantarse esas cosquillas abajo de la mandíbula. Era juntar coraje y hacernos los que nada. Y yo pongo "bu" en los comentarios, para que te acuerdes. Para que aparezcas y veas. Te metas otra vez en el mundo ese que vivimos tanto. Para que nos sentemos en una nube y me cebes esos mates eternos. Los que no podía terminar, los sopa que no le gustan a nadie. Pero era para hacer algo nomás, para no tener que mirarnos a la cara. Sentate en la nube al lado mío. Que te extraño. Y pienso, ¿no?, qué cruel que soy. Qué desagradecido que me quejo por cómo estoy y me olvido esa vida tan exquisita que tuvimos y que estamos teniendo. Y que son cables que todavía se pasan corriente. Corriente que dan ganas de ser. Y vos estás conmigo? Dale, vamos a tomarnos unos mates. Qué pesado sí, pero no me importa. Porque sé que cuando estés viendo si el agua está lista y me veas de espalda, te vas a dar cuenta que menos mal. Menos mal que naciste y nací, y que nos cruzamos. Que nos conocimos ya no importa muy bien dónde y cómo, y que te hinché. Porque ahora no querés estar en ningún otro lado. Porque ahora no sabés de que hablar porque no podés mirar para otro lado que para nosotros. Y así ya ni sabés si llueve que estás tan tranquila. Tomemos unos mates. Contémosnos todo para darnos cuenta lo que tenemos adentro. Para ver las palabras cruzando el naranja del cielo a esta hora. Y pensar que aún estás en Río Grande, y que cómo hace el cielo para ser tan grande. Cómo es que las nubes se acuestan. Y darte cuenta que no estás, pero sí estás. Porque te copiaste antes de irte. Mandaste algo a otro lado, y dejaste otro algo allá. No una parte, porque no te falta nada. Otro vos, u otro yo. Y encontrarse esos dos no sé si conviene. Pero igual, te acordás de los fogones en una playa que no se los merece. Eso que pasa tanto en la tele. La tele que muestra puras cosas que donde estás no pueden pasar. Primaveras donde todos están de short y vos ni idea por qué salís de campera y jean mientras más grueso mejor. Y eso es lo que la copia que se va tiene que contarle a todos. Y cuando nosotros nos vemos. Cuando flotamos, cuando ponemos la pava en la hornalla y nos hundimos en una nube. Cuando pasa, nos damos cuenta que ya no podemos hacer nada peor. Que lo único que nos sale es ser perfectos, con lo que significa. Y que esa libertad de la que todos hablan, son puros inventos. Todo lo que dicen los demás, todo lo que debe importar, todo eso es pfff. Es nada. Son espejitos de colores. Lo que hay, lo que existe, son los mates. Y vos que me dijiste que dale veamosnos. Y yo que te llevé hasta acá arriba, hinchándote. Y ambos que sabemos que estamos viviendo.

Que siempre estamos viviendo. 

domingo, 24 de febrero de 2013

Tratado sobre experiencias tenebrosas

Hay momentos en la vida que son siniestros. Todos, como sociedad, tenemos un acuerdo silencioso que dice "intentaremos de olvidar esto, y convencernos a la larga de que nunca pasó". Este lado siniestro de las cosas nos forma. Están pegadas como costras a los momentos memorables (o los momentos memorables serían las costras, es indiferente) y hemos encontrado la manera de separarlo a la vista. De tapar lo malo con la mano y cerrar un ojo. Estimo, con la sinceridad más plena que puedo darle a ustedes, mi público invisible, que la razón que nos cueste tanto entendernos y prevenirnos como humanos es ignorar ese lado siniestro. Esa esfera tenebrosa de hechos que no deberían suceder.

Voy a intentar de recopilar públicamente las experiencias más trágicas, para de una vez por todas saber qué viví y preferí obviar.

Sé que todos, irremediablemente todos, tuvieron experiencias similares. Por lo tanto, espero de buena fé no ser juzgado por la siguiente lista anacrónica.

Cuando era chico, alrededor de los cinco años, me juntaba con un vecino hijo de chilenos bastante mayor que yo. Jugábamos al fútbol, paseábamos por la cuadra y me enseñó a atajar. Hicimos una casa en su patio trasero y andaba en bicicleta con él. Él vivía sólo con su madre, una mujer pequeña que era alcohólica. Me contaba de cómo su padre era estadounidense y había muerto en un tiroteo, porque era policía. Años más tarde me enteré que su padre simplemente desapareció cuando su madre estuvo embarazada, y nunca supieron nada de él. Su madre aparecía todos los días en la puerta de mi casa, pidiendo a quien le atendiera el precio exacto del vino, inventando excusas de todos los tipos. Con el tiempo, este chico comenzó a crecer y yo igual. A mi familia no me gustaba que lo frecuente demasiado porque además de mí, el resto de sus amigos eran conocidos por ser "delincuentes" del barrio. Cuando cumplió los doce años comenzó a fumar. Me dijo que nunca lo haga. Dejamos de hacer casas, de jugar al fútbol, dejó de ir a mi casa a tomar la merienda. Comenzó a pelearse y a insultar a su mamá, y varias veces nos echó a ambos. Unas vacaciones, al volver, encontramos que nos faltaba una bicicleta, y este chico tenía el manubrio de la suya igual al de la bicicleta que nos habían robado. Desde entonces quedó estrictamente prohíbido que lo frecuentara. Yo reforcé la amistad con mi amigo de la infancia del colegio, y no me junté más con él.
Ahora, cada vez que vuelvo, lo veo a la distancia. Entonces me parecía un muchacho robusto y grandulón. Ahora tengo dos cabezas más de estatura, y no hacemos más que saludarnos con la mano si no nos queda otro remedio. Hace poco más de un mes, un muchacho se mató en su casa, jugando a la ruleta rusa y eso es lo último que supe de su vida.

Durante toda la primaria me junté con un chico al que llamé siempre "mi mejor amigo". Pasaban semanas enteras que no nos separábamos. A su casa, a la mía. Un trato totalmente igual entre las familias que aplicaban las reglas de la casa a cada uno, que nos dábamos de comer. Llegó hasta el punto de ser como primos. Al llegar a quinto grado, por razones de trabajo de su padre, él se mudó a Buenos Aires. Mantuvimos el mayor contacto que podíamos en el año 2001. Entonces comencé a prestarle atención a la gente que tenía alrededor, más allá de mi amigo. Cada vez que viajé a Buenos Aires, viajaba largas horas para encontrarmelo, y mis viejos me dejaban en su casa, con el y sus tres hermanos, para jugar, ir a la pileta y reirnos en las cenas. Con los años, el comenzó a formar un grupo de amigos, se volcó a una religión que yo había declarado injusta de los pies a la cabeza y se destacó por ser mi exacto contrario en las actitudes: totalmente ordenado, tranquilo y obediente. Su nuevo grupo de amigos estaba compuesto por chicos con los que, en los próximos años, yo levantaría como enemigos de todo mi grupo: chetos, actuados, gente que nunca en su vida sería capaz de reconocer estos momentos tenebrosos, y se sentiría orgullo por ello. Pasó el tiempo, no lo visité más, y me echó la culpa de que nunca más volví a visitarlo. Yo aún lo llamo para su cumpleaños, que nunca olvido su fecha. Él no lo hace ni lo va a hacer, y lo sé. Lo último que supe de él fue en mi viaje de egresados. Insistí en que se juntara con todo el curso que no había visto en mucho tiempo. Fue como una estrella de rock entre mis compañeros, los que yo quería y los que no apreciaba para nada. De entre ellos, su amor de la infancia estaba ahí. Con los años que fuimos juntos, teníamos algo de trato. En ese momento, el día que apareció me acerqué a ella y le hice acordar aquellos años. Le hablé bien de él. Le dije que se acercara, que entre ellos había algo muy intenso, que hacían linda pareja. Al año la chica se mudó a Buenos Aires, y desde entonces son una pareja preciosa. Estoy seguro que a ella le encanta cómo él toca el piano, actividad que empezamos a hacer el mismo día.

Durante mis primeros años de inglés en instituto, conocí un muchacho dos años mayor que yo. Era un chico un poco regordete, con cara de sueño, de desgastado pero conforme. Me senté junto a él, porque era tranquilo y escuchaba mucho. Yo era tranquilo pero me gustaba hablar. Este chico me hablaba pausado y eso me llamaba la atención. El estaba obsesionado con los erizos. Desde que lo conocí hasta la última vez que hablé con él siempre tuvo la misma obsesión. Sus trabajos en casa eran sobre erizos, sus conversaciones casuales. Y siempre resultaba interesante. Cuando pasaron un par de años, me entero de que íbamos a la misma escuela. El hermano de uno de mis amigos era casi su hermano y pasan mucho tiempo juntos. Varias veces después nos encontramos en la casa de mi amigo, y charlábamos bastante mayores, nos reíamos de mis idioteces y así era.
Un día me entero que fue derivado a Buenos Aires por un cáncer de rodilla avanzado, que nunca habían notado. El cáncer resultó ser maligno. En el colegio hicimos todas las colectas que pudimos, salimos a pedir dinero a la calle en la salidas de los supermercados e hicimos todo lo que pudimos. Pero a los 16 años murió. Su padre, nuestro posterior profesor de catequesis, perdió a su único hijo. Ahí entendí que los profesores son humanos. Fue el único año en que dejé pasar las discusiones religiosas.

Mis años siguientes de inglés me llevaron a un curso con varias personas más grandes que yo. Entre ellas aparecieron mis primeras amigas mujeres, chicas adorables de 14, 15 años que por alguna razón me sentían inofensivo, y me charlaban. Nos reíamos de las ocurrencias, nos burlábamos del idioma y nos escribíamos cosas en el cuaderno. Entre ellas apareció V. Una chica especialmente simpática, hermosa. Fue la primera vez que alguien mayor que yo me trató como un igual. Respetó mi opinión y bromeó conmigo como compañeros de banco, y no como "amiga mayor". No pasamos mucho tiempo juntos fuera del instituto. Dos veces nos juntamos fuera, todo el curso. Yo no soportaba a dos o tres compañeros/as que tenían la costumbre de burlarse de una chica que no hablaba. Pero en su casa estábamos en igualdad de condiciones. Ambas veces comimos tonterías y vimos VH1. No supe más de ella. A los dos años me invitó, yo sin verla ni saber de ella durante todo ese tiempo, a su cumpleaños de quince. Asistí con mi mejor ropa y sin conocer a nadie más que a ella y a un compañero de inglés. Después de eso no supe nada más. Pasaron dos años más. Su hermano cursaba en mi colegio, pero era un año menor que yo. Dan un anuncio luego de izar la bandera. En un viaje que hicieron, un muchacho con una camioneta impactó  el coche en el que iba la familia a 120 km/h. Ellos, según corroboraron, iban a 40. El único sobreviviente fue el hermano. Aún, por algún lugar remoto de la computadora, mantengo una foto que me envió para preguntarme que me parecía, donde ella aparecía sonriendo radiante.

A mediados de mi adolescencia, el amigo con el que pasábamos noches enteras charlando, haciendo conjeturas de la vida, las sociedades y las chicas en un sentido amoroso, enfrentó algo durísimo. Sus padres se divorciaron, y su madre, una mujer muy nerviosa, perdió completo uso de razón. Se desató en ella una esquizofrenia horrible que la llevó a lo que vulgarmente se conoce como "locura". Hablaba sola, movía muebles sin razón, veía partidos de fútbol en silencio y se reía, hablaba de objetos sin importancia por horas. Pero la peor parte era lo que vivía su hijo. Para empezar, vivían los dos solos. Él veía a su madre tragar pilas de medicamentos. Tenía que explicarle cosas mil veces y tenía que hacerle entender que su padre no quería matarlo cada vez que lo iba a buscar para salir a comer. Yo prácticamente viví en su casa durante tres o cuatro años. En esa época fuimos muchísimos amigos que nos reuníamos y nos quedábamos a dormir, lejos de las reglas "estúpidas" que nos imponían los adultos. Su casa era enorme. Una vez me miró a los ojos fijo y me dijo que nosotros, los dos o tres amigos que tenía, éramos su familia de verdad. Ahí entendí que todos necesitamos una familia, y a veces la suerte nos inventa una que no viene con la sangre.

He escuchado a una de mis amigas más cercanas contarme de sus seis intentos fallidos de suicidio.

Terminé mi secundaria totalmente sólo y me fui a estudiar a una provincia muy lejos de mi casa. Allí me hice amigo de un muchacho de lo más extravagante. Su familia era lo que se llama "no convencional". Su madre tenía una esquizofrenia similar a la de mi compañero de secundaria, no conocía a su padre, y su primito, con quién vivía, sufría de problemas de motricidad fina (primo al que el preparaba para ir al colegio y le ayudaba a hacer las tareas, para que su tía se de un descanso de muchísimo trabajo). Mucho más grande que yo, comenzó a estudiar en mi facultad mi misma carrera, pero un año más arriba. Dentro de allí, me encontré charlando con la mayoría de los estudiantes, llevándome relativamente bien con todos. Convencido de que mi racha conflictiva en los entornos de estudio había acabado, me encontré rodeado de gente que se burlaba de mi amigo, que lo habían visto en los pasillos. De cómo hablaba, de cómo aportaba o discutía en clase, de cómo se vestía. Me encontré defendiéndolo y explicando lo valioso que era para mí y que podía ser para cualquiera. Desde ese momento sólo mantuve 3 amigos en la facultad. El resto se jactaba de mi amistad con este chico y no tenía problema en burlarse en medio de las clases. Inclusive la primera persona con la que mantuve charla, alguien que luego me enteré era profesor de catequesis en el Opus Dei, tenía la cara de gastarse bromas "ingeniosas". Aún hablo con mis amigos de mi primera facultad, y los extraño muchísimo. Y mi amigo es mi hermano que vive lejos, con el que charlamos mucho y con quién vivimos muchas cosas. Con esto aprendí lo mucho que se puede sufrir y lo bueno que se puede ser apesar de todo. Lo mucho que esconden las imágenes. Pero lo que más entendí, es lo poco que quiero ser parte de la gente que se burla. Lo cruel que es, lo destructivo, lo injusto.

Hace un año tuve que decidir sobre la felicidad de mi entonces novia. Y decidí no dársela, por miedo entre los motivos. La decisión ahora pesa un poco menos cada vez, pero se vuelve toneladas cada vez que la encontraba cara a cara en las cursadas. Ahí aprendí que lo más difícil de la vida no es simplemente tomar decisiones. Sino que en esas decisiones está el destino de otras personas.

Me enamoré y enamoré a una mujer que no podré tener nunca. Pero no puedo convencerme de lo contrario. Con eso aprendí que uno es más fuerte que su propia voluntad.

He visto a hombres borrachos acercarse a mis amores inconfesos, ponerse sobre ellas y susurrarles cosas al oído. Las he visto rechazar con asco, pero también las he visto ruborizarse. He visto a hombres mintiendo descaradamente, menospreciando a las mujeres que más quise. He visto, también, mujeres jugando con hombres a los que respetaba tanto como a mí mismo. Las he visto abusarse de la desesperación, jactarse de la necesidad y reirse de ella como si fuese una decisión y no una maldición. He visto a hombres comentar entre sí lo "putas" que son mujeres a las que he visto llorar por no poder apreciarse a ellas mismas. He visto a mujeres presionadas a drogarse o a tomar para no quedarse fuera de esa sociedad. Hombres que necesitan lucirse entre otros hombres y llegan a medios horribles. He visto a todos esos, que en las noches de luces y tragos son un teatro andante, a todos los he visto odiarse. Me los encontré a cada uno en solitario, preguntandosé por qué eran tan miserables. A los solitarios y a los acompañados.
A todos los conocí, y todos aún me insisten en que salga con ellos, y que disfrute. Me invitan a ignorar todo el teatro que tanto siento que me invade. Y me siento mal rechazando. Ahí aprendí que todos necesitamos sentirnos parte de algo, pero que no hay que estar dispuesto a regalar nuestros valores más profundos para poder sentirlo. Y que lo mejor es reinventarse un entorno donde la gente se pueda querer y desear sin ser hostiles.

Estas son algunas de mis experiencias, las que ahora recuerdo o que aún tengo en la superficie y que recurren a mí constantemente. Son ideas que busco no tratar en lo posible. Hoy se las regalo, porque realmente creo que regalar nuestros pesares es una forma más de poder entenderlos y superarlos. Porque tengo fe en que quién lo lea va a tener consecuencias: reforzar los vínculos o eliminarlos. Sea cómo fuere, gracias por leerlo.

Gracias por usar mis zapatos y perdón por hacerlos pensar en sus momentos siniestros sin pedir permiso. Fue bastante aliviador para mí, espero encuentren alguna respuesta (o alguna pregunta, casi mejor) para ustedes mismos.

Gracias, de nuevo.


sábado, 29 de diciembre de 2012

Me dirijo a usted,

Señorita Celeste:

Me dirijo a usted para certificarle que la nota del cuaderno de comunicaciones de mi hijo Ramiro llegó a mis manos. Quiero que sepa, también, que está usted completamente en lo correcto. Ramiro y yo ya tuvimos una larga charla y sé con seguridad que nunca más volverá a tener una actitud similar.
Quizás ya lo sepa usted, pero Ramiro es un chico difícil de contener. Es muy movedizo no sólo en las aulas, sino también en casa y hasta en el consultorio. A la hora de entenderlo, tal vez le convendría saber que Ramiro ya no ve a su mamá hace ya tres años, tiempo que ella dedicó a formar una nueva familia. Esta semana nos enteramos que Ramiro va a tener un nuevo hermanito.
Le explico también que durante estos últimos años nos ha costado mucho mantener la casa, motivo por el cual Ramiro sólo lleva los útiles justos. Es también por eso que no tiene el libro de biología, aunque, le aseguro, todo lo que puede aprender de ahi ya lo sabe. El abuelo de Ramiro, mi papá, es ingeniero químico y según vamos viendo en el chico, va por el mismo camino.
Ser hijo de padre soltero a los otros nenes del aula les parece "raro" según me contó Ramiro. Muchos les preguntan si "uso plumero" o si "voy a trabajar de pollera". La primera es verdad, pero la segunda le aseguro es errónea: en el trabajo no se me permite. Me dijo también que usted intercedió, defendiéndolo y haciéndolo sentir mejor sobre decisiones de las que no tiene la culpa. Eso se lo agradezco de todo corazón.
Me dijo también que siempre "le da cosa" cuando usted lo reprocha, ya que usted "es re buena". Me comentó que en el curso del día se toma tiempo de explicarle varias veces lo que no entiende, que "le cuenta cosas super geniales" o que los incentiva. "Hay que soñar mucho para ser fuerte" me respondió Ramiro cuando lo encontré en su cama, tapado hasta los ojos, a las cuatro y media de la tarde de un martes. Culpa de usted, asumo.
Mi padre fue un educador, un maestro de primaria como usted, y me enseñó que los niños son mucho más perceptivos y que saben y ven todo. Me dió a entender que es a ellos a quienes realmente tenemos que darle explicaciones, y no a jefes o a gerentes de corbata. Por eso, y bajo los ojos atentos de mi hijo, le extiendo una invitación a comer canelones caseros a casa, a usted y a su hija Sofía, el domingo al mediodía. En la última hoja del cuaderno va a encontrar un mapa para que sepa llegar a casa sin problemas. Si puede, por favor, lleve algo para tomar, y un poco de pan para mojar en la salsa.

Sin otro particular, le mandan un beso re grande y que me perdone que no boy a aser mas lio para que qiera comer canelones con nosotros,


Papá Damian y Ramiro el más capo jaja no mentira.